Marco Menato vivió en África su infancia y su juventud, estudió geología y química, viajó, vivió también en Estados Unidos y un día, hace ya muchos años, rompió con todo y recibió en una navidad unos pinceles de regalo.
Su vida se volvió hacia la pintura y la filosofía, hacia la búsqueda del ser auténtico, desnudo de conceptos cartesianos, el ser mágico, el que transita en el camino misterioso de la vida, donde la magia permite la confluencia real del ser con la naturaleza.
En una conversación sobre el dolor y el amor, decía Marco que el dolor no existe cuando viene de lo ajeno, cuando no lo provocas tú.
Y se le ve feliz en La Gomera, admirado del paisaje, encantado con los vecinos. Vive en Alojera y convive con todos. A la introspección que supone su lucha interior, su debate a través de la pintura en ese tortuoso camino de lo místico y el color (reconoce la búsqueda y complicidad con Mark Rothko sobre el color), no le suma el aislamiento ni el ser huraño. Es generoso y cómplice con los isleños, sus ojos brillan hablando de los distintos tonos de las piedras y de las hierbas según estén en el sur, en el norte o en el oeste donde vive, donde cada tarde contempla el ocaso.
Es un italiano elegante y cautivador, en ocasiones tiene gestos de galán clásico o de aventurero en una ópera de Verdi pero en la intimidad se dulcifica, se ablanda como el bizcocho en el café y cuando hablas de él y de su expresionismo o del surrealismo de algunos de sus cuadros te mira y sonríe con un gesto profundo, suspira y mueve sutilmente la mano grande, vuelve a mirarte a los ojos y entonces la sonrisa se abre y la mirada se vuelve compañera…y ahí enamora.
Benjamín Trujillo.
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