(Relato ficticio)
Por Alba Marrero.- Él es un buen chico y me prometió que llamaría al llegar. Él toditas las promesas las cumple. Cuando él me ha prometido que llegaría sano y salvo, él ha llegado vivito y coleando. Cuando él me ha prometido que llegaría pronto, antes del anochecer estaba en casa. Así ha sido siempre. Toditas; toditas las promesas las cumple. Así que si él ha prometido que llamaría, aunque ya se esté retrasando un poco, él llamará porque él es así; un muchacho de palabra.
Tengo que encontrar un teléfono. Sé que no hay cobertura pero quizá dentro de un rato sí. Tengo que llamarla. Le dije que lo haría y las promesas a una madre se cumplen. Tengo que hacerlo; tengo que hacerlo. Si no la llamo es que las cosas no han salido nada bien y le prometí que sí que lo harían porque «a la gente buena, le ocurren cosas buenas» como dice ella siempre. Me dijeron que nunca prometiera esas cosas pero tuve que hacerlo, sí. Mamá estaba preocupada y por nada del mundo quisiera yo que lo esté. Miro a todos los que van conmigo. « ¿Alguien tiene un teléfono?, ¡necesito llamar a mi madre!», grité. Me miraron débiles haciéndome sentir un chiflado y, sin contestar, miraron hacia otra parte. Hacia ningún lugar.
Dijo que llamaría a casa de la costurera, que tiene un teléfono bonito, hoy en la mañana. Ya es media tarde pero bueno, estará al llamar. Estoy algo nerviosa, eso sí. Es un buen chico, un adolescente bien guapo. Me vino hace un mes, bien contento para decirme que había encontrado un trabajo en no sé qué de las Canarias y que se tenía que ir. Al principio la idea no me gustó porque siempre hemos sido nosotros dos y nadie más. Ahórrense la lástima por ser madre soltera porque he podido con todo, sí. Sin necesitar a nadie ni mendigar nadita. Hemos sido, más bien, pobres pero nunca hemos robado ni hecho daño a nadie. Siempre hemos sido buena gente. Pregunte a cualquiera. Vaya y pregunte para que usted vea. Por lo que si somos buena gente, es justo que nos ocurran cosas buenas, digo yo. Así que lo abracé con fuerza, lloramos los dos y me dijo que ya había comprado el billete con un dinero que ahorró. Y yo entiendo que los chicos tienen que hacer su vida así que ¿Qué le voy a decir yo? La verdad es que nunca me dijo si se fue en avión, en barco o cómo pero yo sé que pagó el billete y pa’ allá que se marchó. Ay, señor, ya está tardando mucho. ¿Dónde estará metido?
He encontrado dos teléfonos pero ninguno sirve. No hay cobertura. Grito con rabia pero nadie me oye y el eco de mi voz se estampa y se ahoga con el mar. Odio esta balsa. La odio desde que me subí a ella. La odio, la odio. Lo único que ha hecho es darnos frío, insolación y miedo. ¿Es así cómo se consigue un futuro mejor? ¿Es así como se hacen los sueños realidad? Ya no los quiero. Ya no quiero nada. Solo quiero volver con ella, con mamá. Solo me subí a esta balsa para prometerle que sacaría dinero y que le haría una rampita en la entrada porque tiene las rodillas que no las aguanta. Aquí huele a muerte desde que salimos pero estábamos tan esperanzados que no nos dimos ni cuenta. Quiero irme. Quiero bajarme de aquí. «Por favor, ¡bajadme!», grito pero nadie escucha en medio del océano. Ya no hay fuerzas y cada vez somos menos. Creí que la chica que ha estado a mi lado todo el viaje, y que me contó su sueño de ser médica, llevaba días durmiendo pero hace un rato, al rozarle la mano, me di cuenta de que lleva muerta hace tiempo. La cogí con las pocas fuerzas que me quedan, la besé en la mejilla y… la tiré al mar. ¿Por qué, dios mío? ¿Por qué me creí todo este cuento?
Me ha empezado a doler mucho el pecho. Ya ha anochecido. ¡Ay, hijo! ¿dónde te has metido? Siento que algo va mal. ¡Ay, mi hijo! A saber cómo son las cosas allí. Antes sonó el teléfono y di un brinco terrible pero eran de una oferta. Les colgué de un golpe para estallar en un llanto y que me perdonen. No todos los días no se tiene noticias de un hijo. Ay, me duele el pecho. Hijo, hijo, ¿dónde estás?
Tengo frío… mu…mucho. Quiero dormir. No… no hay nadie que tenga los ojos abiertos. Es mejor no mirar. Qui… quiero dormir. Solo un ra… rato. Estoy escuchando cosas, voces… pe… pero estoy seguro de que están en mi mente, solo. Oigo a mamá, que me grita. Si…. siento que me abraza. Cierro los ojos. La veo. Está… ahí. Te he fallado, mamá, te he fall.. fallado… quier… quiero dormir.
Por favor, por favor, hijo mío. Llámame. Llámame. ¿Dónde estás? Tú siempre cumples tus promesas. No me hagas esto ahora ¿Dónde estás hijo, dónde estás? Ay, señor, me prometiste que era un sitio seguro, que ahí no pasaba nada, que ahí todo era un buen fut… un buen futuro. Hijo mío y ahora… y ahora ¿dónde te encuentro? Ya es de noche y tú no haces esto. Tú nunca haces esto. Tú siempre llamas. ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?
Oigo voces por… por todas partes. Me habré… vuelto loco. Ve… veo sombras pero no sé, no sé dónde estoy. Hay… hay destellos. ¿Dónde… dónde están los demás? ¿Qui… quién es esta gente? Alguien me agarra del brazo. «¿A… a dónde me llevan?», digo, aunque no sé si lo digo realmente o solo lo pienso. Quier… quiero dormir. Por… por favor, dejadme. Lo sien… lo siento, mamá. No… no te llamé. Fallé a mi promesa. Espera, espe… veo un teléfono. Veo un teléf.…
Sonó a las 03:54 de la madrugada.
- ¿Diga?
- Mam… ¿Mamá?
*Más de 3.000 migrantes han llegado en patera a las islas en lo que va de 2020. Y a cada uno de ellos, les corresponde una historia, una vida y un sueño. No son solo estadísticas.