Aprovechamos estas fiestas navideñas, ya marcadas por un nuevo «confinamiento», para publicar algunos artículos relacionados con La Gomera, con el objeto de complacer la lectura y rellenar el cuantioso tiempo que permanecemos en casa.
En esta primera entrega aportamos una reflexión sobre el sentido del destierro, concretándolo en el caso al que fue sometido el capitán Francisco Pérez-Pérez y su familia en el municipio de Alajeró tras el alzamiento militar de 1936. Se trata de una historia donde el significado del lugar cambia con el tiempo y con las presencias. En esta historia hay una fuerte presencia de un tropo concreto, de una palabra contradictoria unida al movimiento que la informa: el destierro.
Desterrar es sacar un cuerpo de una tierra entendida como “originaria” y “propia”. Pero los cuerpos nunca desaparecen en un vacío, sino que pasan a habitar un lugar llamado también de destierro, como si ese lugar no tuviera más sentido que el mantener fuera de la realidad a seres que no se comportan acordes a un sistema político determinado. Los desterrados, cuerpos sacados de su equivalencia con la tierra, tampoco son cuerpos validos en este sentido. Sin duda, uno de los mayores destierros del siglo XX y lo que va del XXI ha acontecido con una descolonización fallida que dio pie a una guerra en el Sahara Occidental, expulsando violentamente a muchxs saharauis hacia una zona de destierro, a la hamada en el desierto argelino, prolongando su exilio por más de 40 años ya. Muchos años antes de eso, otra forma de destierro se hizo operativa de manera inversa, cuando el colonialismo español concretó que el Sahara era español y que esos cuerpos que nomadeaban el territorio tenían una raza, unas tradiciones y una cultura inferior y en veces deleznable a la suya, desligándolos de cierta manera de su territorio y sus recursos.
El capitán Francisco Pérez-Pérez, nacido en Alicante, llega a este territorio en 1927 desde la ciudad de Las Palmas, donde había contraído matrimonio con Teresa Reina, con destino en La Agüera, provincia del entonces Rio de Oro. Pérez enarbola al poco tiempo la bandera republicana y (siquiera siendo como lo fue un agente colonial en la forja de un giro imperial importante en esta zona del mundo) se comportó de manera atípica, diferente al modo de ser paternalista de otros africanistas, militares o no. Realizó tres viajes por el interior, conociendo a las distintas facciones saharauis; convivía intensamente con las gentes del lugar; aceptaba costumbres y sus hijas y mujer vestían habitualmente las ropas tradicionales del lugar. Su hija mayor, llamada Cholita por los saharauis, murió con cinco años de tosferina y fue enterrada en La Agüera, a donde fueron a compartir el duelo mucha gente del interior.
El capitán Pérez no aceptó el golpe militar de Franco. Se encontraba en Las Palmas en ese momento de permiso y no sacó la tropa a la calle. Los compañeros militares le piden que tenga prudencia, pero él es fiel a sus valores republicanos. Entonces es que vienen a buscarlo y lo embarcan en un pesquero junto a toda su familia: tres hijas (Mina, Teteye y Luisa Sahara, conocida como Ueita), un hijo (Paquito), dos ahijados de origen mauritano (Bibí y M’seida) y su mujer, embarazada. El capitán Pérez creyó que su destino era ser arrojado al mar, como estaba ocurriendo con mucha disidencia política en Canarias, pero desembarcan en Playa de Santiago y le es informado de su destierro en Alajeró (posiblemente esto tuviera que ver con la ayuda prestada por un amigo militar, Prudencio Guzmán, al que Pérez salvó la vida anteriormente en Marruecos). ¡Desterrado a La Gomera! Así era como percibía nuestra isla las autoridades nacionales, como un lugar recóndito, aislado y atrasado, y donde un renegado de los «justos y nobles valores patrios» quedaría sujeto al control caciquil local, el mismo que se encargaba de «limpiar» la isla de militantes de izquierda.
El geógrafo Julián Plata Suárez realizó una investigación donde recogió testimonios en Alajeró de los avatares del capitán. Pérez se desempeñó en distintos trabajos: fue agricultor y cabrero, y también ocupó el puesto de maestro,… Vivieron en la casa “del Estanco”, donde nace la sexta hija, Tona, y luego en la del “Anden”. ¿Qué pensaría el capitán de Alajeró? Un Alajeró de secano, previo al control de la tierra y el agua por parte de los Rodríguez López y de la familia Olsen, quienes llevaron a cabo intensas transformaciones territoriales en la comarca para el desarrollo de la agricultura de exportación (tomates y plátanos). ¿Qué sería el destierro para él? ¿Recordaría a Cholita cuando recorría el territorio con sus cabras? Cuántas cosas en movimiento con esta familia. ¿Qué es “lo nativo” en esta historia y qué es “el exilio”?
La presencia del capitán y su peculiar historia en La Gomera nos pueden servir ahora para reflexionar sobre el sentido y la violencia de rendir un territorio como “destierro”: ¿Quién decide el destierro? ¿Por qué ese lugar es idóneo para el destierro? ¿Qué paradojas puede encerrar desde una mirada nativa? ¿Qué provoca el sentido de destierro en el lugar? ¿Qué es la tierra que se pisa para alguien desterrado/a? Todas son preguntas que nos obligan a tirar de la historia, en este caso de La Gomera, para resolverlas.
Autor: Pablo Estévez Hernández (antropólogo). Centro de Estudios e Investigaciones Oroja (CEIO).
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