Doña Sara nos contó una vez la vida trabajosa de las mujeres en Arguamul, municipio de Vallehermoso.

Hoy, 8 de Marzo día de la mujer, desde el Centro de Estudios e Investigaciones Oroja queremos aportar este pequeño artículo sobre la mujer gomera, en este caso, de las mujeres de la costa: las “barqueras”. Es nuestro reconocimiento a la infatigable labor e ingentes esfuerzos que tuvieron que realizar para sacar adelante la economía de las familias pescadoras, transitando con la carga en la cabeza en trayectos de ida y vuelta por esos caminos agrestes de la isla. Que sirva esta breve aportación como un humilde y merecido homenaje a todas las mujeres por su trabajo visible e invisible de siempre.

Mujeres de La Gomera Mujeres de la costa                          

Desde que los pescadores pudieron instalarse en la costa, las mujeres han tenido un importante papel a la hora de vender el producto de la pesca. Cuando ellos regresaban del mar, sus familiares les ayudaban a varar el barco en tierra y vender el pescado allí mismo, o trasladarse a venderlo en otros lugares.

Como en los años de la postguerra la situación estaba muy mal, apenas había dinero para pagar el pescado, y lo que se hacía era el trueque por cualquier producto del campo que escaseaba en la costa, ya fuera cereales, papas, verduras, millo, queso…

El viaje para vender el pescado en los altos, lo hacían las mujeres y se convertía en una odisea de ida y vuelta. Iban cargadas con la cesta en la cabeza, con muchos kilos  de pescado, con su correspondiente ruedo debajo de la cesta para equilibrar el peso y calzadas con alpargatas o lonas.

En los años70, Isabel y José recogían el pescado de las redes que él trajo en el barco. La foto capta el momento en que José lanza al balde, de forma certera, una seifía que saca de la red.

Las de Valle Gran rey, muchas veces subían por la Merca, un desnivel de 700 metros de altura, para llegar a la lomada y caminar hasta Arure, o continuar hasta Vallehermoso. Si pasaban por Guadá primero, subían luego por los Granados y el Palmarejo hasta llegar a Arure.

Un día contaba Electra, en La Calera de Valle Gran Rey, que su padre llegó una vez de la mar con una canasta de caballas y tuvo que salir ella, casi una niña todavía, cargada con una cesta a vender una parte, caminando hasta Arure en el Alto. Allí, hizo un trueque de pescado por trigo y cebada, dejó el saco en una casa para que su padre subiese a buscarlo y continuó hacia Vallehermoso para vender el resto, animada por una paisana que iba de camino y la acompañó. Atravesaron el monte  hacia Epina y descendieron por un sendero hasta cerca del casco del Valle, donde terminó de vender y cambiar el pescado. Cargó de nuevo con los productos del trueque y subió esa cuesta hasta Epina y continuó hasta Arure, donde estaba su padre esperándola. Cargados los dos, bajaron hasta La Calera con aquellos productos del campo, agasajos en la casa de un pescador, conseguidos con tanto esfuerzo.

De La Playa de Valle Gran Rey, Pilar González, hija de pescador, nos contaba hace poco: “Una época de mucho esfuerzo y trabajo para todos, pero para las mujeres más dura y complicada. Mi madre me cuenta que iban de La Playa hasta Vallehermoso, con una cesta de pescado en la cabeza, subiendo por la Merca… pasando ese monte hasta el pueblo y regresando con el mismo peso o más. Sólo de pensarlo me entran los 7 males;  no me extraña que hoy esté tan llena de dolores”.

Aparte de vender el pescado, había mujeres que recogían otros frutos del bajío: un día nos contaba Sara en Arguamul, que ella se dedicaba a recoger lapas, burgaos y mariscar por esa costa norte cercana de los Órganos. Decía que la mar de Arguamul daba mucho de comer y siempre había sido así, como lo atestiguan la cantidad de concheros que hay en lomos y en cabezos de toda la costa. Ya los antiguos gomeros se abastecían aquí de la mar.

Doña Sara nos contó una vez la vida trabajosa de las mujeres en Arguamul, municipio de Vallehermoso.

Cuando había cogido una cantidad suficiente, lo cargaba en la cabeza, subía por el empinado camino hasta Santa Clara, en la degollada entre Teselinde y Chijeré y bajaba por el Barranco de la Era Nueva, hasta Valle hermoso, donde la gente pudiente le compraba enseguida las lapas, burgaos,  pulpos, morenas y algún pescado que llevase también. Hacía su trueque o compraba en las tiendas y regresaba con otra carga para su pueblo. Además, esos caminos lo transitaban con frecuencia porque en Arguamul no había tiendas y aprovechaban cualquier diligencia en Vallehermoso para adquirir lo necesario que allí no tenían. Todo esto se realizaba en el mismo día, caminando sin descanso, partiendo desde muy temprano y regresando antes del anochecer.

Doña Sara ya tiene 90 años y con su salud más delicada, pero hace 6 años nos contó que estaba muy orgullosa de que su hija fuera un ejemplo de mujer gomera trabajadora que, en las condiciones diferentes de hoy, bregara sin desánimo de sol a sol, manteniendo la vida en el Arguamul actual.

En los demás pueblos costeros del sur  de la Gomera, donde había pescadores, podemos contar historias similares: La Rajita, Playa Santiago, San Sebastián.

En la segunda mitad de los años 60, cuando la moneda fue sustituyendo más al trueque, ya casi se vendía en el mismo pueblo, en la misma casa de los pescadores, y siempre siguieron las mujeres llevando esta venta.

En esos años había una mujer,  María Navarro de Vueltas, que vendía el pescado de sus familiares y el que adquiría a otros pescadores. Pescado de nasas, sardinas, chicharros, caballas, cabrillas, bocinegros,… o  alguna albacora que troceaba. Iba caminando por el pueblo y gritaba: ¡¡Hay pescadito fresco,…!! cargando una cesta en la cabeza con el pescado y la pesa de balanza. Muchas veces trasponía hasta Guadá, haciendo también sus trueques por judías, papas, batatas, coles y otros productos del campo que abajo no tenían.

María Navarro con una cesta de pescado en la cabeza, por los años 60 en el Caidero, Valle Gran Rey. En la mano, otra cesta de pescado vendido. (foto: cortesía de su nieto Salvador).

De los años 70 en adelante, siguieron los furgones de venta, hasta hoy día en que han sido sustituidos por las pescaderías, siendo casi un lujo comprar pescado incluso en la costa.

Algunas mujeres de pescadores ya no existen, pero queda aquí un recuerdo de su ingente trabajo y esfuerzo, que hoy día nos parece un tema de epopeya, odiseas de otro mundo lejano.

-Agradecemos las informaciones de: Pilar González Ramos, Ramón Díaz Ventura, Salvador Cabellos Navarro, Manuel Escuela Ramos y Ronald González Hernández-
Autoras: Esther Quintero Ramos  y Juan Montesino Barrera.

 

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