Se ha mostrado el trabajo, llegó el día de hacer público lo que veníamos haciendo durante un año. ¡Espléndida! ¡Magnífica! ¡Qué maravilla! ¡La mejor!, variada, distinta, impactante. Y pueden seguir los halagos y las calificaciones positivas. La pandemia y los confinamientos forman parte del decorado. Son el telón de fondo de este esfuerzo, sin mucho más. Podrían ser considerados hasta elementos decorativos. No es verdad. Mentimos sobre eso, o no sabemos explicarlo. O no nos atrevemos a decir toda la verdad.
Ha roto muchas cosas, vidas, almas, la cotidianidad, esperanzas y futuros. Ha transformado nuestro carácter. Ha despertado nuestras miserias y los miedos más infantiles, no al monstruo ni a la oscuridad sino al extraño, al que conocemos poco. Nos ha hecho mirar más a nuestro ombligo, nos ha vuelto desconfiados en nuestra capacidad de lucha, en nuestro futuro, el que cada uno construye, el que no depende de agentes ajenos, ni de enfermedades, ni de gobiernos, ni del clima.
Y todo esto no lo contamos en las presentaciones, trípticos, catálogos y conversaciones con los visitantes de la exposición. Solo a veces murmuramos con algunos cómplices propios de lo que consideramos miserias de “otro”. ¡Somos humanos!. La condición humana que entre otras cosas nos hace protegernos y refugiarnos viendo la culpa en el otro, la responsabilidad en el otro. Nunca en uno mismo, en nosotros mismos.
A pesar de todo esto, los espíritus creadores traicionan a lo banal y van mostrando, por sí solos pedacitos de verdad.
A partir de una primera imagen, de una primera idea, se han mostrado LAS ESPERAS, de casi todos. Se ha creado un lugar de LOS CRISTALES ROTOS, enseñando nervios, prisas e inseguridades, LUCES DETRÁS DE LAS SOMBRAS, o sombras detrás de las luces, con el miedo a uno mismo en primer plano y la nostalgia y la melancolía envolviendo el cuadro, retorciendo la escultura.
En este tiempo ha habido deserciones. ¿Culpa de los que se fueron? ¿Culpa de los que seguimos?. Qué más da.
Es ejemplo de este tiempo, donde afloran las tensiones y nos cuesta más la calma.
Se ponen en duda los liderazgos y no somos capaces de decir ¿Y que hago yo?.
Ayer por la mañana estuve en La Casa de Colón, solo, hacía un poco de calor y el único sonido era el crujir de la madera con mis pasos. Recorrí el itinerario del viaje desde el primer día hasta ese momento.
Contemplé EL NAUFRAGIO, con calma, desde varios ángulos, no lloré, no reí.
Salí cansado, extenuado, como estoy en los últimos días.
No he hecho ningún exceso físico pero los viajes cansan y si son de verdad, todavía más.
Como diría Pedro Montañez, ¡Salud y fuerza!.
Benjamín Trujillo.
FOTOS: Eduardo Castro.
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