Suena el teléfono. Sí, ¿dígame?. A ver Benjamín ¿de qué vas a escribir esta semana? ¡Bufff! no sé, no sé. Quizás del mar.

¿Del mar? ¡Ohh! ¡El mar! ¡La mar!…Risitas…¡Qué romántico!¡Qué bucólico!…más risitas…Bueno, bueno… Puede que no esté mal. A ver, a ver. Mándame el texto con tiempo para buscar las fotos, tengo muchas que podrían ir bien. A ver, a ver.

Y ahí quedó la conversación y yo con el mar cuando fue una respuesta rápida, sin saber por qué lo había dicho ni cómo se me ocurrió. Pero esa respuesta automática tendrá una o muchas razones.

Ya lo hemos contado varias veces. Nuestros viajes interiores empezaron con el mar, los remeros, la aventura, el miedo y la esperanza sobre el mar. Estuvieron llenos de hombres y mujeres con salitre, de monstruos bajo los barcos en las fosas oscuras del Atlántico, luces que brillaban al atardecer o al amanecer, de grandes olas y vientos, de tremendas calmas que asfixiaban y paraban el mundo.

Así que tiene su razón que hablemos del mar y sí, ha tenido algo o mucho que ver con lo que hemos hecho en estos años.

Fuimos capaces de imaginar los más dramáticos sucesos en esa travesía, de contemplar y plasmar escenas de amor con el mar detrás, encima y debajo.

Y en este cuarto viaje. ¿Qué pasa?¿También está el mar?. También. En casi toda la obra, de una u otra manera, está.

Como lugar de búsqueda en las esperas, como creador de espuma en los rompientes, como hábitat de los barcos reconstruidos, de los rotos y abandonados, en las olas de madera, en muchas de las miradas, en los paisajes.

Les voy a hacer una confidencia. Cuando voy a escribir, cuando me enfrento al folio en blanco, cuando me nublan las dudas por no saber qué hacer, pienso en lo que sucede cuando estoy frente al mar. Lo miro y me dejo llevar, su movimiento infinito no me hace pensar en él, sobre todo al principio de la contemplación, se me va el pensamiento a otras cosas, de la memoria vivida, de la inventada o recreada, experimento un ejercicio de autocomplacencia y aparecen historias o sensaciones que calman mi alma, que me serenan el espíritu. Estar mirándolo es como acudir a una liturgia mágica en la que la luz, el movimiento, el aire, el olor y el sonido se convierten en medicina mágica, en droga perfecta que además, no anula, no envilece, no engaña.

Eso hago antes de escribir y no me va mal.

En este tiempo de incertidumbre, de angustia por el futuro y desasosiego, me atrevo a darles dos humildes, sencillos y fáciles consejos: quedan dos días para ver la exposición, el lunes 5 y el martes 6, vayan a verla, ya saben, por las mañanas de 8 a 15. Si solo pueden por la tarde pónganse en contacto con nosotros y les acompañaremos a una visita en las horas que puedan. El otro consejo es más sencillo todavía, más fácil.

Miren el mar…

Benjamín Trujillo.

FOTOS: Eduardo Castro.

btrujilloascanio@gmail.com

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