Por Salvador García Llanos.- No solo poderosas organizaciones sino hasta ochenta y tres personas que figuran entre las más ricas del mundo, que entienden que su seguridad depende de la del resto, han abierto el debate y están recomendando aumentar impuestos a los más ricos. El crecimiento de los índices de pobreza y del desempleo, con los sistemas productivos notablemente afectados y las economías fracturadas por la pandemia, la situación es delicada.
En la Organización de Naciones Unidas (ONU), en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) ya se han hecho eco de ello. El FMI y la ONU, en efecto, proponen incrementar tasas a multinacionales y grandes fortunas; especialmente a las que se han beneficiado con la COVID-19, como ciertas empresas tecnológicas y farmacéuticas. Y la CEPAL se pronuncia por «impuestos solidarios». Hay países que ya lo están haciendo y otros empiezan a debatirlo.
La medida, sobre el papel, es impopular. Durante años, fue una propuesta de la izquierda política, criticada y descalificada por empresarios y algunos gobiernos, pero todo da a entender que no hay muchas más opciones para enderezar el rumbo de la economía y afrontar los procesos de recuperación. Lo que está claro es que ante las evidencias de tamaños desequilibrios sociales, ante la desigualdad creciente, no se puede permanecer con los brazos cruzados.
Así, desde Nueva Zelanda llegan noticias de las decisiones de la primera ministra, Jacinda Ardern, que, el mismo día, subió la imposición a las rentas más altas y el salario a los menos pudientes. En Estados Unidos, en cierto modo llama la atención el que, en su primer discurso ante el congreso, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pidió a los legisladores respaldar su plan de alzar impuestos a los más ricos, para poder invertir en infraestructuras, seguridad social y gratuidad escolar y rescatar a las familias pobres y de ingresos medios, sin permitir evasión ni contratar deuda. “Que los ricos paguen su parte justa”, resumió Biden, que trata de aumentar el impuesto a las ganancias del capital de alrededor de quinientas mil personas, que perciben más de un millón de dólares al año. Y, de paso, propuso al G20, aplicar un impuesto mínimo global del 15 % a las corporaciones y combatir la evasión que se hace, a través de paraísos fiscales.
Veremos cómo concluye el debate y cuál será el alcance de las medidas que se pongan en marcha. Que el mundo está cambiando, es evidente, aún con la pandemia causando estragos. Esta filosofía de incremento de tributos, convertida ya prácticamente en una corriente en varios países, puede ser determinante. Cabe esperar protestas y presiones, pero los gobernantes que emprendan estas iniciativas son conscientes de que esta es la vía para reducir las desigualdades y mitigar la pobreza.
Que paguen más quienes más tienen.