POR CASIMIRO CURBELO.- Son muchos los visitantes que llegan a nuestra isla y quedan absortos ante su belleza única natural. Son muchos los que se rinden ante tal paisaje plagado de exuberancia vegetal pero también son muchos los que afirman sentirse en un territorio por el que no ha pasado el tiempo y lejos de llevarles la contraria, tengo que afirmar que en ciertos aspectos no les falta razón, pues esta tierra ha sabido conservar con el paso de los años su idiosincrasia más arraigada, donde la cultura popular ha encontrado su regocijo y protección al amparo de su gente, de esas voces gomeras que nunca mueren.
Ya lo dijo el gran estudioso e investigador Maximiano Trapero: La Gomera es reserva natural de su cultura popular y en concreto, del romancero tradicional y no exagera al afirmar que es, con toda probabilidad, el lugar más importante del mundo en cuanto a la conservación y pervivencia del romancero. Este pequeño rincón en el mundo alberga una gran riqueza cultural donde el romancero tradicional se configura como el tesoro popular más preciado, lo que le hace digno merecedor de la Medalla de Oro de Canarias 2021, máxima distinción de la comunidad autónoma que anualmente se entrega coincidiendo con el Día de Canarias, este 30 de mayo.
El romancero ha encontrado en La Gomera su reducto de vida, arraigándose en nuestra cultura con tal fortaleza como la laurisilva hunde sus raíces en la tierra. Este canto que surge del más hondo sentimiento popular se extiende en la isla igual que lo hacía en otros lugares del país entre los siglos XIV y XVI pero si bien, en la mayoría de las poblaciones españolas e hispanoamericanas esta tradición cultural se ha disipado, en nuestra isla, lejos de mermar, cobra mayor fuerza e ímpetu si cabe, gracias a la tradición oral porque estos versos mueren sin la existencia del trovador o juglar que haga de ellos un cante único que traspase generaciones.
Por ello, este reconocido homenaje a través de la concesión de la distinción más notoria que otorga el Gobierno canario tiene el nombre de nuestros ancestros, de miles de gomeros y gomeras que han inculcado a sus hijos, nietos y bisnietos el valor de la cultura popular, para cuidar del romance como una madre cuida de su hijo, arropándolo con esmero para que permanezca siempre vivo. Permítanme que nombre a varios de sus máximos exponentes: Domingo Niebla, de Valle Gran Rey, Antonio Ortiz, de Chipude, Ángel Clemente, de Hermigua y Esperanza Conrado de La Palmita. Ellos, junto a otras voces anónimas, han sabido transmitir a nuestros jóvenes el valor de un bien inmaterial que protagoniza todo acto popular y cultural gomero. Nuestra fiesta no se puede entender sin el hondo sonar del eco del tambor y sus verseadores que cantan al son del romancero. Y de ello son fieles testigos y conocedores jóvenes de los que nos sentimos especialmente orgullosos como son Eduardo Duque y Diego Chinea, firmes defensores y divulgadores de nuestra cultura popular y literatura oral.
Nuestros jóvenes son, sin duda, garantía para la supervivencia de nuestra tradición oral, de ellos depende que nuestro amplio romancero no pase a formar parte de una vieja arca de los recuerdos sino que se mantenga latente en cada voz gomera como uno de nuestros mayores baluartes culturales.
El romancero de La Gomera recoge este domingo su premio, que es el de todos los gomeros y gomeras que han dedicado con humilde esmero gran parte de su vida a transmitir su amor por mantener viva esta expresión cultural. Felicidades por su enorme constancia y esfuerzo a la hora de preservar una tradición que es orgullo y regocijo gomero.