Antes no sabía decir que no y eso provocó en cierta medida que no me perdiera una. Se entendía que era obligado ser joven y disfrutar de la noche y de los bailes. No fui buen bailarín y las verbenas, las discotecas o cualquier sitio nocturno eran para mi un medio no un fin. Para ligar, para beber y para otras cosas. No estaba cómodo, necesitaba hablar para enamorar, el silencio para la seducción y no competir con los hombres esbeltos, buenos bailarines y auténticos atletas nocturnos; pero así fueron las cosas y fui durante mucho tiempo hoja que lleva el viento por altares e infiernos.
Me gustaba ver, mirar lo que pasaba ante mis ojos, escuchar desde la esquina del ventorrillo, ¡ponme otro ron con limón! Ver la belleza femenina, los hippies bailando sin compás, la vigilancia de las madres al que bailaba con sus hijas, los cruces de miradas entre novios, novias, ex novios y ex novias, amantes tímidos, los que subían al escenario, el movimiento, la evolución y coreografías de orquestas y cantantes. Era un auténtico espectáculo.
Admiré a hombres y mujeres que eran estrellas en las verbenas. Serios y elegantes se movían recorriendo la plaza, o en un recodo, admirados y envidiados, parecía mágico ver moverse a Lucio el de Hermigua, a José Sama, a Miguelín Fula, por nombrar a hombres.
Pero yo era solo eso, un espectador, un mirón. No participaba realmente, muy pocas veces bailaba y se notaba. A veces metí la pata, fui inoportuno.
Ya les decía que, con los años, cada vez salgo menos por la noche y además defiendo que uno no se pierde nada a esas horas. Que todo es mejor de día. Además con ese ruido y tantas copas, los mismos chistes, los mismos comentarios, las mismas anécdotas y mucho chiquillo en los bailes. No puede ser, no puede ser…
Estamos pasando momentos complicados con la pandemia, debemos ser prudentes, aunque las cosas parece que van mejorando. Por eso les ruego que no se entusiasmen mucho con lo que les voy a contar.
Hace unos días leí a un extraordinario periodista, en una entrevista que le hacían, decir que no era bueno hacer muchas confidencias personales sobre todo domésticas, que siempre uno se avergonzaba, aunque al mismo tiempo era liberador el ejercicio. Con estas prevenciones les cuento: me gusta ducharme escuchando música, todo lo fuerte que sea posible. Hoy en día con los altavoces inalámbricos y los móviles es mucho más fácil. Los sábados y domingos son los días grandes, el resto de la semana es más complicado, no lo hago, vamos. Casi siempre oigo música clásica, opera, músicos del romanticismo, me dulcifica, me estimula.
Desde hace unos cuantos fines de semana se produce un hecho, cuando menos curioso. Cuando estoy secando esta inmensidad de cuerpo, sin pensarlo mucho, casi como un sonámbulo, voy al móvil y busco otra música distinta, bien diferente, con ritmo de baile, la pongo. Los “piecillos” que asoman bajo la toalla, se sueltan, se liberan, se mueven solos y bailo. Salgo del baño y cruzo la casa como si estuviera en la plaza de Las Rosas. Ya he descubierto las mejores canciones y el mejor ritmo. Les digo y hacen la prueba. Busquen en you tube, en spotify o donde quieran, un cantante que se llama Eddy Herrera y pongan una canción suya, “Presumida” o “Tu eres ajena”. Ay mi madre, como cambia el cuerpo, las piernas se vuelven mágicas y el espíritu de todos esos bailarines que les nombraba se apodera de mí. Merengue del bueno. Se me van los pies.
¡Que ganitas de un baile, de una verbena! Y de noche, claro.
Benjamín Trujillo.
btrujilloascanio@gmail.com
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