Ya sabemos que el sistema educativo en este país no goza de buena salud, en referencia a resultados cualitativos. Así lo confirman un año tras otros informes internacionales. El hecho de que aprobar o suspender no tenga incidencia en cuanto a pasar de curso, es una fuente inagotable de apatía en los estudiantes, que, desgraciadamente para nuestra sociedad, se conforman, una significativa mayoría, con ir pasando como se pueda, arrastrando asignaturas del año anterior sin vergüenza, manteniéndose en su zona de comodidad y escurriendo el esfuerzo, palabra que, en muchos casos, no han oído jamás y menos lo han puesto en práctica. Nelson Mandela decía que “la educación es el arma más poderosa que puedes tener para cambiar el mundo”. Cierto, pero que sea de calidad, exigente y esforzada, para conseguir sacar los frutos de unos profesionales con garantía de éxito y competencias. Que la mayoría de nuestros dirigentes públicos, sean elegidos por el partido político de turno, no por sus talentos o expediente académico, sino por ser obedientes o sumisos al líder de turno y a la vez, buenos burócratas de la organización, explica muchos de los desastres que sufrimos. Así es comprensible que, en este país, se produzcan paradojas, como que, sobre un mismo asunto, los datos oficiales sean divergentes e incluso antagónicos, según el departamento o servicio administrativo que lo publique. No es ninguna novedad que el Gobierno Central aporte cifras determinadas y después cada Comunidad Autónoma o la afectada en un caso concreto, presente otras cantidades, que no tienen ninguna similitud. Si no sabemos sumar o restar, mal nos va, que es precisamente lo que nos está pasando.
La COVID-19, aparte de su dramatismo y sufrimiento en si misma, que ha llevado y continúa manteniendo un dolor inmenso, ha sido una manifestación grotesca del relativismo informativo llevado al máximo grado, con medias verdades, que han provocado un permanente desconcierto en la ciudadanía que, unido a las continuas falsas noticias en las redes sociales, ha provocado desconcierto general y que nadie crea nada, ni a nadie. Todo se pone en duda, porque no hay certezas. Los gestores de la pandemia nos han enseñado que hoy se puede decir una cosa y mañana la contraria, sin apenas cambiar de cara, ni sonrojo alguno. Lo que es bueno un día, es lo más peligroso al siguiente e incluso vuelve a establecerse como correcto un tiempo después. Así estamos todos y con razón, desconfiados de los que deberían darnos la tranquilidad que se exige en estos momentos tan difíciles que padecemos.
Tener e informar puntualmente con veracidad del número, cifra o cantidad exacta, sobre cualquier parámetro relacionado con la COVID-19 es primordial, porque esta crisis no sólo es sanitaria, sino que ha degenerado en una profunda recesión económica y una espantosa quiebra social. Hay sectores económicos, conformados mayoritariamente por pymes, microempresas y autónomos, es decir, empresas familiares, que han surgido del esfuerzo, en algunos casos de varias generaciones, que están al borde de la supervivencia o mejor dicho, a punto de cerrar. Las asfixian las medidas restrictivas recomendadas por las autoridades, que en muchos casos generalizan males, en quienes no tienen culpa y cumplen escrupulosamente con los protocolos establecidos. Hay que ser responsables, porque cuidándonos cada uno, nos protegemos todos, pero también esa responsabilidad hay que exigírselas a los que determinan las normas y su cumplimiento. Que fácil es decretar que se cierre un establecimiento o empresa y que difícil es ponerla de nuevo en marcha, si es el caso, porque muchas nunca más abrirán. En Canarias, en cuanto a los datos de incidencia, parece ser que hay alguien que no sabe contar o por el contrario, sabe contar o descontar más de la cuenta, para que Tenerife siempre salga perdiendo
Oscar Izquierdo
Presidente de FEPECO