POR BENJAMÍN TRUJILLO.- ¡Anda! Vete a dormir ya. Mañana te tienes que levantar temprano y yo también, y apaga esa tele ya. Venga, venga. Maribel apuraba a acostarse a su hijo Román, tenía que ir a una consulta con el médico, en La Villa, en el hospital y tenía que coger la guagua tempranito, con su abuela. Ella no podía acompañarlos, salía también temprano a trabajar.
La abuela preparaba y metía cosas en su bolso, su documentación, los papeles del médico, la cartilla del banco, un sobre con dinero, unos pañuelos y las demás cosas que una mujer lleva. Aurora, la abuela, vivía con Maribel y su nieto en Hermigua, en el Valle Alto, en La Alameda. Su hija era madre soltera y ¡menos mal! Porque el que era su novio, el padre de Román era un tarambana de mucho cuidado, nunca preguntó por el hijo, ni se conocen, y además ya hace años que se fue del pueblo. Román acaba de cumplir diez años, se esfuerza muchísimo en la escuela y ahora que terminaron las clases y que su madre trabaja en la campaña de incendios con Tragsa pasa casi todo el día con la abuela, va a los terrenos con ella, la ayuda con los animales, con la compra y salvo cuando baja al campo de fútbol, al Curato, que eso es sagrado, todo el día, abuela y nieto están pendientes el uno del otro.
Desde las cuatro de la tarde, ahora con vacaciones, Román baja al campo de fútbol, juega con amigos, entrena con los infantiles, ve el entrenamiento de los mayores y alguna vez el entrenador le pide que juegue un rato con ellos. Él se fija sobre todo en la colocación, igual que hace cuando ve la tele, en como situarse con el balón, sin él, en ataque, en defensa. Es su pasión y su sueño.
Duérmete ya mi cielo, lo besa en la frente, lo arropa y apaga la luz.
La guagua pasa por Hermigua a las ocho y diez, ocho y cuarto y desde La Alameda hasta la parada no hay mucha distancia, desde las siete y media Aurora y Román están esperando la guagua. La mañana es fresca, está nublado y al amanecer lloviznó un poquito.
La guagua llega a su hora, las ocho y diez, viene poca gente, seis personas. Suben y se colocan en la fila frente al conductor, en la zona media, buenos días Aurora, dice una mujer rubia sentada en la parte de atrás, buenos días, no te conocía, ahora con estas mascarillas es difícil ¿cómo andan? Bien, bien, aquí vamos a La Villa, ya sabes, papeleos y esas cosas ¿Este es el de Maribel? ¡Mi madre qué grande está! Sí, ya está hecho un hombrecito. Diez años que tiene.
Román no atiende mucho a la conversación de su abuela y sigue soñando con el partido de anoche, con la derrota de España, con lo bien que jugó, con la pena que le da que no estén en la final.
El viaje ha sido rápido, ya están en la puerta del hospital, sin darse cuenta. Bueno Aurora, dice la señora del fondo ¿vienes por algo malo al médico? No, no, visita de rutina al niño. Todo bien, bueno alegrándome de verte, da saludos. Igualmente.
A Román le gusta el hospital, lo ve grande, lustroso, solemne, con los techos altos y el brillo del suelo, la señalización moderna, como los que salen en las películas. Está un poquito nervioso aunque su madre, su abuela y el médico de Hermigua le han dicho un montón de veces que de lo que se va revisar no es nada importante, cosas de muchachos creciendo.
Preguntan en el mostrador por la consulta de pediatría, en la planta alta señora, a la derecha. Suben y se sientan en la sala de espera. No hay mucha gente hoy. Algunas caras conocidas y Aurora saluda con un movimiento de cabeza ¡Buenas a todos! Dice y saca una revista del bolso. Román sonríe con timidez y levanta la mano discretamente para saludar a un niño que está en el otro lado de la sala, la abuela mira para él y le acaricia la cabeza. Es Rubén, es de Playa Santiago y lo conozco del fútbol, juega en el Santiago.
Román Hernández, se oye por la megafonía y se levanta rápido. Vamos abuela, consulta tres dijeron. Los recibe directamente la pediatra que es joven y rubia. Buenos días, pasen ¿Tu eres Román? Si señora contesta. Entra un señor con pijama verde a la consulta acompañado de una enfermera. Entonces este señorito es D. Román. Es un hombre ya eh. La pediatra le explica a la abuela que es un cirujano infantil que viene una vez al mes desde el hospital de La Candelaria en Tenerife y que será él quien mire a su nieto. A ver muchachote, quítate la ropa, déjate solo el polo. La abuela hace ademán de ayudarlo pero el niño lo hace de manera dispuesta y le da los tenis, los calcetines, el pantalón y los calzoncillos. El médico le dice que lo van a pesar y a medir, cosa que hace la enfermera. Perfecto Román es usted casi un hombre y con un cuerpo perfecto para su edad ¡bastante alto diría yo! Y no le sobra ni un gramo de peso. Estupendo. Mira te voy a palpar por la parte baja del estómago y alrededor de los testículos, no te apures, ni te pongas nervioso que tu eres grande y no te voy a hacer daño. Después de tocarle por toda la zona inguinal, el comienzo de los muslos y el bajo vientre el médico dice, perfecto, ni rastro del ascensor. Hace unos meses su madre se asustó con un bultito y le dijeron que podía ser testículos en ascensor y que tendría que verlo un cirujano infantil. El médico les explica que a veces pasa pero que Román está perfecto y bien desarrollado ¿te gusta el deporte? Pregunta el médico. Si, contesta Román. ¿el fútbol? Esa es su vida, dice la abuela. Una pena anoche España ¿verdad? Si, asiente Román.
Salen de la consulta y el niño no puede esconder su alegría y sus ganas de moverse, de dar una patada a un balón y hace un gesto con la pierna izquierda, estate quieto, le dice la abuela. Bajan y desayunan en la cafetería del hospital que a Román también le gusta, le parece de ciudad, se come un bocadillo de pollo con todo y un jugo grande de naranja, estaba hambriento.
Cogen la guagua hacia el pueblo hasta la estación, cuando Román ve que no entran al Hipertrébol, pregunta ¿dónde vamos abuela? Ya verás, vamos y siguen hasta la calle Del Medio, a la tienda de Adidas. Los ojos se le salen a Román mirando unas botas de fútbol que hay en el escaparate, de esas nuevas que parece que llevan un calcetín ajustado, alucina, las mira y remira, no atiende a otra cosa, su abuela le dice ¿ el 38 no? El asiente pero automático sin pensar. El dependiente viene con un par de esas botas de color azul celeste, relucientes, preciosas ¡Pruébeselas señor! Román no sabe que decir, ni a donde mirar. Se sienta y se las pone, son suaves, no pesan nada. Abuela ¿Tu estás loca? Valen mucho dinero y yo todavía soy chico ¡Cállese! Dice Aurora, eres muy buen estudiante, aprobaste todo y con muy buenas notas. Te lo mereces todo.
Deben coger la guagua a las doce y quieren pasar por el híper, tienen tiempo de sobra pero hay que ir ligero. Román no pide nada en el supermercado, ni Nutella, ni galletas de las que le gustan, nada. Solo mira para todos sitios aferrado a la bolsa que lleva ¡Román! Oye que le llaman y gira la cabeza. Ve que es Emilio, el profesor de educación física ¿cómo estás? Bien, bien contesta. Román presenta al profesor y a la abuela. Es un alumno excelente, de lo mejor que hay. Emilio les pregunta si regresan ahora a Hermigua. En la guagua de las doce responde Aurora. Pues si quieren, yo voy para allá también y tengo el coche. Pueden hacer una compra más grande que en el coche la llevan cómodos. No hace falta cristiano. No, no. Vamos en el coche, compren con tranquilidad. Lo tengo ahí fuera en las rayas amarillas. Yo los espero, tranquilos no se apuren. Ay señor, muchísimas gracias, Dios se lo pague. Terminaron de comprar rápido.
Emilio les ayudó a meter la compra en el coche, en el maletero. Román se sentó delante junto al conductor, como un hombre y la abuela detrás, orgullosa y mirando a su nieto.
¿viste el partido ayer Román? Si, si. Que pena verdad. El mejor partido de España y perdieron. Así es el fútbol, así es el deporte. Mira, lee esto que salió sobre Pedri, es un resumen de lo que piensan periodistas y entrenadores de todo el mundo sobre su juego.
Román cogió el móvil y devoró en un momento lo que decía Lineker, Capello, el New York Times, la Gazzetta dello Sport, todos…abuela ¿Tegueste es un pueblo muy grande? Como Hermigua, más o menos, un poquito más si acaso. Román pensaba si uno de Hermigua podría llegar a ser estrella de fútbol. Pedri tiene ocho años más que él. Igual podrían jugar juntos. Se vio saliendo al Camp Nou con su nombre a la espalda y Pedri con él. La abuela lo estaba mirando, vio como se le rayaban los ojos. Román tenia la caja de las botas sobre los muslos y no se dio cuenta de que llegaban, estaba pensando en el equilibrio en la banda izquierda cuando perdieran el balón.
Benjamín Trujillo.
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