Hoy miércoles, 4 de agosto se cumple el noveno aniversario del devastador incendio del año 2012 de La Gomera. Un fuego que quemó el 9,8 % de la isla y el 18,6 % del Parque Nacional obligó al desalojo de una cuarta parte de su población en los momentos más críticos del suceso.
El incendio afectó a muchos animales domésticos, viviendas, ganado y cultivos principalmente en los municipios de Alajeró, San Sebastián, Valle Gran Rey y Vallehermoso y afortunadamente no hubo que lamentar pérdida de vidas humanas.
Los daños más importantes producidos por el incendio se concentraron en las
formaciones de monteverde canario (laurisilva y fayal-brezal), es decir, los bosques
nublados que cubren las zonas altas de La Gomera, según se recoge en el documento ‘Garajonay después del gran incendio de 2012’ elaborado entre otros por el director conservador del Parque Nacional de Garajonay, Ángel B. Fernández además de Luis A. Gómez González y María Gómez y produjo «daños ecológicos muy graves,
especialmente en los bosques de laurisilva del Parque Nacional de Garajonay».
El fuego, de origen intencionado, tuvo una duración de cerca de tres interminables y
agotadores meses, iniciándose el 4 de agosto, y declarándose extinguido el 30 octubre
de 2012, según se señala en el mencionado documento de ‘GESTIÓN Y PLANIFICACIÓN EN LOS ECOSISTEMAS FORESTALES» en el que se apuna que «previamente, desde el mes de mayo, la Isla había padecido la actividad de incendiarios, que provocaron hasta una treintena de conatos que pudieron ser sofocados a tiempo, así como un incendio, que quemó unas 100 Ha de formaciones jóvenes de monteverde y matorral en las proximidades del Parque Nacional».
Se apunta además que el gran incendio tuvo lugar en condiciones meteorológicas muy adversas, con altas temperaturas, muy baja humedad relativa y fuertes vientos racheados, a todo lo cual hay que sumar una severa desecación de la vegetación, consecuencia de una
sequía muy intensa que se arrastraba desde el verano anterior. Todos estos factores, junto con la topografía montañosa de la isla, y la alta inflamabilidad de buena parte de la vegetación, especialmente la del entorno del Parque Nacional, propiciaron un comportamiento extraordinariamente violento y explosivo del fuego durante varias fases del incendio. Esto motivó que se situara fuera de capacidad de extinción en distintos momentos, haciendo que las operaciones fueran tremendamente duras y arriesgadas.
La entrada del fuego en zonas boscosas maduras, con suelos muy ricos en materia orgánica y enraizamientos profundos de los árboles, facilitó su permanencia hasta que la llegada de intensas lluvias a finales del mes de octubre consiguió sofocarlo definitivamente.