El domingo a las tres y algo saltó un aviso en el móvil. Erupción en La Palma. Medio adormilado en el sofá, coges el teléfono y buscas lo que dicen los periódicos, todavía poco, la misma nota de agencia redactada más o menos igual y sí, confirma que por fin los rumores, ruidos, temblores y temores se convierten en una erupción en una de las zonas “previsibles”, La Cumbre Vieja”.
Pongo la televisión y están empezando a emitir con algún periodista ya en la zona, que nos muestra imágenes que comienzan a ser espectaculares al mismo tiempo que vamos comprobando las prisas y las angustias de los redactores en directo intentando satisfacer lo que les sugieren o exigen desde los estudios centrales de las cadenas ¡cuénteme usted, qué pasa, qué va a pasar, cuanto durará y todo lo demás, así, sin anestesia. Y se producen errores, frases inconvenientes, carreras y comienzan esos largos directos que no cuentan casi nada y que solo sirven para crear un lío informativo en el que, según pasa el tiempo, todo se entiende menos.
El lunes, después de las radios mañaneras, puse de nuevo la tele y que va, la apagué de inmediato, no la he puesto más en ningún sitio donde hablen del volcán, donde con la excusa de hablar con las personas afectadas solo buscan el morbo, mostrarnos gente con inmenso dolor y que lo más natural sería que a la pregunta de ¿cómo se siente? soltaran un profundo y desgarrador grito y un ¡A la mierda coño! No, intentan ser educados y contenidos después de perder casa, propiedades, su lugar y su historia personal y familiar.
Hay cosas que no se pueden contar con la televisión en directo. Se puede informar de cómo está la situación de la erupción, de su evolución, de las medidas tomadas, pero eso no se hace, porque se pretende mezclar con lo que llaman “la información humana” “la tragedia humana” “la importancia de las personas” y ahí, todo se pervierte, se envilece, se convierte en circo y da asco. Y llega la reacción de algunos que contemplando ese espectáculo decimos ¡no! Otros lo siguen como al drama de Rociito, y encima, algunos políticos, periodistas estrellas y otras figuras mediáticas aprovechan para hacerse la foto, entre la profunda tristeza de los palmeros y los fogonazos de la lava que avanza.
Otra cosa es, Palma, Las Palmas, Gran Canaria…¿cuándo aprenderán de verdad los nombres de las islas? Las muestras de ignorancia geográfica, histórica y política sobre nuestro archipiélago siguen siendo altísimas en La Península, es decir llamarlos godos sigue teniendo total vigencia y le afecta a todo el espectro político y periodístico.
La palabra solidaridad se dice tantas veces que suena falsa, parece una imposición, un término imprescindible del guión que cubra la miseria de todo el teatro montado.
Mientras, en redes sociales y en algunas televisiones, se aprovecha las malas condiciones que se puedan dar al alojar a los que han perdido sus casas para atacar a los inmigrantes, a los negros, y se sigue construyendo ese estado mental que confunde el culo con las témporas y que solo sirve para confundir y no hablar de los problemas reales que tenemos en un estado moderno del siglo XXI.
Gente incapaz de emocionarse con el bolero más sensiblero reparte ahora poesías sobre La Palma que podrían ser dichas perfectamente por el galán de una telenovela turca.
¿Qué pasará cuando el volcán pare, cuando las televisiones dejen de montar sus shows en la isla porque tienen otra cosa?
¿Seremos capaces como sociedad de responder de manera rápida, eficaz y democrática a las necesidades de los palmeros?
Me gustaría que fuera así y que les pudiéramos cantar a los peninsulares una isita palmera lenta y hasta unos Aires de Lima.
Benjamín Trujillo.
btrujilloascanio@gmail.com
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