Estamos viviendo otra vez un año difícil. La salida de la crisis económica que causó la pandemia mundial no está siendo como muchos esperábamos. El saldo de los daños que provocó el crack económico y comercial es terrible: empresas perdidas, autónomos asfixiados, empleos aniquilados… Los sueños y esperanzas de muchas familias se quedaron por el camino de la pobreza y las deudas.
Pero esto no ha terminado. Primero, porque aún no hemos acabado de vencer a la enfermedad. Hay datos que empiezan a ser preocupantes en algunos países europeos que son fundamentales para nuestro turismo. Pero, además, porque la recuperación económica empieza a demostrar que puede tener plomo en las alas. Sobre todo para quienes menos tienen, para los más vulnerables.
Estamos a dos meses de que acabe este año y las noticias nos adelantan que el incremento del Índice de Precios al Consumo puede estar en torno a los cinco puntos. Eso significa, en la práctica, que los salarios de la gente mermarán en esa cuantía. Y cualquiera puede darse cuenta ya, cuando hace la compra en el supermercado o cuando pone gasolina, que comprar las mismas cosas o poner el mismo combustible es más caro. Y eso que el proceso que traslada los aumentos de los precios a los artículos aún no ha terminado. El incremento del precio de la energía eléctrica también empobrece a las familias. Y el aumento de los costos del transporte contribuye a encarecer las importaciones lo que también repercutirá al alza en el precio de los bienes de consumo.
Canarias es uno de los territorios más vulnerables a los efectos de un encarecimiento del costo de la vida. Primero, porque es una de las regiones donde se registran los precios más altos del Estado en bienes de primera necesidad, como la cesta de la compra. Y después, aunque no menos importante, porque nuestra tierra, desgraciadamente, tiene unos salarios a la cola de la cola de los sueldos de nuestro país.
Las islas exportan e importan como los seres vivos exhalan e inhalan oxígeno. Vivimos gracias a nuestras comunicaciones, que nos permiten abastecernos y colocar en otros mercados nuestras producciones. El encarecimiento del IPC nos empobrece, pero las dificultades del transporte y el encarecimiento de los fletes es un terrible castigo añadido que cae sobre nuestra lejanía e insularidad. Y en islas como La Gomera el daño se multiplica porque padecemos los efectos añadidos de la doble insularidad.
Todo esto preocupa. Porque si el año que viene se produce un empeoramiento de estas circunstancias, si se producen cambios en las políticas de liquidez del Banco Central Europeo o no se termina de recuperar la logística del comercio internacional —afectada aún por el parón de la pandemia— territorios archipelágicos como el nuestro pueden sufrir consecuencias de calado.
Ahora mismo estamos ocupados y preocupados por la terrible situación de nuestros hermanos de La Palma, que padecen las consecuencias destructivas de un volcán. Y como no podía ser menos, hemos preparado todos los recursos para ponerlos a disposición de la reconstrucción de las zonas arrasadas de esa isla. Lo que vengo a pensar hoy, al hilo de todos estos temores que he expuesto, es que tal vez deberíamos prepararnos para afrontar también otro tipo de efectos negativos. Unos que pueden afectar a la recuperación del turismo del que vivimos y que pueden incidir en las economías de los más vulnerables que apenas llegan a fin de mes.
Es muy complicado que Canarias pueda aguantar sin graves quebrantos no ya una tercera crisis, sino la prolongación de esta que no hemos terminado de superar. Sin embargo, estoy convencido que desde la unidad y la constancia, estas islas afrontarán unidas estos retos, de los que debemos salir aún más reforzados.