Es un espacio singular, y único en muchos aspectos. Más de 1,6 hectáreas de árboles provenientes de todo el mundo, que se reparten en terrazas de piedra rectilíneas y longitudinales. Su localización es perfecta, en suelo fértil del tramo final de la desembocadura de la cuenca de Vallehermoso, al abrigo de laderas, cercano a la costa, y con temperaturas ideales para la aclimatación de especies. A modo anecdótico, y para refrendar las excepcionales condiciones bioclimáticas de la zona, me viene a la cabeza la visita al Ayuntamiento de Vallehermoso de unos inversores que querían comprar todo el terreno que fuere factible, desde el Jardín Botánico en dirección a la Playa de Vallehermoso. Cuando se informaron en la oficina municipal del catastro que las parcelas eran muy pequeñas, y centenares sus propietarios, desistieron de su idea de implantar una especie de “Loro Parque gomero”. Me queda en la memoria su insistencia en que esa era, y no otra, la ubicación idónea para sus plantas y aves.
A principios de los años 90 del pasado siglo, a iniciativa y petición del Cabildo Insular de La Gomera, un equipo dirigido por el arquitecto Fernando M.Menis redactó el proyecto y dio comienzo a las obras de “aterrazado”, siendo el botánico David Bramwell responsable de la elección y distribución de las plantas para dar sentido a la siguiente zonificación: palmeras. fllora gomera, flora macaronésica, vegetación procedente de América hacia Europa, vegetación procedente de Europa hacia América, cactus y crasas, plantas útiles-medicinales, viveros e invernadero de flora tropical.
Una década más tarde se daba comienzo a la construcción del centro de interpretación.
Han pasado treinta años y todavía el jardín no se ha inaugurado, ni abierto formalmente. Sin embargo es un espacio emblemático, conocido y querido. Cierto es que un jardín de estas características precisa de paciencia para su madurez y funcionamiento pleno, pero también es verdad que ha padecido de prolongados olvidos, así como de cierta desafección. Sus resurrecciones en las últimas dos décadas coinciden con atenciones que puntualmente les han llegado de la mano de pacientes y laboriosos agricultores encargados de su cuidado (Marcos, Vivente, o Pito) o de programas de formación en alternancia con el empleo (Taller de Empleo de Trabajador Forestal Cualificado).
Y el Jardín Botánico del Descubrimiento de Vallehermoso sigue ahí. A veces más lustroso y otras menos, acogiendo celebraciones, como las múltiples ediciones del Festival Sonoro del Atlántico, o sorprendiendo a curiosos y visitantes que en modo accidental, o por recomendación de su guía de viajes, recorren con perplejidad y satisfacción sus recovecos.
Muchos, tras su visita al botánico, vuelven a mi oficina o me escriben para contarme sus impresiones. De ese feedback puedo decir que todos suelen catalogar de excelente la iniciativa de crear el jardín, a la inmensa mayoría les sorprende favorablemente lo visto, casi todos sugieren mejoras puntuales y algunos recriminan descuidos tales como árboles muertos de sed, la abundancia de hierbas o ausencia de cuidados de jardinería/selvicolas.
Con todo, es la carencia de un funcionamiento normalizado de sus instalaciones lo que más llama la atención a los turistas, y creo que a los propios gomeros también. El centro de visitantes está cerrado y a las zonas plantadas se accede por diferentes entradas, en modo furtivo, pero tolerado.
He conocido algunas propuestas para su revitalización, alguna centrada en su tematizacion botánica, otra que impulsaría el trabajo voluntario para mantenerlo limpio y vivo, u otra que buscaría sobre todo una ampliación de su espacio de aparcamientos.
Ni rápido, ni fácil, ni económico. Posibilitar que nuestro jardín abra algún día sus puertas, como Dios manda, precisa todavía de muchos esfuerzos y de diversa índole. Recientemente ha finalizado una encomienda de mejora ejecutada por TRAGSA, y aún así, ahora mismo, resultan palpables las carencias no afrontadas.
Una acción perseverante, y mantenida en el tiempo en su cuidado, sea posiblemente la solución. Pienso que una ampliación de su espacio es, sin lugar a dudas, pertinente. Estamos ante un diamante en bruto cuyo lento pulido bien vale la pena.
Lo contrario supondría algo así como tener un Bugatti encerrado en un garaje. Y que preguntado su propietario sobre el porqué no circulaba ese coche exclusivo y de lujo por las carreteras, este respondiese “…. es que darlo de alta y su mantenimiento me resultan muy caros”.
M. Fernando Martín Torres. Diciembre 2021.