(*) Por Manuel Herrera Hernández.- En Las Palmas se conocía desde hacía tiempo que Don Benito estaba enfermo. La prensa canaria publicaba las noticias sobre su estado de salud. También por sus familiares de Madrid y de Las Palmas se tenían noticias. Por esto en la ciudad natal de Benito Pérez Galdós se pasaba entre alternativas de esperanza y desaliento. Se tenía información, además de los diarios de Madrid, por los canarios que se reunían en las tertulias de los cafés y también en la misma casa de Galdós en Hilarión Eslava, 7. A esta última acudían, entre otros canarios, sus amigos Luis Doreste Silva, Tomás Morales, José Betancort (Ángel Guerra), Claudio de la Torre y Vicente Llorente Matos.
Había cumplido sesenta y dos años cuando sufrió una hemiplejía transitoria y, a partir de aquí, don Benito tendrá que escribir con lápiz. Se conoció, además, que Gregorio Marañón siendo aún estudiante de Medicina le examinó la vista y que al salir explicó a José Hurtado de Mendoza que su tío padecía cataratas. Por otra parte, desde entonces la evolución de la enfermedad no era buena. Galdós se quejaba de dolores reumáticos y de neuralgias; la marcha era insegura y algunos comentaban que tenía ojos ratoniles con las pupilas estrechas y desiguales. El doctor Alejandro San Martín, catedrático de San Carlos, que era entonces el médico de la familia Galdós aconsejó que le viera también Manuel Márquez, catedrático de oftalmología. Este diagnosticó que Galdós padecía una iritis y cataratas más acentuada en el ojo izquierdo aconsejándole que tuviera paciencia y que le operaría a su tiempo.
Más tarde, en la última semana de 1907, Galdós tomó a Pabló Nougués como amanuense, debido a que la pérdida de la visión le hacía difícil proseguir su trabajo. Galdós se quejaba con amargura de la situación difícil que era dictar a un secretario porque, decía, «la pluma es nada más que la prolongación del alma del escritor, que deja una parte de su ser en las páginas de su manuscrito.» Nougués se dio cuenta que don Benito no veía bien y que los ojos, así como sus pupilas, eran pequeños. También advirtió que al caminar tropezaba con frecuencia y que al escribir no siempre guardaba una línea recta ni mantenía una altura uniforme en las letras de una palabra. Al mismo tiempo Galdós se quejaba de un dolor lancinante en las regiones temporales y de irritación en el ángulo del ojo izquierdo, pero hizo que Nougués le prometiera no revelar nada y le insinuó que podría ser a causa de las cefaleas intensísimas que sufría desde unos pocos años antes. A lo largo de 1908 sus padecimientos son permanentes y cuando no son los catarros bronquiales, que él califica casi siempre como gripe, son afecciones neurálgicas diversas o el reuma. Otras veces es el flemón dentario y la progresiva falta de visión, así como la dificultad al andar. Pero nada impide su vida íntima ni la pasión por su trabajo de escritor. Se acercan los últimos años de Galdós. En sus cartas a Teodosia Gandarias le comunica a veces su pérdida de visión y los tratamientos para la irritación a los ojos con «lyorana» y colirio de pilocarpina que el doctor Márquez le había recetado como remedio para su enfermedad.
En 1911 Galdós estaba concluyendo con mucho esfuerzo su Episodio La primera República. Por fin, el día 25 de mayo de 1911, en su casa de la calle de Alberto Aguilera, se realizó la operación de extraerle la catarata del ojo izquierdo por Manuel Márquez. Uno de los accidentes que pueden sobrevenir durante la cirugía de catarata es la luxación del cristalino en el espacio del cuerpo vítreo, donde desaparece y se hace muy difícil extraerlo. Esto, desgraciadamente, es lo que ocurrió durante la operación de Galdós. El doctor Márquez advirtió, además, que existía el riesgo, después de la operación, de infección con la inflamación consiguiente. La infección fue tratada con inyecciones intravenosas de cianuro de mercurio, usado en aquella época no sólo como antisifilítico sino también como antiflogístico. Sin embargo, apareció una obstrucción de la pupila a causa del exudado que no pudo reabsorberse y perdió la vista en ese ojo. La convalecencia fue insoportable para el enfermo y su familia. Desde 1911 Nougués tenía que escribir lo que le dictaba don Benito. Ahora los días y las noches parecían inseparables y Galdós calificó su existencia como una sombra que llenaba una caverna profunda. Además, si observamos su escritura, esta es cada vez más irregular y la grafía más desmesurada. Por otro lado, Márquez no aclaró que la catarata en el ojo derecho, una vez ya recuperado de la operación en el ojo izquierdo, precisaba una pronta operación.
En este verano de 1911 se acentuaron, además de la distimia de Galdós, otros síntomas como un caminar inseguro, apoyándose en el bastón más que antes y no andando derecho sino haciendo eses. Es importante subrayar que, en el Nouveau Traité de Médicine de Brouardel et Gilbert, en el capítulo Maladies de la Moelle Épiniére dice Joseph J. Dejerine que «los tabéticos caminan haciendo eses». Y añade Dejerine que en la tabes «[…] la escritura es como el gráfico de la incoordinación; es temblorosa, irregular, las letras mal ensambladas, desigualmente distantes, de dimensiones variables, las líneas demasiado delgadas o demasiado gruesas». Como observamos describe exactamente la escritura de Galdós.
Por otro lado, es cada vez mayor la falta de vista en el ojo derecho. Y, por fin, en la casa de Hilarión Eslava,7, fue operado de catarata del ojo derecho el 30 de mayo de 1912. La catarata era también de gran tamaño, comparable a un altramuz voluminoso, con puntos negros pigmentarios en su superficie. La operación fue realizada por el profesor Márquez y actuando como ayudante su esposa, la doctora Trinidad Arroyo. El resultado operatorio fue bueno y don Benito recuperó la visión por su ojo derecho. Después de esta segunda operación Galdós quedó menos hablador que nunca y su voz sonaba monótona y opaca. La expresión inmóvil de su cara ocultaba sus pensamientos y daba a todo él una apariencia de estatua. Posteriormente, en el verano de 1912, Galdós llegó a Santander. Está lleno de optimismo y cree que su falta de visión es debida a que precisa otras lentes. De regreso a Madrid acudió a la consulta del doctor Márquez que le hizo un examen del fondo del ojo derecho y encontró la papila de color ceniciento afirmando que era un síntoma manifiesto de reblandecimiento. Galdós, como de costumbre, cumple el tratamiento con los yoduros y colirios y lava sus ojos con agua boricada. Por desgracia a final de 1913 Galdós estaba totalmente ciego y ya siempre se le veía acompañado de su lazarillo, que, en ocasiones, era Pablo Nougués y, con más frecuencia, Victoriano Moreno o Paco Menéndez. Desde entonces Don Benito definitivamente también tenía ya que escribir todas sus obras con la ayuda de Nougués. La reacción espiritual de Galdós a su cataclismo ocular fue de resignación. Nunca se quejó de lo ocurrido, ni consintió que nadie censurase al doctor Márquez. La ceguera no le quitó su sencillez, su bondad, ni su carácter candoroso e infantil. Galdós, ya cerca de los setenta y cuatro años, viejo y ciego, se esforzó aún para no abandonar ni su trabajo ni sus paseos.
Galdós parece la figura de El abuelo, es un anciano alto, huesudo, pálido, un poco encorvado. El bigote amarillo de nicotina le cae sobre la boca. Le queda una pelambre canosa y lacia. Unas gafas negras le enternecen los ojos ya sin luz. Viste con descuido prendas sumamente holgadas. Su mano derecha se apoya en un viejo bastón, su garrote. La izquierda se coge al brazo de quien le sirve de lazarillo. Y, en el hotelito de la calle de Hilarión Eslava, se le veía en un sillón antiguo, abrigado con una manta sobre las extremidades por su sensibilidad al frío, inanimado como una esfinge, sin atender, al parecer, a la charla de cuantos amigos acudían a darle tertulia. Únicamente ciertos temas, recuerdos y cantos de su infancia canaria lograban atraerle.
El 29 de septiembre de 1917 Galdós, por consejo de Marañón, regresó a Madrid desde Santander, ciudad en la que ya no volvería a veranear. A veces tenía caprichos y su carácter se volvía irascible e intratable. Paco, su criado Francisco Menéndez, cierto día ayudó a levantarle de su sillón y don Benito permaneció de pie durante algún tiempo. Intentó avanzar unos pasos, pero sus zapatos parecían pegados al suelo. Estaba ciego y titubeaba, perdía la estabilidad, y comprendió que era incapaz de guardar el equilibrio. Recordemos que el profesor Dejerine dice que «el atáxico no puede permanecer de pie con los pies juntos y los ojos cerrados; el enfermo no puede, a pesar de sus esfuerzos, conservar la inmovilidad, y esto es la primera manifestación del signo de Romberg». Y continúa que, agarrado a un bastón o a un brazo, el atáxico conserva aún cierta marcha acompasada; pero, abandonado a sí mismo, es incapaz de avanzar, los pies parecen pegados al suelo. En fin, en un grado extremo, la posición vertical y la marcha llegan a hacerse completamente imposible y el enfermo es confinado en la cama. Ya en el último periodo de la enfermedad, a partir del 13 de octubre, en que sufrió el primer ataque de uremia, aumentó de tal modo la ataxia que Galdós no podía tenerse en pie y tuvo que permanecer en la cama.
Las últimas salidas habían sido el 19 de enero de 1919 para la inauguración de su estatua labrada por Victorio Macho en el Parque del Retiro y el 22 de agosto que dio un paseo en coche. En la etapa final se acentuó los síntomas de insuficiencia renal, aumento de la uremia, fatigabilidad, somnolencia, voz baja, cefalalgia, hemorragia intestinal y enfermedad cardiovascular hipertensiva. Pienso que Galdós padecía sífilis terciaria (o tardía) manifestada por neurosífilis tabética y sífilis ocular que fue la causa de su ceguera y, además, arterioloesclerosis con nefrosclerosis e hipertensión.
Publicó El Fígaro, diario de Madrid, el mismo día de su muerte que un familiar, al preguntarle por la causa de la muerte, dijo que «Don Benito padecía de arteriosclerosis y reblandecimiento medular». Curiosamente esta enfermedad Galdós la había descrito en su novela Lo prohibido. Por otro lado, disponemos de la aportación del doctor F. Javier Cortezo-Collantes, que afirma que el profesor Marañón diagnosticó una iritis que, según Marañón, en aquella época su causa más frecuente era la sífilis. Se ha identificado la diabetes como la causa de los trastornos visuales de Don Benito. Sin embargo, no hemos encontrado referencia de que Galdós padeciera diabetes en los prestigiosos médicos que le trataron como Federico Rubio, Alejandro San Martín, Enrique Diego Madrazo y Manuel Tolosa Latour, así como tampoco en los oftalmólogos Manuel Márquez, Rafael García-Duarte, Francisco Delgado Jugo o Santiago de Albitos. Gregorio Marañón relata que Don Benito era muy austero con la comida, apenas si probaba el pan aunque era bastante goloso; de todos los alimentos, era la fruta el que mayor deleite le causaba y que, hasta las últimas complicaciones próximas a la muerte, gustó los plátanos de su tierra, con las harinas que fueron el primer alimento de su niñez.
El doctor Márquez asistía a la clínica, de fama mundial, Allgemeinen Krankenhaus, en Viena, atraído por las enseñanzas del profesor Ernst Fuchs. El juicio que se hizo del resultado de las operaciones de cataratas y los comentarios adversos impulsaron al catedrático Manuel Márquez a invitar al profesor Ernst Fuchs a disertar en la Real Academia de Medicina sobre la tabes dorsal. En su conferencia Relaciones entre el ojo y la tabes, dada en la Real Academia Nacional de Medicina (Madrid) el 24 de febrero de 1920, afirmó que la conducta diagnóstica ante una tabes requiere, en todos los casos, «además de un examen cuidadoso general del enfermo», realizar el «examen de la sangre y del líquido intrarraquídeo según el método de Wassermann». Finalmente, recordemos que Galdós falleció el 4 de enero de 1920 en su domicilio de la calle de Hilarión Eslava, 7. Marañón, su médico de cabecera, había luchado denodadamente con un proceso urémico y la hipertensión arterial que, en diferentes momentos, había puesto en peligro la vida del ilustre escritor. Como dijo Tomás Morales, en Las Rosas de Hércules, «abuelo glorioso… vais marchando con la sombra a cuestas como una pesada cruz». Con este estudio he querido descorrer la cortina que ocultaba la causa de la ceguera de Benito Pérez Galdós y aportar claridad. Así, he querido honrar también al mayor novelista español junto con Miguel de Cervantes.
*Miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas (AIH)