Hay gente que dice que los Reyes Magos no existen. No pueden estar más equivocados. Porque por supuesto que sí existen, gracias a Dios, desde hace muchísimos años. Yo he visto a Melchor, con el rostro de una mujer mayor, que durante todos los días del año ha ido ahorrando de la pensión o separando algún dinero extra, para tener los recursos suficientes para los regalos de sus nietos. Y he visto a muchas personas con la cara de Baltasar o de Gaspar, trabajadores de sol a sol, que rascan de donde no hay, haciendo un esfuerzo extraordinario para que los ojos de sus hijos y sus nietos se abran de ilusión la mañana del seis de enero. ¿Cómo que no hay Reyes Magos? ¡Hay miles de ellos!
Parte de nuestra infancia está construida sobre sueños e ilusiones. Aunque ya tengamos demasiados años seguro que podemos recordar lo que sentíamos cuando nos contaban las viejas tradiciones de nuestros pueblos, la magia de un lugar en donde había pasado algo o la importancia de dejar un plato con leche y galletas y hasta algo de hierba, para que los camellos y los pajes de los reyes pudieran echarse algo por las noches, cuando nos dejaban los regalos.
Un mundo sin ilusión, una vida desnuda, solo con la pura realidad, está bien para los mayores pero es una desgracia para quienes tienen todavía la capacidad de soñar y de ilusionarse. Y nuestras tradiciones son también parte de lo que somos. De nuestra cultura y nuestra forma de ser. Y como todo eso viene de un pasado que es como es, probablemente debamos incorporar a todas esas tradiciones una presencia femenina que, entre tanta barba y tanta corona, se echa en falta y solo se encuentra en la imagen de la virgen madre en el Nacimiento de Belén.
Pero claro que hay reyes. Porque hay abuelos y abuelas que sacan de donde no hay. Porque hay padres y madres que llegan justitos a fin de mes, pero que cada año hacen un esfuerzo extraordinario para que una de las primeras mañanas del año sea una mañana especial para sus hijos.
Ese, precisamente, es el espíritu que nos puede sacar a todos adelante en este nuevo y difícil año. El Gobierno de España ha dado a conocer las cifras de la creación de empleo a lo largo de los últimos meses. Y son buenas. A poco que la economía ha podido funcionar, se ha producido un incremento de la fuerza de trabajo, reforzada muy especialmente por la inyección de fondos públicos provenientes de la Unión Europea y por las contrataciones realizadas en los sectores de la Sanidad y la Educación.
Hay expertos que nos advierten de los peligros de una falsa prosperidad. Nos dicen que estamos creciendo sobre la mayor deuda pública de la historia, sobre un dinero que tendremos que devolver y haciendo crecer más de la cuenta el peso del sector público. Pero eso es como si a un médico que está reanimando a un ahogado le dicen que los golpes o las manipulaciones que está haciendo sobre el pecho, pueden lesionarle una costilla. Lo que ahora toca es arrancar el motor de la vida. Lo que tenemos que conseguir es que la economía productiva se vuelva a poner en marcha. Y luego todo vendrá rodado.
El sector público español no es mayor que el de la media de los países europeos. No sobra personal público, lo que falla es la eficacia. Lo que está obsoleto son los procedimientos que ha fabricado una burocracia que lo ha convertido todo en inservible. Será uno de los grandes asuntos pendientes del futuro cambiar todo eso para premiar al que funciona y penalizar al que engaña y defrauda a los ciudadanos. Ahora lo importante es que los verdaderos Reyes Magos, esos millones de personas anónimas que cada día hacen posible la vida en este país levantando una persiana, abriendo una ventanilla o encendiendo un ordenador, nos han dejado un regalo extraordinario. La prueba de que cuando la amenaza de la infección ha remitido, gracias a las vacunas, la economía ha vuelto a funcionar. Son los datos que podemos ver hasta diciembre.
Y ese es el mejor regalo que nos podrían dejar a comienzos de año. Esta sociedad tiene el músculo suficiente para hacer posible que volvamos al camino de la prosperidad de todos. Si me lo permiten, después de tanto disgusto, me voy a quedar con ese regalo de alegría y de optimismo al empezar este nuevo año.