Casimiro Curbelo

No. Y mil veces no. No podemos consentir que en Canarias haya ya tres mil menores no acompañados al cuidado de la Comunidad Autónoma sin que por parte del resto de las comunidades autónomas del Estado se haya asumido ninguna responsabilidad y sin que el Gobierno de España haya legislado para posibilitar que la acogida en Península sea una realidad y no dependa de la nula voluntad y solidaridad en las distintas autonomías.

Soy el primero que considera un error la política del victimismo y el enfrentamiento con las autoridades de la administración central, pero el comportamiento con las islas en materia de inmigración desde hace algunos años es inaceptable, intolerable e indigno. Ni se lo merece Canarias, ni se lo merecen, especialmente, las personas que huyen de la pobreza en un viaje que muchas veces termina en una muerte anónima en el fondo del Atlántico.

La Unión Europea y España implementaron los medios técnicos y humanos para blindar la ruta del Estrecho. La entrada de migrantes irregulares en territorio peninsular supone, en la práctica, la imposibilidad de rastrear a las personas que entran, que se pueden esfumar rápidamente en la Península y saltar a otros países del continente europeo. Sin embargo, en el caso de Canarias, la arribada de migrantes se produce en un territorio donde la capacidad de movimiento está limitada y el salto al Continente es imposible. Que la ruta hacia Canarias se haya convertido en la única alternativa para los migrantes africanos no me parece fruto de la casualidad, sino de la causalidad.

Durante décadas hemos visto cómo la UE y nuestro propio país han destinado muchos millones al desarrollo  económico de países vecinos, como Marruecos, que han promovido inversiones en turismo o en infraestructuras portuarias que compiten directamente con nuestras islas. Sin embargo, un importante porcentaje de los ciudadanos que están arribando a nuestras costas proceden de ese país. Nadie ha pedido explicaciones a las autoridades de un territorio vecino al que, por ejemplo, se han marchado nuestros cultivos de tomates. Nadie se ha preocupado de explicarnos por qué miles de ciudadanos marroquíes acompañan a los subsaharianos en su escapada hacia Canarias.

Los problemas complejos no tienen soluciones sencillas. Quienes digan que la emigración se puede resolver de un plumazo, simplemente mienten. No es así. Pero la Europa de las libertades no puede asistir impávida a la muerte de centenares de seres humanos en las aguas cercanas a nuestras islas. Y la España de la solidaridad y la justicia no puede consentir ni un día más que Canarias tenga que hacerse cargo de tres mil menores porque no haya ningún territorio del Estado que haya mostrado el mínimo interés por compartir esa responsabilidad.

El Gobierno español tiene que reconsiderar el valor estratégico de Canarias como plataforma de actuaciones y políticas en el continente africano. Y hacer valer ese papel ante las autoridades de la Unión Europea. África es una realidad en transformación y Canarias no puede ser ajena a ese proceso. Podemos ser protagonistas de muchas de las políticas de desarrollo de los países africanos y convertirnos en una pieza vital en la canalización de las actuaciones que se realicen por la Unión Europea, pero para ello es fundamental que se nos permita jugar otro papel y se nos den la suficientes herramientas.

África no es un problema, es una oportunidad. Hay que mirar más allá del presente, hacia el futuro. Pero lo que ahora mismo están haciendo Madrid y Bruselas es mirar hacia otro lado. Darnos la espalda y mirar por encima del hombro unas muertes que, al parecer, no conciernen a nadie. La única manera de acabar con la pobreza es el progreso y el desarrollo. Las muertes de los que huyen de la desesperación se acabarán cuando en los países subsaharianos existan oportunidades para la vida y la prosperidad. ¿Es tan difícil de entender que podemos ser actores de ese cambio?

Pero es que, además, Madrid y Bruselas pueden matar dos pájaros de un tiro. Radicando en Canarias la sede de organismos destinados al desarrollo de países africanos y convirtiendo a las islas en una plataforma intercontinental entre Europa y África, que no solo cambiará la orientación y el control de sus políticas en el vecino continente, sino que promoverá el desarrollo de un archipiélago que, en las últimas décadas, está manifestando déficits estructurales crónicos con los índices de pobreza y exclusión social.