La primera vez que fui al Museo Nacional de Arte, Reina Sofía, de Madrid a ver El Guernica de Picasso lo hice con curiosidad y casi siguiendo la tendencia de esos años que era para los progres si estabas en Madrid, hacer la visita. Nunca me había producido mucho entusiasmo ver las fotos en el tamaño de la página de una revista o una reproducción de poster.
Pero en el museo después de recorrer un pequeño pasillo, casi en penumbra, apareció aquel tremendo mural, sombrío y luminoso a la vez, potente y grandioso; me impactó. Lo miré con más detenimiento, desde varios ángulos y me gustó, lo valoré y lo sigo haciendo, pero fue el primer encuentro el que me produjo todo. Ya me había sucedido con otras pinturas en otros museos, con algunos edificios, bulevares, ríos o jardines en algunas ciudades que te llevaban, por pequeñas calles o callejones, casi sin querer o por azar, a contemplar tremendas obras de arquitectura o ingeniería.
Alabé y lo sigo haciendo a los diseñadores o responsables de los museos, a los urbanistas y a los artistas que producen ese golpe en mi corazón y ese efecto en mi estómago.
¿Y qué pasa en la naturaleza? Algunas veces con la ayuda de ingenieros y otras por si sola. Desde siempre, atravesar el Túnel de La Cumbre, aquí en La Gomera, me produjo el mismo efecto que antes contaba o me preparó para ello, para la sorpresa ante el misterio y la belleza ¿cómo pasar de Almería a Santander atravesando unos cientos de metros, a través de un húmedo y oscuro camino? O tras una curva, sorprenderte con las laderas de sabinares y la aparición del Roque Cano, o ver entre Los Roques de Pedro y Petra una imagen espléndida e inusual del valle de Hermigua, o los Roques de Agando y Ojila que cual pilares de la entrada de un templo te anuncian el bosque brutal de unos metros más adelante.
Siempre me he opuesto a considerar La Gomera el paraíso mundial o la isla más bella de La Tierra y a esos que hacen de los halagos a esta isla su razón de ser. No es cierto; en todo el planeta hay maravillas y muchas veces, quizás todas, ese “nacional localismo” lleva a esconderse de otras realidades, a negar la existencia del resto del mundo y de otras ideas. Escribo de lo que tengo cerca como ejemplo y porque me gusta, sin comparar, sin desmerecer a nada ni a nadie.
También se produce otro efecto interesante con el paisaje e imagino que no es único mi sentimiento. Cuando vuelvo a mi pueblo desde el norte o el sur y después de un giro de la carretera veo La Villa, veo mi casa, siento la acogida, la del hogar, la de la madre.
Cuando vuelvo a la isla y aparece el espaldón del muelle aún lejos, siento lo mismo, llego a mi casa.
Prueben a asomarse entre Pedro y Petra en Hermigua, intenten oler cuando aparezcan las sabinas yendo a Vallehermoso y eso sí, cuando regresen a La Villa desde el sur o el norte den una vueltita al muelle y no pierdan las buenas mañas.
Benjamín Trujillo
btrujilloascanio@gmail.com
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