Quienes señalan los terribles indicadores sociales de pobreza y exclusión que padece Canarias parecen olvidar que llevamos conviviendo con esa realidad desde hace décadas. Hay también quienes responsabilizan al actual Gobierno de las altas cifras de paro o de la divergencia en las rentas de las familias canarias con respecto a la media del Estado, saltándose olímpicamente el hecho de que la brecha entre las islas y la Península no es nueva y si se agravó especialmente, fue en la primera gran crisis.
Tras padecer ese terrible crack económico del 2008, causado por una economía especulativa salvaje, que hizo estallar el mercado del crédito y el sector inmobiliario, las Islas Canarias empezaron un rápido proceso de recuperación, con indicadores por encima de la media estatal. Entonces llegó el segundo tsunami, una pandemia que paralizó el comercio y el turismo en el que se sostiene en gran medida nuestra economía. Y a pesar de esa nueva circunstancia sobrevenida e inesperada, Canarias ha sabido sobreponerse y sobrevivir. ¿Tan difícil es darse cuenta del milagro que hemos logrado?
Hasta el opositor más recalcitrante tiene que reconocer que la campaña de vacunación realizada en nuestra Comunidad Autónoma, que ha salvado tantas y tantas vidas, es una actuación extraordinaria y ejemplar. Los trabajadores y responsables de la Sanidad han estado a la altura de lo máximo que se podía esperar de ellos. Con el dinero que ha movilizado la Unión Europea, Canarias ha reforzado el personal de la Sanidad y la Educación, y ha garantizado que se siguieran prestando los mejores servicios en las peores circunstancias que nadie pudo imaginar; con los servicios de Salud colapsados por la presión asistencia del coronavirus.
Frente a la solución conservadora que se adoptó en España en 2008 (austeridad y recortes en los servicios públicos, además de una subida generalizada de impuestos) Europa apostó esta vez por endeudarse para poder superar una situación extraordinaria. Las políticas de liquidez han inundado a los gobiernos europeos de recursos en el peor momento para las economías privadas. Y ha funcionado. El sector público ha mantenido en pie al Estado del Bienestar, y además ha derivado importantes ayudas a las familias necesitadas, a las empresas en dificultades, a las pequeñas y medianas empresas y a los autónomos.
Canarias ejecutó el año pasado más de dos mil millones en fondos provenientes del Gobierno de España que se destinaron a reforzar los servicios públicos esenciales. Pero además, se han sustentado unos ERTE que han sido fundamentales para mantener vivos a trabajadores y empresas al borde de la extinción laboral por la desaparición de la actividad. Se repartieron más de mil doscientos millones en ayudas directas a las pymes y autónomos. Y se ha intentado mantener vivo el tejido productivo del sector turístico con iniciativas como el pago del IBI turístico o los bonos costeados por la Consejería de Turismo de nuestro Gobierno.
¿Estamos bien? Por supuesto que no. Pero miren a su alrededor. No hay ningún país desarrollado en el mundo que no haya acusado el golpe de la crisis y no haya empeorado sus indicadores. Y es importante señalar algo: Canarias aterrizó en la gran crisis del 2008 con una economía muy debilitada. Una sociedad enferma de paro y de pobreza está en peores condiciones de afrontar un desastre como el que se vivió entonces.
Y lo mismo puede decirse de esta pandemia. Llegamos en malas condiciones. En peores condiciones que muchas otras regiones y países. Sin embargo, hemos resistido. Y en estos meses del nuevo año, en los que parece que la economía empieza a repuntar, los indicadores nos dicen que Canarias empieza a crecer y empieza a recuperarse en niveles que están por encima de la media nacional. Hemos sido de los últimos en caer, pero seremos de los primeros en levantarnos.
No hay que tirar las campanas al vuelo, ni mucho menos. Pero objetivamente hablando, estamos empezando a crecer. Necesitamos que no fallen algunas cosas importantes, como la financiación estatal y el turismo, y que se contenga una inflación que agrava los sobrecostos de la insularidad y puede ser un peligro mortal para Canarias. Pero en este nuevo año, existen razones para la esperanza.