Por Benjamín Trujillo.- Hace años algunos fotógrafos, en clara ironía, decían que trabajaban en la BBC, por eso, porque su principal función eran los banquetes en bodas, bautizos y comuniones.
Ha pasado el tiempo y las circunstancias han cambiado; bodas casi no hay y las pocas que todavía se producen o son grandes bodorrios y las hacen en hoteles o restaurantes de postín o se celebran con un pequeño grupo de familiares y amigos.
Bautizos, lo mismo, pocos y sin mucha fiesta.
La gran estrella de las celebraciones es la comunión, salvo este tiempo de pandemia que se han hecho menos y sin fiesta, que se ha convertido en la ocasión para exhibir trajes de niñas princesas, casi de boda en alguna ocasión o niños con corbata o pajarita.
Los invitados, invitadas más bien, lucen una mezcla de trajes de fiesta de fin de año con piernas que salen de la falda larga o minifaldas en su mínima expresión, eso las jóvenes claro, las que son mayores, recatadas pero exuberantes.
Los hombres son otra cosa, desde los trajes de los chicos, con esos pantalones que no se como se pueden quitar con lo estrechos que son en los tobillos, hasta colores que nunca vi en ninguna tienda; los hombres mayores van más austeros, con trajes más clásicos o, simplemente, pantalón y camisa blanca.
Si estás invitado y eres amigo de la familia vas vestido como Dios te ayude, en mi caso el pantalón y la camisa blanca no me funcionan mal. Entras en la iglesia ya casi terminada la ceremonia y ves aquella legión de chiquillos que vuelven del altar con sus cantos en los que la voz que más se oye es la del cura.
En la plaza unos besos, felicidades, ¡qué guapa está! Y te pones a alegar con alguno de tu edad sobre cualquier cosa, de actualidad, de fútbol o de lo atractiva que está alguna de las invitadas.
Y llegas al salón que parece colocado entre las patas de un camello, con la casa arriba, en la joroba y que se han convertido en seña de la arquitectura popular de este archipiélago, llenando los alrededores de las ciudades y pueblos y la mayoría de nuestras zonas rurales.
Es amplio, grande y alto, con sonido que va y viene, con ecos, con sus baños, su cuarto aparte para guardar papas, millo, garrafones o herramientas y la zona de cocina con varios fuegos, con calderos y perolas como los del cuartel y huele a comida buena, a papas guisándose, a calamares, a queso, a caldo.
Las mesas largas, con manteles de papel sobre los tableros de madera, llenos de platos de munchitos, aceitunas, pinchos de queso amarillo con guindas, queso blanco, botellas grandes de Clipper, rojas y naranjas, de Seven Up, de sidra, cervezas y botellas de vino.
Los abuelos y bisabuelos están ya sentados en sus lugares, las mujeres se arremolinan junto a los fuegos y los niños corren por todos lados, agarran un puñado de Fritolay, un buche de clipper de fresa y tira, a seguir corriendo.
Los jóvenes se van juntando en una esquina, algunos con una cervecita y otros con refrescos.
¡Usted se sienta aquí! Al lado de mi tío Ramón y no se preocupe que yo lo atiendo bien, dice Gloria, una tía abuela de la homenajeada. Yo, quieto y obediente, saludo a D. Ramón y miro a mi mujer que ya está acoplada junto a la cocina donde todas hablan alto y ríen.
La cosa está mal…dice Ramón y da un traguito corto a un vaso de vino. Aparece Gloria y me trae una caña, hay un grifo de cerveza un poco más allá de las cocinas. Ya las mesas están llenas y varias de las mujeres han tomado asiento. Yo sé que usted es de cuchara, y me trae un plato rebosante de sopa de carne, caliente y sabroso.
Y empiezan a posarse en la mesa platos de ensaladilla, croquetas – están buenísimas que las hizo mi tía Rosa – vocifera Gloria, pescado encebollado, carne en salsa, carne cabra, chocos a la plancha, calamares compuestos, bandejas humeantes de papas autodates, batatas de La Lomada, mojos, verde y rojo.
Pídame lo que quiera que yo se lo traigo…Y después viene la carne asada de cochino y pollo a la brasa.
De vez en cuando D. Ramón dice con solemnidad – Esto está mal- el mundo, el mundo va mal cualquier día es la fin y en silencio casi dormita.
La Tarta, dulces, helados, licores y café pal que quiera. A mí me lo trae Gloria ya con su azúcar puesto y me pregunta si lo hemos pasado bien, que ellos son humildes pero pa esto D. Benjamín lo que deje falta.
Y no se vayan muy pronto que después hacemos un arroz amarillo y papas fritas y huevos pa que a los hombres si toman no le siente mal la bebida.
He salido un par de veces a ver los riscos de enfrente y el barranco y a aligerar el estomago mientras doy en solitario un pequeño paseo.
La tarde va cayendo, suena Antonio Aguilar cantando una ranchera y el arroz huele que despierta a los muertos.
Benjamín Trujillo
btrujilloascanio@gmail.com
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