POR BENJAMÍN TRUJILLO.- La noche del 23 de febrero me dormí esperando el resultado de la reunión que celebraba el Partido Popular en su sede central de Madrid. Se esperaba el anuncio de dimisión de Pablo Casado y el comienzo de un nuevo capítulo de la telenovela, o radionovela en mi caso, sobre traiciones, deslealtades y miserias del gran partido de la derecha española.
A las seis de la mañana puse la radio esperando conocer qué había pasado en la calle Génova, pero no se hablaba de eso. Las tropas rusas habían entrado en Ucrania.
Desde ese día, parece que el PP casi ni existe, del covid se habla poquito o nada y todas las radios y televisiones retransmiten la guerra. A todas horas y cubriendo los informativos, los magacín y hasta los programas deportivos.
Poco a poco, muchas personas van colocando a Ucrania en su lugar correcto, saben más o menos sus fronteras, contemplan el llanto y la desesperación de los que huyen o ven columnas de humo y cadáveres en la calle.
Se habla de sanciones económicas duras al mismo tiempo que de la caída de las bolsas o de lo que influirá el precio o la falta de gas en nuestras casas e industrias.
No queda nadie que haya vivido como adulto la Guerra Civil española o la II Guerra Mundial; sí que tenemos cercana la Guerra de Los Balcanes pero la mezcla de supuestas causas, religiosas, territoriales, familiares incluso, la ha ido escondiendo, casi hasta tapando y solo alguna buena película o la literatura que surgió tras el conflicto nos la pone como muestra de la crueldad humana en algunas ocasiones.
El esfuerzo por la paz y la concordia, necesario e indispensable, de después de la guerra mundial, ha ido extendiendo un manto de pacifismo en nuestras conciencias y en la comunicación global que parece dar por hecho que las buenas intenciones, el diálogo y la diplomacia son capaces de solucionar o “arreglar” todo.
Y me da la sensación de que no es así.
Hemos asistido en los últimos años a la aparición y consolidación de un líder mundial como Putin, mezcla de Hitler y Stalin, que paso a paso ha construido un país lleno de contradicciones, súper millonarios, míseros trabajadores, infraestructuras inexistentes, grandiosos estadios, crímenes, envenenamientos, intervención cibernética en las redes económicas o políticas de las democracias occidentales para sabotearlas y ansias de poder y dominio como alguno de los zares.
Sin embargo, en ocasiones lo hemos contemplado con sonrisas y hasta simpatía por su arrojo, su supuesta valentía y su chulería mezcla de cowboy y cosaco.
Está consiguiendo cambiar el mundo hacia la barbarie, hacia el uso de la fuerza mezclada con la más sutil tecnología y me da la impresión de que tenemos que cambiar el chip o casi todo el cerebro para rebelarnos los humanos demócratas y poner en marcha los mecanismos que protejan de verdad nuestros valores, nuestros derechos, nacionales e internacionales.
Acabo de leer un comunicado del Grupo de Puebla, al que pertenecen muchos dirigentes sudamericanos, un ex presidente español y algunos miembros de nuestro gobierno o de los grupos parlamentarios que lo sustentan; piden a EEUU, Rusia y la Unión Europea que abandonen “la vía de intervención militar” y también las sanciones económicas unilaterales contra Moscú, es decir: alimento para ignorantes e ilusos y buscadores de cómplices de Putin y su nuevo orden de muerte y miseria.
No me gusta expresar opiniones políticas en mis artículos pero hoy, creo que era indispensable.
Conocí hace años a una familia ucraniana que vive aquí; llevan días muy tristes, llorando rabiosos, rezando, escuchando las emisoras de su país y hablando con sus familiares; atemorizados e impotentes.
Espero que sirva esta humilde reflexión desde esta pequeña isla atlántica para que construyamos con decisión las garantías para pasear por Kiev o por cualquier ciudad del mundo en paz y libertad.
Benjamín Trujillo
btrujilloascanio@gmail.com
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