Una dictadura de cuarenta años no se sostiene si no es por la amenaza de la violencia y la represión. Los que padecimos el franquismo conocemos lo que es leer un libro prohibido, que se conseguía a escondidas y se pasaba de mano en mano. Sabemos lo que es hablar en voz baja para expresar tus ideas políticas. Fuimos capaces de sobrevivir a una educación en la que se nos pretendía amputar la capacidad crítica y una sociedad aislada de la información del mundo.
Esa generación de gente fue capaz de construir eso que se llama la transición. El paso de una dictadura a una democracia sin violencia. La única sangre que se derramó en democracia fue la que vertieron los fachas desesperados, que fueron rápidamente extinguidos y la que una y otra vez derramó el terrorismo vasco. Y a pesar de ello, España cambió, se modernizó y se transformó en un país europeo.
Hace pocos años desembarcó en la política una nueva clase de dirigentes. Jóvenes que venían a sustituir a los viejos políticos. Algunos los llamaban “la casta” y los despreciaban llamándolos “el régimen del 78”. ¿Y qué ha pasado con esas jóvenes fuerzas políticas que venían a acabar con el bipartidismo? ¿Qué ha pasado con los que en los grandes partidos venían a cambiar los modos y maneras de la vieja política?
Jamás, que yo recuerde, se había vivido en este país un clima de enfrentamiento y crispación como el que padecemos hoy. Nunca he visto tanta descalificación, tanta animosidad contra el que no piensa como tú. Hemos perdido completamente la tolerancia. Los grandes partidos se han desgarrado a causa del exceso de autoritarismo, de sectarismo y de enfrentamiento interno y los nuevos se han destrozado, a dentelladas y con guerras internas de poder. ¿Esta era la nueva política que venía a sustituir a la anterior?
Lo siento, pero yo prefiero a los líderes que nos hicieron europeos. Que modernizaron España. Que aprobaron el divorcio, enfrentándose a la poderosa Iglesia Católica. Que nos integraron en la Unión Europea y la OTAN. Sigo respetando a gente como Felipe González que llevó el PSOE hacia la moderna socialdemocracia y le hizo abandonar los postulados del comunismo antes de que el mundo asistiera al derrumbe del bloque soviético.
Es evidente que siempre ha existido enfrentamiento. Solo hay que releerse los debates de las Cortes Españolas de la democracia. Pero aquella gente tan distinta, que tenía convicciones probablemente más firmes y hondas que las que hoy se mantienen, fueron capaces de acercarse a los otros, llegar a un acuerdo y darse la mano. Fueron capaces de perdonar sin olvidar. Porque querían hacer un país mejor para todos. Por eso, sin dejar de recordar el pasado, decidieron mirar hacia el futuro. Que es este presente que vivimos y que no hubiera sido posible sin ellos.
Todo eso fue posible por algo sencillo. Algo que todos compartían. Desde Carrillo a Fraga. Desde el primero hasta el último político. Lo importante era el pueblo al que servían. Porque ese pueblo era el motor del cambio. El que tenía el poder en las urnas, en las fábricas o en la calle. El que se expresaba con una libertad recién conquistada que nadie quería volver a perder. Detrás de cada político y de cada partido estaba el deseo, la ambición y el compromiso de servir para algo. De ser útil a la gente.
La política de hoy me parece que se ha convertido en algo endogámico. Lo que vemos en los partidos es el choque de ambiciones de poder. La lucha por el liderazgo interno. Guerras de familias que no sirven a nadie. Y desde luego que no aportan nada a los estupefactos ciudadanos que lo ven desde fuera y se llevan las manos a la cabeza. Los políticos —como los partidos— debemos servir a las personas que confían en nosotros. Ese es el principal combustible para que funcione la democracia.
Estamos viviendo momentos de enorme incertidumbre para nosotros y para el mundo entero. La guerra iniciada de forma irresponsable y temeraria por Rusia es una amenaza global. Tendrá efectos terribles sobre el pueblo de Ucrania. Pero también para el resto de Europa. No solo por el riesgo de una escalada militar, sino por sus efectos sobre el comercio o sobre el incremento del precio del petróleo.
Este nuevo siglo nos está enfrentando a acontecimientos terribles. Y ahora, más que nunca, necesitamos al frente de nuestros destinos a personas responsables. Que se conviertan en gigantes, para estar a la altura de lo que los pueblos necesitan, que es paz y prosperidad. Ojalá que sea así. Pero no les puedo negar que a veces, me imagino que como a muchos de ustedes, me invade el pesimismo.