En Venezuela, en pleno sistema de intervencionismo de estado, en un sistema de rotación de gobierno entre adecos y copeyanos, se sitúa la anécdota de un candidato electoral que acudió a un barrio de La Guaira para entregarles a los vecinos una nevera que pudieran utilizar comunitariamente. Se cuenta que, a la salida del local del candidato, uno de los presentes dijo a todos en voz alta:
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¿Pa´que trae ese pendejo un refrigerador cuando lo que apetece con este calor son unas cervezas fresquitas?
Más allá de la veracidad de lo sucedido, o de que la intención fuera bromear o no, la anécdota da pie para escribir sobre lo que puede ser una mentalidad social subyacente.
La inmediatez de los logros y la ley del mínimo esfuerzo han existido siempre. En parte porque incluso el pensamiento racional nos conduce a aspirar a lograr el mayor número de bienes, sin que ello nos suponga muchas dificultades. Alcanzar satisfacción tras satisfacción, cosa tras cosa, sin dejarnos “la pelleja” en el intento, es algo que a todos nos atrae como un imán.
No obstante, todos comprobamos, al observar a nuestros vecinos, al viajar, al comparar territorios, que, en gran medida los éxitos vienen precedidos por el trabajo, y que la felicidad derivada de los logros viene acompañada de un sacrificio. Para convencernos de esto no es necesario leer mucho, ni hacer ninguna meditación trascendental, valdría tan sólo recordar la “matraquilla” que recibimos de nuestros padres. Un día y otro, para que fuéramos a la escuela, para que echáramos una mano en los terrenos, para que ayudáramos en casa, percutían una vez y otra en nosotros, hablando de lo dura que había sido su infancia, de que nadie daba duros a cuatro pesetas, de que iba a ser de nosotros el día de mañana, de que la comida no caía del cielo etc.
Una loable dedicación la de nuestros padres que nunca será agradecida en su justa medida. Los que somos padres nos daremos cuenta de que también repetimos “cantinelas” parecidas.
Desde la familia, desde la escuela y desde las diferentes instancias administrativas es necesario incidir en ello. Vale la pena transmitir que para recoger es necesario sembrar, que el éxito no es cuestión de suerte, que los “pelotazos” son contraproducentes, o que lo más probable es que la lotería no nos toque a nosotros en navidad.
De sobra se sabe que muchos, en la medida de sus posibilidades, intentan transmitir la necesidad de una mayor disposición generalizada por aprender, por cualificarnos, por hacernos útiles a través de nuestro conocimiento y trabajo. A mí me llamó mucho la atención que la Comunidad Valenciana para servir de “sponsor” al Valencia Basket eligiera como eslogan de sus camisetas de competición la frase “Cultura del Esfuerzo”. Así de contundente, que a buen entendedor pocas palabras bastan.
No veo necesario mitificar las carreras universitarias, no. En absoluto pienso que el único itinerario digno de un estudiante sea alcanzar una titulación universitaria. Más bien considero que lo importante es estudiar, aprender todo lo que se pueda, buscando la madurez personal y profesional, con independencia de que, al final, logras un título o no. Pero está claro que prolongar en lo posible el tiempo de estudios, evitando el fracaso escolar, creo que ayudaría a cualquiera.
En ciertos momentos de crecimiento económico soportado en nuestras islas durante varias décadas por el aumento del boom turístico e inmobiliario algunos de mis amigos de infancia, capaces y listos como ellos solos, con posibilidades y potencialidad para seguir estudiando, decidieron abandonar los estudios para ponerse a trabajar en la construcción o en la hostelería. Una decisión que no tiene reproche, porque cada uno es libre para tomar sus decisiones y para buscarse la vida como puede, pero que analizándolo con perspectiva algunos dicen lamentar.
Las políticas de empleo deben refrendar la cultura del esfuerzo. Los programas de formación en alternancia con el empleo son, a medio y largo plazo, más efectivos que aquellos que solamente proporcionan un empleo temporal no cualificado. Siempre que resulte posible. la formación debe acompañar al trabajo, premiando y no penalizando la voluntad de aprender.
He observado el modo en que muchas personas han rediseñado su perfil profesional tomando decisiones, no exentas de sacrificio, para aumentar sus posibilidades de empleabilidad. Quiero destacar un solo ejemplo, el de aquellas mujeres que, ya con cierta edad, han decidido estudiar para obtener titulaciones de Formación Profesional o Certificados de Profesionalidad, con los que acceder a un puesto de trabajo relacionado con los servicios a la comunidad devenidos de situaciones de dependencia. Muchas de ellas trabajan ya en residencias de mayores o en centros sociosanitarios y de educación infantil como cuidadoras, como auxiliares de enfermería, auxiliares de ayuda a domicilio o auxiliares de geriatría.
No quiero que me traigas el pescado a casa, dame una caña y enséñame a pescar.
Fácil de enunciar, pero difícil de poner en práctica, ya se sabe. Sin embargo, puede ser una máxima que nos sirva de referencia.
De nada vale que hoy nos podamos tomar una cervecita fresca, si mañana no podemos aspirar a ello porque no tenemos nevera en casa, ni político, ni amigo que nos la ofrezca.
M. Fernando Martín Torres. Febrero 2022.