POR FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ.- Este viernes, 14 de abril con el 91 aniversario de la proclamación de la 2ª República española, me viene a la mente recuerdos de canarios defensores de aquella institución, desde mi padre, cada año, en este día, sacaba de su escondite un rollo de cinta de la bandera tricolor española y cotaba pequeños pedazos para dárselos a los amigos con una fotocopia de una vieja postal alegórica a aquella proclamación, a los fusilados -legal, según ellos, o ilegalmente- a los apotalados, enterrados en cunetas y montes o en sepulcros colectivos improvisados, a los cautivos, como mis tíos, de Fyffes, La Isleta, Gando, Tefía…y a los que, por puro miedo mantuvieron cerradas sus bocas durante decenios ante la brutalidad nacionalcatólica del fascismo español y sus adláteres.
Recuerdo también a los que, valientemente, defendieron la libertad en los campos de batalla españoles y de medio mundo después, a los que optaron por la fugona en veleros de fortuna a las prometedoras tierras americanas, a los que reconstruyeron, dentro de Canarias, las ideas de libertad que, finalmente, muchas han desembocado, irremediablemente, en la defensa de nuestra propia libertad e independencia política.
En su honor hago público hoy un capítulo de una del par de inacabadas obras -esta lleva aparcada por uno u otro motivo, cerca de un año- de la que ya han visto a la luz algunos capítulos más, en lo que el protagonista, Manuel Machín Rivero, Manuel “Chiclijo” es el único ficticio. El que hoy hago público es el dedicado a mi amigo ELIO RODRÍGUEZ FIGUEROA, en su mayor parte producto de sus conversas conmigo cuando, entre otras cosas, recordábamos a mi tío Luis Pérez Suárez, uno de aquellos miembros de la Juventud Comunista lagunera que se reunía en Villa Loreto.
ELIO RODRÍGUEZ DE LA SIERRA Y MELO
Casi empujado por el recuerdo de Guanapay le vino a Chiclijo desde el espejo la imagen de Elio Rodríguez de la Sierra y Melo, aunque todos lo conocíamos como “Elio Rodríguez Figueroa” por su padre D. Luis Rodríguez de la Sierra Figueroa, el abogado y político tinerfeño autor, entre otras obras, de “El Cacique” y “Del Regionalismo a la Revolución” o de poemas como “El Mencey de Arautapala”. D. Luis, que en la Logia Añaza era “Tirxeo” y muchas veces firmaba sus escritos como “Guillón Barrús” y que Elio llama con el nombre guanche de “Bentaguaire”, ha pasado a nuestra historia patria como D. Luis Rodríguez Figueroa, así que sus hijos Hostilio, Guetón Layo y Elio, continuadores de su lucha, fueron para todos nosotros los “Rodríguez Figueroa”.
El espejo devolvía a Manuel Chiclijo una imagen de gentleman de impoluta vestimenta blanca de tenista avezado, tez morena por el sol, escaso pelo, ojos vivarachos y expresivos, barba cana bien recortada y cuidada, mientras, para su magín, Manuel rebuscaba y reverdecía sus recuerdos de Elio y soliloquiaba:
-Me acuerdo muy bien de cuando me lo presentó Alfonso O’Shanahan. Fue allá por el 78 y Elio se había salido del PCE en medio de la crisis y de las dimisiones que la cuestión nacional provocó en el III Congreso del PCE en Canarias. Bueno, aquí, sobre todo en Gran Canaria todo había marchado de mal en peor. Elio había sido acusado por la dirección de José Carlos Mauricio de haber intentado construir un Partido Comunista Independentista Canario dentro de las células del PCE. Le pregunté al respecto de esa cuestión y fue tajante:
-El PCE, desde Carrillo y la vaina de la Perestroika, ideológicamente se fue pa’l carajo. Se aburguesó y se españolizó y “El Moña” ha acabado de hundirlo. Yo tenía que salir de esa trampa para incautos y me fui. ¿Tú crees que después de tantos años de lucha, desde que empecé con 16 años en La Laguna, en casa de mi padre, con mi hermano Layo que, como tenía ya los 18 años y era el mayor, fue el Secretario Político, y varios compañeros más, cuando fundamos las Juventudes Comunistas en La Laguna en 1934, pasando por la Guerra de España, el Batallón Canarias que comandaba el gomero Guillermo Ascanio Moreno, los frentes de Madrid, el Ebro, Brunete y ni sé cuantos más, podía agachar la cabeza ante cuatro cachanchanes que querían medrar a costa de los que tanto habíamos luchado? De eso ni hablar.
Elio siguió desgranando en la mente de Manuel su propia historia y la de su familia, machacada por el fascismo hispano y sus viles correlatos isleños. Lo veía en el espejo, dando vida a sus recuerdos, sin amargura a pesar de la dureza de las tragedias familiares, con la convicción de que no había sido una lucha en vano y manteniendo íntegra su esperanza en un futuro de dignidad y libertad para su patria canaria:
-Cuando el criminal Franco, saliendo desde Canarias, inició la rebelión contra la República y la feroz Guerra de España, a mi padre, que era diputado en las Cortes españolas por el Frente Popular, lo sorprendió el levantamiento al desembarcar en Cádiz para ir hacia Madrid al Congreso. Lo detuvieron y lo metieron, con otros muchos, en un barco prisión en la bahía gaditana, sin más ropa que unos calzoncillos y casi sin comida. De ahí lo reembarcaron pa’Tenerife y, a la semana de llegar, lo “desaparecieron”. Dicen que, apotalado, lo tiraron al mar por Jagua. La desfachatez de la oligarquía isleña, cómplice del fascismo, llegó al límite de que, después de haber desaparecido a mi padre, saqueado nuestra casa lagunera de “Villa Loreto” y, como hacía la Inquisición española, quemado la biblioteca de mi padre, incautarse de la casa para cuartel y echarnos a todos a la calle, ¡van y le ponen a mi padre, asesinado dos años antes, una multa de medio millón de pesetas! cuando entonces un obrero ganaba, a lo máximo, de 3 a 4 pesetas al día. ¡Los muy hijos de puta estuvieron reclamando el pago hasta el año 40!
También detuvieron en La Laguna a mis hermanos Guetón y Layo. A Layo, que era marino, lo internaron en uno de aquellos tétricos barcos-prisión, los llamados “pontones”: el correíllo “Gomera”, los fruteros de Álvaro Rodríguez López “Santa Rosa de Lima” y “Santa Elena” y el de José Peña Hernández “Adeje”, que más tarde compraría también Rodríguez López, fondeados todos en la rada de Santa Cruz. De allí enviaron a Layo preso al Sahara, a Rio de Oro, en el “Viera y Clavijo”, que, como decía Elio: “Ya jode que fuera el barco que llevó a Franco de Tenerife a Las Palmas para empezar la sublevación y el mismo barco en el que se fugaron luego del Sahara”. Layo fue, en efecto, uno de los que se sublevaron en Villa Cisneros, tomaron el penal, rompieron las antenas de radio que comunicaban con Canarias y se fugaron, con armas, bagajes y rehenes militares españoles, hacia el Senegal en el “Viera y Clavijo”. De allí, Layo salió pa’España, a incorporarse a la lucha contra el fascismo.
-Al pobre Guetón- continuó el Elio del espejo su relato- que era presidente del Comité lagunero del Socorro Rojo y militante de las Juventudes Unificadas lo metieron en la prisión que tenían los fascistas en La Laguna en la calle Consistorio, de allí pa’Paso Alto y Fyffes y, luego de torturarlo, lo desaparecieron. Unos dicen que, como a mi padre, lo apotalaron en el mar por San Andrés o Jagua, mientras otros sostienen que está enterrado en Las Cañadas como el alcalde José Carlos Schwartz, otro abogado que, con mi padre, defendió a los acusados de los Sucesos de Hermigua, y como Antonio Camejo que, con Guetón, fueron acusados de los disparos sobre Capitanía General. En realidad, desde que, recién llegado de Francia a Tenerife, vigente aún la República Española, Guetón le tiró a la cara una tarjeta suya y desafió a Franco, entonces Capitán General de Canarias, ya quedó condenado a muerte.
-Yo –seguía contando Elio- pude huir y me reuní con mi hermano Hostilio que, desde Londres, se trasladó a España para luchar contra el fascismo y, como era ya doctor en derecho, estaba destinado de fiscal militar en Valencia. Cuando los fascistas ganaron la batalla del Ebro, Hostilio, Layo y yo nos reunimos en Barcelona y, al rendirse la República Española, salimos hacia Francia. Las tropas coloniales francesas, sobre todo senegalesas, a bayoneta calada, nos detuvieron y nos internaron en un campo de concentración cercano a Burdeos. Hostilio se fugó del campo y, con su ayuda y la del cónsul cubano en Burdeos/Saint Nazaire, José Carballal, salimos Layo y yo.
– Los tres sabíamos – decía el Elio especular- que la guerra en Europa estaba al caer de un día a otro y que los franceses lo que querían era devolvernos a España. Teníamos que irnos porque, devolvernos a España, era condenarnos a muerte. Ya desde los campos de concentración franceses nos reunimos con otro canario, Francisco Miranda Díaz, hijo de un trabajador del Puerto de la Luz que tuvo tres hijos, todos marinos, era un capitán mercante que conocía muy bien la ruta en velero de Tenerife-Cuba. Francisco Miranda, estuvo escondido y había conseguido huir de Tenerife, donde yo lo conocí cuando defendía la idea de la creación de una flota autóctona canaria. Según me contó, la fuga fue el 17 de noviembre de 1936, a bordo del frutero “Bajamar” de la Fred Olsen. Se refugió en Madrid donde denunciaba los atropellos que se sufrían en Canarias. Entrevistado para el “ABC” que, desde agosto, se había convertido en el órgano de prensa de la “Unión Republicana” y que dirigía el periodista y diputado tinerfeño, el tacorontero Elfidio Alonso Rodríguez, por el periodista Augusto Rivero Rodríguez de Tudela le dio un fuerte repaso a los falangistas canarios y sus desmanes, entre ellos conto la odisea, con nombres y apellidos, de los diez presos sacados de la prisión de La Isleta y trasladados a España en el “Dómine”, asesinados vilmente en Talavera de la Reina y arrojados luego al Tajo para desaparecer sus cuerpos.
– Nos pusimos -añadía Elio- luego en contacto con el palmero Francisco Pérez Triana. Éste era uno de los hombres que, con José Miguel Pérez, José Pérez Sicilia, Cipriano Martín, Imeldo Guerra y otro más de medio centenar de compañeros, en abril de 1931, fundaron la Agrupación Socialista Obrera. Más tarde, junto con José Miguel Pérez, se integró en el Radio Comunista palmero. Al igual que José Miguel Pérez, que fue primer Secretario General y fundador del Partido Comunista cubano, Pérez Triana mantenía muchos contactos con Cuba, y a su petición, se logró la ayuda del cónsul que nos reclamó y pudimos salir del campo francés de concentración y, aún más, nos localizó un barco de desecho, la goleta a vela “Alexandrine Eudoxia” de 14 metros de eslora y unas 18 toneladas de registro, que se había dedicado durante 50 años al transporte de carbón entre Burdeos y la isla de Ré.
– Sabíamos –continuaba Elio el relato- por el “Servicio de Emigración de los Republicanos Españoles” (SERE) creado en marzo por Juan Negrín y el Gobierno de la República en el Exilio, que se habían fletado barcos para transportar a México, país de acogida, a los exiliados republicanos en Francia, por lo que tratamos de conseguir apoyo para comprar y dotar al Alexandrine, pero ellos atendían a sus propios proyectos. De ese tremendo apuro nos sacó de nuevo la ayuda de Francisco Pérez Triana que compró, de su peculio, la goleta hecha un despojo, para regalárnosla y facilitar nuestra salida hacia Cuba que, junto con México, aceptaba refugiados huidos de la guerra de España. La arreglamos y arranchamos a dos palos con 4 velas y un pequeño motor auxiliar de gasolina, como pudimos y muy precariamente, en Saint Martín de Ré. Ni siquiera pudimos contar con una radio y nos conformamos con un viejo emisor morse.
– Además de nosotros tres –seguía Elio relatando desde el espejo a Chiclijo- y de Francisco Miranda y su compañera, Angelines Hidalgo, una hermosa joven española de 18 años, nos embarcamos cinco canarios más y un vasco, Alberdi Sebastián, que era mecánico de aviación. De los canarios, además de mi hermano Layo, piloto de marina mercante, con experiencia marinera estaban Marcos Hormiga, marino y Manuel Pereira Rodríguez, maquinista naval. El resto fueron Juan Francisco González, contable, Zoilo Hernández, caricaturista y José Junco, linotipista de “La Provincia” y familia directa del diputado del PSOE por Las Palmas José Antonio Junco Toral.
Francisco Pérez de Triana, como propietario, cambió la goleta a pabellón cubano. Quisimos cambiarle también el nombre y ponerle “LIBERTAD”, pero eso nos costaba 20$ a pagar al consulado cubano de La Rochelle y no podíamos permitirnos ese desembolso. El capitán, nombrado por el cónsul cubano José Carballal González, fue Francisco de Miranda por mayor rango naval y experiencia en esa travesía, ayudado, como primer oficial, por mi hermano Layo, como piloto mercante que era. El 30 de julio de 1939, desde La Rochelle, con nuestra bandera cubana izada, zarpamos rumbo a América y a la Libertad en aquella barcaza, que era poco más que una chalana que ni quilla tenía.
– A los cuatro días navegando, en pleno Cantábrico nos trinco un temporal que casi nos hace encallar en España, pero escapamos. Tuvimos días de calma chicha que pensábamos que jamás llegaríamos a Cuba, pero lo peor fue cuando nos agarró la jodida virazón, una galerna terrible y traicionera. Intentando escapar d’ella pusimos proa al sur, pero fue en balde. Nos cogió de lleno. Olas como montañas, vientos huracanados de todos los cuadrantes… ¡Nunca había visto algo tan terrible! Un golpe de mar arrancó de cuajo el tambucho de proa y el agua pegó a entrar a toneladas anegando toda la bodega. Entre mi hermano Hostilio y José Junco clavaron unas tablas pa’frenar la entrada de agua. Una ola arrancó la tapa de la válvula de la bomba y otra se llevó una cadena pesadísima de la cubierta como si fuera de madera. Parecíamos un corcho zarandeados de ola en ola y nosotros agarrados como lapas a lo que podíamos encontrar.
– Manuel –me decía Elio en su imagen, nítida y tranquila, tras el espejo- si me pongo a detallarte todo lo que pasamos, no termino. A cada rato nos despedíamos unos de otros, seguros de que era el fin, y así durante diez días sin saber siquiera donde estábamos, pero seguros de que muy al sur de Cuba que era el objetivo. A los 57 días de navegación arribamos a la isla de Trinidad. La prensa de Cuba, Venezuela, México y Colombia se hizo eco de lo que consideraban una hazaña superior a las navegaciones de Colón y cuando, una semana después, arribamos a Barranquilla en Colombia, el mismo presidente, el Doctor Eduardo Santos, bajó al puerto a darnos la bienvenida…
Interrumpí a Elio con un comentario. –Por fin, en América, la libertad ¿No es así? – pero Elio me atajó rotundo.
– ¿Tú crees eso? Cuando estalló la guerra mundial contra el nazismo volví a Inglaterra y me alisté. Con los ingleses combatí en el norte de África contra las tropas de Rommel y, al acabar esa guerra, de nuevo para América, pero continué la lucha libertaria. Estuve en la Guatemala revolucionaria de Jacobo Árbenz como comandante del “Batallón Mar y Tierra” de voluntarios latinoamericanos contra el golpe militar de 1954, fraguado y ejecutado por los gringos, la jerarquía eclesiástica y los terratenientes criollos. Allí conocí a Che Guevara. Luchamos mientras se pudo y, al final, terminamos asilados en la embajada de México… luego en Cuba con Fidel y el Che, hasta que mi hermano Layo y yo nos acogimos a la amnistía franquista del 77 y regresamos legalmente a nuestra patria canaria. Digo “legalmente” porque clandestinamente ya habíamos entrado varias veces.
-Elio –le pregunté- ¿Cómo llegaste a la militancia independentista después de tanta lucha internacionalista? ¿Se puede ser internacionalista y nacionalista al tiempo?
-Hombre Manolo -contestó tajante Elio- Una cosa lleva a la otra. Te cuento lo que ya he aclarado en debates con compañeros: Antes que nada, soy marxista desde que empecé a pensar por mi cuenta. No me oculto. ¿Qué por qué soy independentista canario? Como marxista leninista lucho por la libertad de los hombres y los pueblos y me planteo ¿Qué hacer? La respuesta me la da un precepto marxista: Las experiencias no se exportan, se interpretan y yo así lo he hecho. En una colonia como Canarias, la desbandada, las traiciones y la división de la izquierda, el encanallamiento político y la falta de una expresión política de los intereses populares, permiten que las fuerzas más reaccionarias campen a sus anchas y sin freno. Mira, te leo textual lo que escribí, y está publicado, comentando mis “Notas de Trabajo para la Construcción de una Alternativa Nacional y Popular Canaria”: “Cualquier acción coherente pasa por construir por los «cimientos»; independencia coherente con los intereses del pueblo de Canarias, los cuales no son compatibles con aquellos que comparten sentimientos españolistas, puesto que ello es compartir la doble explotación; como colonia y como clase trabajadora, por españoles y sus secuaces, sean las máscaras supuestamente nacionalistas o de izquierda, léase PSOE o IU; ATI y los sectores colaboracionistas de CC.”
Continuó Elio desgranando sus ideas y sus actuaciones: -Mi propuesta son las “Unidades de Tagoror” para la resistencia pasiva y el desbordamiento democrático y, en última instancia, la movilización popular generalizada. Se lo he dicho a Antonio Cubillo y a los dirigentes independentistas del FREPIC-AWAÑAK aconsejándolos a optar por el modelo, con una organización democrática, flexible y horizontal, entendida más como una red que como una jerarquía piramidal, transparente y plural, construida sobre la ética personal y política, partidaria del socialismo, de la propiedad colectiva y la propiedad pública. Ya veremos cómo sale, pero quiero verlo cuajar antes de irme a morar en las estrellas.
Elio se tomó un respiro y me dijo: -Por cierto. Anda por ahí Eligio Hernández diciendo que fue él quien trajo de regreso a la patria a Cubillo cuando era Delegado del Gobierno de España en esta colonia. Así fue, pero solo
en parte. La realidad es que yo fui a su despacho y se lo solicité porque la exigencia ya estaba en la calle. Me comprometí, en nombre de Antonio, a que no iban a realizarse acciones armadas y salí fiador de eso. Sé que Eligio consultó con Momo Saavedra que estuvo de acuerdo y con Barrionuevo que opinaba que había que enchironarlo na’más llegar. Al final, como lo que había contra él era solamente un sumario considerándolo inductor de la colocación de una bomba y que, pa’colmo, los supuestos autores ya habían sido juzgados y absueltos, Eligio encontró un juez en Madrid que pidió una fianza de 300.000 pesetas. Se depositaron y ¡Cubillo pa’casa y menudo recibimiento no tuvo en Gando! Cuando llegó a Las Palmas en el verano del 85 nos reunimos Antonio, Eligio y yo en mi casa de La Atalaya en Santa Brígida. Estaba también mi esposa, Pastora, un gran apoyo en toda mi lucha actual en Canarias. Fue una reunión cordial, cada uno con sus ideas y sus historias.
-Manuel – remató Elio la conversa- Queda mucho que contar, pero será para otro día.