POR MANUEL HERRERA HERNÁNDEZ*.- En marzo de 1616, del pueblo toledano de Esquivias, a donde había ido para mejorar su mala salud, Miguel de Cervantes tornaba a Madrid jinete en un rocín pasilargo. Le acompañan dos amigos porque se encuentra con «tantas señales de muerto como de vivo». De pronto sintió que alguien a sus espaldas venía con gran prisa en una borrica dando voces para marchar juntos. Era un estudiante que, al conocer que el señor del rocín era Miguel de Cervantes, se apeó de su montura y asiendo la mano izquierda dijo: «Sí, sí, este es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y finalmente el regocijo de las Musas». Luego siguieron el camino en el que hablaron de la enfermedad de Cervantes. «Esta enfermedad es hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese». Cervantes respondió que «esto me han dicho muchos, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiese nacido. Mi vida se va acabando y, al paso de las efemérides de mis pulsos que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida». En los últimos tres años de su vida el autor de Don Quijote de la Mancha tenía una salud deteriorada y, con prisas literarias, quiso concluir Los Trabajos de Persiles y Sigismunda publicados póstumamente en 1617. La polidipsia es un síntoma de «diabetes mellitus» y en aquel tiempo el estudiante de medicina no la conocía porque, como tal enfermedad, no se conoce hasta los años 20 del siglo XIX. En el prólogo de sus Novelas Ejemplares Cervantes afirma que «Éste que veis aquí, […] la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies». Es curioso destacar que Gregorio Marañón relacionó la etiología de la enfermedad periodontal con la diabetes.
En abril de 1616 vivía Cervantes en la calle del León, esquina con la calle de Francos, en el entorno del conocido Madrid de los Austrias. Cervantes tuvo como protectores al cardenal-arzobispo de Toledo don Bernardo de Sandoval y Rojas, y al virrey de Nápoles, don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos. Presintiendo su fin, escribe el 26 de marzo de 1616 al arzobispo de Toledo y asegura: «Si del mal que aquexo pudiera haber remedio […] pero al fin tanto arrecia, que creo acabará conmigo». Asimismo, cuatro días antes de su óbito, escribe al Conde de Lemos: «Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir». Y finaliza el prólogo de Persiles y Sigismunda despidiéndose: «Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida». El día 21 de abril Cervantes presentó un estupor que progresó a la pérdida de conciencia, de instauración lenta, que era el inicio del coma diabético. Murió el día 22 de abril de 1616 siendo enterrado al siguiente día en el convento de las Trinitarias en la calle Cantarranas. Rodeaban el lecho su esposa Catalina Salazar y Palacios, Isabel de Cervantes y Constanza de Ovando, hija y sobrina del hidalgo, y el buen clérigo Martínez Marcilla y otros amigos. Envuelto el cadáver para el sepulcro con el hábito franciscano y encerrado en ataúd humilde fue conducido a hombros hasta la cercana iglesia de las Trinitarias. En la parroquia de San Sebastián, en el folio 270 del libro 4º, la partida de defunción transcrita dice [sic]: «En 23 de abril de 1616 años murió Miguel de Çerbantes Sahauedra, casado con doña Catalina Salazar, calle del León. Recibió los Santos Sacramentos de mano del licenciado Francisco López. Mandose enterrar en las Monjas Trinitarias. Mandó dos misas del alma, y lo demás a voluntad de su muger, que [e]s testamentaria, y el licenciado Francisco Martínez, que vive allí».
En aquel tiempo el convento tenía una pequeña capilla con acceso por la calle Huertas. Años más tarde, entre 1673 y 1697, se construyó allí una iglesia grande que albergó los restos mortales que se encontraban enterrados en la antigua iglesia. Los restos de Cervantes pasaron así a una localización incierta. Hasta hoy, dos placas, una en la zona del altar y otra en la fachada del edificio, ya indicaban el enterramiento de Cervantes en la iglesia de las Trinitarias. El 24 de enero de 2015 el forense Francisco Etxeberria dirigió un grupo de arqueólogos que encontró un ataúd con las iniciales «M.C.». Investigados los huesos del ataúd la epigrafista Alicia M. Canto sugirió cautela ya que opinaba que las letras ciertas eran «M. G.» con características de épocas posteriores a Miguel de Cervantes. Finalmente, a mediados de 2015, se concluyó que en los huesos encontrados tal vez estaban los de Cervantes. En la mañana del 10 de junio de 2015 se celebró un homenaje a Cervantes y se descubrió una placa en su memoria en la iglesia de San Ildefonso del convento de las Trinitarias, situada en la calle Lope de Vega. Con este acto culminó el proceso de búsqueda de los huesos de Cervantes y se dio por terminado un año después. No se han podido realizar análisis de ADN con valor diagnóstico ya que solamente hay constancia actual de parientes del hermano.
Casi tres siglos después de la muerte de Cervantes, Vicente Clavel Andrés presentó en 1925 la idea de instituir el Dia del Libro y el ministro de Trabajo, Eduardo Aunós, decidió unir las Cámaras del Libro de Madrid y Barcelona para crear el Día del Libro. Finalmente, el 6 de febrero del 1926 la Gaceta de Madrid publicó un real decreto de Alfonso XIII instituyendo la fecha del 7 de octubre siguiente como primer Día del Libro. Se establecía que en las Academias, universidades e institutos se celebraran actos solemnes dedicados a divulgar el libro. Sin embargo, 1930 fue el último año en que el Día del Libro se celebró el 7 octubre. La fecha se cambió al 23 de abril al conocer que no era seguro que Cervantes hubiera nacido ese día y, en cambio, sí lo era la fecha de su muerte. El 14 de abril de 1931 se proclamó la República en España celebrándose el Día del Libro, por primera vez el 23 de abril.
En 1943 Joaquín Artiles ganó las oposiciones para la cátedra de Lengua y Literatura Española y se incorporó al Instituto de Enseñanza Media Pérez Galdós de Las Palmas. Recordamos su impulso en la celebración de la Fiesta del Libro, que comenzaba con una misa en recuerdo de Cervantes al que asistían todas las autoridades locales. Se completaba con un acto académico en el Cabildo de Gran Canaria con disertación de un profesor y entrega de un lote de libros a los alumnos premiados por su trabajo sobre la vida, obra y comparaciones entre Cervantes y Shakespeare. Al mismo tiempo el Cabildo de Gran Canaria concedía el Premio Extraordinario al alumno preuniversitario propuesto en ese curso por la dirección del Instituto Nacional de Enseñanza Media. Recordando a Thomas Carlyle advertimos que la verdadera universidad hoy en día es una buena colección de libros.
*Asociación Internacional de Hispanistas (AIH)