Por Manuel Fernando Martín Torres.– Por su presencia y relevancia histórica, por sus aprovechamientos, y también por las particularidades de su adaptación a nuestra isla, el moral, Morus nigra, ocuparía espacio merecido en el elenco de árboles emblemáticos de La Gomera.
Nos remontamos al siglo XVII para datar la introducción de este árbol, originario de Asia, en nuestra isla. Alcanza un porte medio-alto sobrepasando, los más antiguos, los diez metros de altura. Se multiplican por gajos, como las higueras, aunque también por semillas, siendo recomendable su siembra en suelos bien drenados, con ph no muy ácido.
Se conoce también como morera, siendo éste, casualmente, el nombre del barrio donde me crie y ahora vivo en Vallehermoso, denominación adoptada, con toda probabilidad, a resultas de su abundancia o a la singularidad o porte de algún ejemplar destacado en tiempos pretéritos.
Casi todos los morales a los que se les permita evolucionar en su ciclo natural de crecimiento y madurez, sin ser cortados o sufrir periodos prolongados de sequía, suelen ser más longevos que sus propios dueños/cultivadores.
En la magnífica investigación histórica de Gloria Díaz Padilla y José Miguel Rodríguez Yanes plasmada en su publicación “El señorío en las Canarias Occidentales” (1990) se recoge que el cultivo de morales para la producción sedera tuvo una gran importancia económica para La Gomera a partir del siglo XVII. Se plantaban en la práctica totalidad de la isla, siendo una “industria popular asequible a casi todas las personas, aún para las que cuentan con rentas modestas, pues puede realizarse en todos los grados sin desembolso alguno de costosos utillajes, maquinarias, edificios, ni de otro capítulo gravoso hasta la producción del capullo”.
Su utilidad económica e histórica más conocida, como se ha dicho, es la producción de la seda (sericicultura), aprovechando el alimento que suponen las hojas para las larvas de los gusanos. Dicho esto, hay que añadir que, además de las hojas, el resto de sus partes son igualmente útiles: la mora como fruto, las ramas, el tronco.
La mora se puede consumir en cualquier momento de su evolución, resultando su sabor más o menos ácido, pero cuando está madura su consumo apenas se puede posponer un par de días.
Sus ramas, en La Gomera, se han utilizado para hacer morteros, tornos de barrica, queseras, cachimbas, así como mangos de martillos, picaretas u otras herramientas. De su tronco sale la madera para la elaboración de las chácaras; aunque también se hacen de madera de viñátigo, barbuzano, o castaño, las de moral son las preferidas por ser más ligeras, sonoras y duraderas. Las chácaras elaboradas de la tea o parte central del moral son muy reconocibles por su color blanquecino o algo amarillento, luego, con el paso del tiempo se van oscureciendo.
En La Gomera, junto con algunas partes del Norte de Tenerife, como Taganana, Garachico o La Guancha se popularizó, hasta fechas no tan lejanas, la elaboración de vino de mora. Mi suegra, Delia Cordobés, con más de ochenta y cinco años salía a recoger moras en diferentes lugares de Macayo, las exprimía en un caldero grande y luego las dejaba reposar durante varias semanas, tras ello colaba el jugo para eliminar los restos, y guardaba el vino de mora en botellas y garrafones en lugar fresco. Se gastaba en familia y los excedentes se vendían en la tienda de Rafael Cordero, su marido, situada en el casco de Vallehermoso. Era un producto muy demandado y de siempre se decía que era gran remedio para los golpes internos.
Morales encontramos por toda La Gomera. No solamente en Vallehermoso y Hermigua, que en los siglos XVII y XVIII fueron localidades señeras de toda Canarias en la producción de seda. Sin embargo, aprecio que la sequía, el abandono de terrenos en zona de madianías y la ausencia de conducciones de agua por acequias de tierra, son causas de su apreciable disminución. Por estos motivos es perceptible como año tras año van menguando en porte, secándose, hasta finalmente morir. Tampoco es nada desdeñable el daño que talas o podas bárbaras infringen en muchos ejemplares asilvestrados o incluso en terrenos particulares buscando, en modo irresponsable muchas veces, la calidad de su madera para la elaboración de objetos artesanales o de ebanistería.
Hace cinco años Angelito Plasencia me trajo de Arguamul tres morales pequeños para plantar. Uno no me pegó, de los supervivientes, uno lo planté en Morera para dar consistencia y continuidad a la toponimia local, y el otro en el jardín de nuestra casa rural en El Cabezo. A pesar de que crecen muy lentamente, ya como moras de ellos.
En 1999, la siempre recordada Pilar García Dorta, vecina de Macayo, nos concedió una entrevista soberbia, para nuestro quehacer de elaborar una guía del patrimonio de Vallehermoso. Entre otras muchas cosas, nos relataba: “…también se sacaba seda de los gusanos, a los gusanos los metíamos en cedazos, en un cuarto, en gavetas, etc; buscábamos charascos de brezos para que se subieran arriba y luego se les hacía todo el proceso, se hervían y cuando se secaban se desmenuzaban y se iba sacando la seda. Se dejaban algunos capullos, los que se querían para semilla y se dejaba que saliera la mariposa”.
“La cultura del moral y el vino de moras (un producto medicinal canario utilizado desde la antigüedad)” es un estudio de investigación colectivo, dirigido por Manuel J. Lorenzo Perera durante los cursos 1990/1994 en la Escuela Universitaria de Profesorado Universitario de La Laguna. Ameno de leer, señala algo muy curioso, esto es que en El Hierro hasta bien entrado la segunda mitad del siglo XX las moras junto a otros productos (tunos, higos, creces, raíces, sobras del hogar) fueron empleadas para alimentar cochinos. Un lujazo, entiendo yo.
Finalmente, del mismo estudio, reproduzco una coplilla que acompañaba el toque de tambor herreño, así como una adivinanza de la isla de Tenerife que también se cantaba.
Tronco de mi moral fuiste,
Donde yo moras comí,
Los milagros que tú jagas
Que me los cuelguen de aquí.
Verde fue mi nacimiento
De encarnada me vestí
Y ahora que me ves negra
Hagan justicia de mí.
Artículo divulgativo del patrimonio local, parte del compromiso del Plan de Acción de la II fase de la Carta Europea de Turismo Sostenible en La Gomera.