He seguido con enorme interés, como todos, el proceso de las elecciones celebradas en Andalucía, que ha concluido con una contundente victoria del Partido Popular. Pero lo que más me ha llamado la atención, tanto de la propia campaña como del posterior análisis político y periodístico de los resultados, es que todo parece girar exclusivamente en torno a las ideologías.
Uno puede leer que la derecha ha ganado a la izquierda, que la derecha moderada ha superado a la ultraderecha, que la izquierda fue derrotada por su desunión… Todo lo que he visto se centra en el análisis de las tendencias políticas de los partidos y del apoyo que han recibido de los ciudadanos.
Me permito cuestionar si no tendrá también algo que ver, en la motivación de la gente que va a votar – con más de un 42% de abstención-, la satisfacción o insatisfacción por la marcha de la economía, por el trabajo que aprecia en sus gobernantes o en los candidatos, por cosas, en suma, que tienen que ver con la vida cotidiana. Por supuesto que hay personas con firmes convicciones políticas, que militan en un partido y que votan por esa fuerza política. Pero todos sabemos que son los menos. Y creo que gran parte de la sociedad, a la hora de votar en un sentido o en otro, lo hace motivada por su opinión sobre con qué líder o con qué partido van a mejorar las cosas para sí mismo y para su pueblo.
Las ideologías definen diferentes maneras de conseguir un fin que es común a casi todos los políticos: el bienestar y el progreso social. Unos partidos creen que se logra de una forma. Y otros piensan que se consigue de otra manera diferente. Pero lo que no hay que perder de vista es el objetivo final, que es el servicio a los demás. El sentido de los votos a veces se explica mucho mejor desde el punto de vista de un electorado que valora los servicios prestados y la calidad de vida que ha recibido, más que desde la pura visión ideológica.
La izquierda en Andalucía — PSOE, Por Andalucía y Adelante Andalucía — apenas suma un tercio de los votos frente a toda la derecha. Pero eso tiene unas razones que no se pueden extrapolar al resto de España. Más de tres décadas de preponderancia de la izquierda ha ocasionado una ola de cambios que algunos pueden achacar al cansancio y otros a la tentación de probar, al menos temporalmente, otras maneras de gobierno. Más que apoyar a la derecha, mi opinión es que los andaluces han “premiado” con su voto el trabajo de un gobierno que, aparentemente, les ha convencido. Ya se sabe, como se dice, que son los propios gobiernos los que pierden o ganan las elecciones.
Todos los análisis son respetables, por supuesto. Pero considero que elección tras elección, los ciudadanos están dando pruebas de una insólita madurez y mostrando que, como vulgarmente se afirma, “no se casan con nadie”. Que votan por los que trabajan, por los que se esfuerzan en servir, por los que aciertan, por los que explican y transmiten compromiso. Ese sentido de la política como utilidad para los ciudadanos demuestra, en mi opinión, que la democracia española no tiene una sociedad escindida en dos bloques inamovibles, sino que se mueve y transita de unos partidos a otros desde la perspectiva de preguntarse: ¿Quién lo va a hacer mejor? ¿Quién me hará vivir mejor a mí y a mi familia?
La defensa de las ideologías a veces nos conduce, a las fuerzas políticas, a enfrentamientos estériles y a posiciones antagónicas. Pero por muy diferentes que sean las ideas, existen grandes asuntos en los que casi todos podríamos ponernos de acuerdo. Y lo que nos están pidiendo los ciudadanos no solo es moderación: también nos exigen la capacidad para discernir en qué podemos ser útiles para gestionar su bienestar y su futuro. Creo que esa es la piedra angular de un electorado que nos lo está diciendo una y otra vez, aunque muchos en vez de escucharles a ellos prefieran escucharse a sí mismos.