Mirando las cifras de ocupación hotelera de este verano, el aspecto de los aeropuertos o las carreteras, nadie diría que existe una guerra que afecta a Europa, que se prevé una crisis energética en otoño, y que padecemos una enorme inflación en todas las economías de la zona euro.
Después de dos largos años de pandemia, aislamiento social, crisis y sufrimientos, las familias parecen decididas a disfrutar de unas vacaciones que probablemente sean las más merecidas desde hace muchos años. Y no están dispuestas a que nada ni nadie se las estropee. Y, sinceramente, a poco que uno lo piense, ese sentimiento es fácil de entender.
Pero cualquier conductor sabe que después de una recta suelen venir algunas curvas. Y que no se puede apartar la vista de la carretera. A nosotros, en Canarias, después de este verano con cifras extraordinariamente buenas, nos espera un otoño lleno de incertidumbres. Como cualquier otra economía europea, nuestra actividad económica depende en gran medida del contexto en que se mueven otros mercados: en nuestro caso, países como Alemania o Gran Bretaña. Y las previsiones que nos anuncian los expertos no son buenas.
Canarias depende del turismo, que es el motor que mueve el resto de los sectores productivos. Y su abastecimiento, como el de cualquier archipiélago, depende esencialmente de los costes del transporte aéreo y marítimo. Nuestra economía productiva y nuestro nivel de precios tienen una dependencia total de esos dos factores que son los primeros que pueden verse afectados por una crisis económica en Europa.
Parece inevitable que si finalmente se producen restricciones energéticas en el continente, afectarán a la economía de países que son emisores de turismo hacia las islas. Y Canarias no puede hacer nada para evitarlo. No está en nuestra mano. Pero al mismo tiempo, la duda es si podremos soportar otro enfriamiento en el sector turístico: si el comercio y el sector servicios, que han sobrevivido milagrosamente a la última crisis, podrían soportar en pie un nuevo golpe económico.
Mientras los canarios disfrutan de un merecido descanso este verano y hacemos caja en el sector hotelero, de la restauración y del comercio, quienes tenemos responsabilidades públicas tenemos la obligación inexcusable de mirar hacia el inmediato futuro. No podemos engañarnos con este espejismo de hoy. Debemos prepararnos para el escenario si se cumplen las previsiones más negativas de un invierno de recesión económica.
El sector público ha demostrado, a lo largo de los últimos años, su capacidad para reaccionar ante la adversidad. Gracias a las ayudas sociales y a las políticas de apoyo a los sectores productivos más necesitados hemos podido sobrevivir a momentos especialmente difíciles. Aunque estemos agotados y exhaustos, tenemos la obligación de plantearnos un plan de contingencia para determinar con qué medios contamos y qué medidas extraordinarias podríamos tomar si finalmente el escenario se vuelve tan complicado como algunos esperan.
Ahora toca coger fuerzas para afrontar desde la responsabilidad los tiempos que vienen. Los ciudadanos necesitan de administraciones que los apoyen y en Canarias así lo hemos venido haciendo.