Hay tantos problemas, tantas vías de agua, que a veces uno no sabe qué atender primero. Los malos años que hemos vivido en muy poco tiempo nos han causado grandes daños de los que apenas si estamos empezando a recuperarnos. La gran crisis económica del 2008 dejó secuelas terribles de pobreza sobrevenida, de familias que perdieron sus ahorros y sus viviendas y de miles de autónomos que echaron la persiana del negocio porque aquello era insostenible. La crisis económica vivida con la pandemia nos ha golpeado cuando el barco empezaba a recuperarse del terrible temporal que habíamos vivido. En cuestión de menos de una década hemos sobrevivido a dos ‘cracks’ económicos sin parangón en la historia reciente.
A pesar de los esfuerzos públicos y privados que se han hecho en estos tiempos aciagos, la pobreza sigue siendo una lacra que golpea nuestras conciencias. La única forma de acabar con ella es consiguiendo que exista trabajo digno y bien remunerado; que haya empresas prósperas y eficientes; que mejore la productividad y la competitividad de nuestros sectores económicos. Este Gobierno ha hecho lo posible y lo imposible por salvar a los autónomos y a las pymes de las Islas en los peores momentos de la última crisis. Hemos repartido ayudas por más de mil millones para salvar el tejido productivo del turismo y del comercio, del que vivimos. Y se han multiplicado los fondos destinados a ayudas sociales, el salvavidas que hay que tirar al agua para impedir que haya personas que se ahoguen en estos tiempos de dificultades extremas.
Sin embargo, las cosas no acaban de funcionar como quisiéramos. El principal producto exportador de Canarias, el plátano, está perdiendo el mercado nacional en favor de la banana extranjera. No quiero ni pensar en lo que sería la pérdida de este cultivo, que afectaría a miles de familias en nuestra Comunidad, porque tendría unos efectos aún mayores de los que ocurrió cuando perdimos la mayor parte de las exportaciones de tomates de las islas, que se fueron a Marruecos porque allí les daban mejores condiciones y conseguían producir con menores costes. La brecha digital en el caso de nuestras islas es otra gran señal de alarma: afecta al 30% de los hogares canarios. Pero en mayor medida a quienes más necesitan una oportunidad en este nuevo mundo; los hogares en exclusión severa de los que el 44% no tienen acceso al mundo digital.
Tenemos muchos calderos al fuego; pero el fuego está apagado. Hay cosas que tenemos que discutir, acuerdos a los que tenemos que llegar y decisiones que tenemos que defender. Hay que hacer algo para que Canarias deje de estar a la cola de España en salarios. Unirnos firmemente para conseguir que la subvención a los viajes entre Canarias y el resto de España no se convierta en un abuso con los ciudadanos de estas islas y un fraude con el resto de los españoles. Un reciente estudio de un profesor asociado de la ULPGC denuncia que los viajeros peninsulares tienen que afrontar unos precios prohibitivos, que alejan al Archipiélago del resto del Estado, que además tienen incidencia en el gasto por visitante, que ha caído: si gastas mucho en el viaje queda menos presupuesto para compras y ocio.
Frente a las predicciones pesimistas, el turismo ha aguantado. La celebración de FITUR este año arroja las mejores expectativas, siempre condicionadas a la frágil estabilidad que vive hoy el mundo y a los problemas de una economía global. Si todo sigue sin sustos, a lo largo de este año tendremos deberes inexcusables, como activar la Renta Ciudadana para mejorar la cuantía y la eficacia de las ayudas a los más vulnerables, pero no deberíamos descuidar el análisis riguroso de las amenazas que nos acechan a corto plazo y que afectan a las exportaciones agrarias, a la conectividad y al futuro de nuestra economía. No solo de pan vive el ser humano; ni del turismo.