Para cualquiera es fácil de entender que para un agricultor de nuestras islas tener millones de consumidores es una bendición. Un productor de La Gomera no cultiva para que sus productos los consuman veinte mil habitantes de la isla, sino para los miles de visitantes que tenemos cada año, que vienen a disfrutar de las bellezas de nuestra tierra, pero también a consumir nuestros productos frescos o a comprar nuestra artesanía.
El turismo en Canarias no solo es el negocio del que viven hoteles y apartamentos, sino una gran parte de nuestra agricultura y nuestra industria local. Moviliza una enorme cantidad de recursos en el transporte, en el alquiler de vehículos, en la restauración, el ocio y el comercio. Es el motor que mueve la cadena de distribución que hace avanzar a toda la sociedad y la economía de nuestras islas.
Desde ese punto de vista me preocupa que se esté creando la sensación de que el turismo es el principal enemigo del medio ambiente y la mayor amenaza al territorio que sufre Canarias. No solo porque no es verdad, sino porque detrás de ese discurso se mueven componentes ideológicos que fácilmente nos pueden llevar al aislamiento y la xenofobia.
Es legítimo que nos preocupemos del impacto de la actividad turística y que exijamos mayor y mejor sostenibilidad, inteligencia y respeto medioambiental a los proyectos turísticos. Que antes de acometer nuevas iniciativas se exija la recuperación de zonas degradadas o la rehabilitación de espacios que pueden ser reaprovechados para la actividad. Y que todo esto sea vigilado y tutelado por quienes tienen la responsabilidad de velar por la conservación de nuestras islas. Pero es muy evidente que el turismo que nos da de comer solo ocupa del 3 al 4% del suelo de las islas, y que las mayores agresiones al medio ambiente, en materia de vertidos de aguas residuales, invasión desordenada y abusiva del territorio y emisiones contaminantes, vienen de las áreas más pobladas por residentes: concretamente en las dos grandes zonas metropolitanas.
Que haya personas que protesten contra un turismo supuestamente dañino para nuestras islas es muy preocupante. Porque supone no solo distorsionar la realidad, sino focalizar los problemas donde no están. Ahora mismo se escuchan protestas contra la compra de viviendas en las islas por conciudadanos europeos, algo que tendría que poner en valor la calidad de la vida en nuestras islas y llenarnos de orgullo, pero que se interpreta como una especie de venta de nuestro territorio a los extranjeros, en una visión propia de siglos pretéritos. No se puede confundir valor y precio. Los ciudadanos europeos no son extranjeros, somos nosotros. Son nuestros hijos que trabajan y viven por todo el continente, y especialmente por los países de la Unión Europea a la que pertenecemos.
Hace solo unos pocos meses, las zonas turísticas de las Islas estaban desiertas, los hoteles cerrados, los comercios con la persiana bajada y los negocios hundidos. Aquel cero turístico provocado por la pandemia provocó la ruina de miles de personas y una enorme pérdida de puestos de trabajo que solo se pudo amortiguar con la decisiva intervención del Gobierno con los ERTE y las ayudas a las pymes y autónomos. La Canarias que conocemos hoy, sin el turismo, no sería posible. Tenemos que mejorar la redistribución de la riqueza, aumentar la masa salarial privada mejorando la productividad y las retribuciones a nuestros trabajadores y apostar por sectores de actividad en el terreno de las nuevas tecnologías. Pero me preocupa que, aunque sea mínimamente, haya personas que no sean conscientes de que el turismo no solo es nuestra principal actividad económica, sino aquello para lo que estamos mejor preparados y para lo que contamos con los mejores recursos.