El término Canarias Despoblada no existe como tal, pero debería. El archipiélago canario sufre una fuerte despoblación y envejecimiento en sus núcleos rurales, que alcanza niveles
dramáticos en las islas más occidentales. La Gomera, por ejemplo, ha perdido un tercio de sus habitantes en 50 años. Pero allí este desplome se ha estabilizado en los últimos tiempos gracias al turismo sostenible, del que se ha convertido en modelo para toda Europa.
Este turismo respetuoso y tranquilo también ha sido tabla de salvación para una curiosa
comunidad austriaca que llegó a La Gomera en 1987 huyendo de Chernóbil. El miedo a un
posible desastre nuclear les empujó a trasladar su comuna pacifista a la isla colombina. Allí
compraron una vieja hacienda agrícola que ocupaba la desembocadura del valle de El Cabrito. El paraíso libertario se transformó en 1990 en cooperativa y un año después en uno de los primeros centros de agroturismo de Europa. Otra curiosidad: todos los beneficios se reinvierten en el proyecto, no reparte dividendos entre los socios.
Ecoturismo “detox”
A la sombra de sus cultivos ecológicos de mangos, plátanos, maracuyás, dátiles y aguacates ha nacido una nueva forma de hacer turismo, el de la desintoxicación. Porque a este hotel solo se puede llegar por barco o a pie, no hay internet ni siquiera cobertura telefónica, la electricidad procede del sol, las villas son las antiguas viviendas rehabilitadas de los trabajadores (y no tienen televisión), el jardín es la explotación agrícola de “metro cero” de donde proceden los alimentos del restaurante, y la piscina una gran playa desierta con vistas al Teide con uno de los amaneceres más espectaculares y solitarios del mundo.
“Somos una isla dentro de la isla, un destino de vacaciones autosuficiente de gran valor”, aclara orgullosa Brigitte Dedies, gerente del Hotel Finca El Cabrito. Pero una isla 100% sostenible y bio. En 1994 fue la primera empresa de agricultura ecológica reconocida por el CRAE (Consejo Regulador de Agricultura Ecológica) en La Gomera y en 2004 la primera finca certificada en ecológico.
La francesa Brigitte vino para trabajar aquí unos meses y ya lleva toda la vida, pero es feliz
porque, reconoce, aquí ha encontrado la arcadia perfecta. “Los clientes valoran mucho nuestro proyecto, el que comas en el hotel lo que plantas en la finca, que vean los mangos o los tomates frente a la habitación y luego se los coman al medio día, o desayunen la mermelada que se ha hecho con las papayas”.
Orgullo rural, gomero y canario
A pesar de contar con una clientela especialmente centroeuropea, el menú se nutre de recetas canarias gracias a la buena mano de Teresa Cruz, la cocinera gomera. Y al excepcional trabajo de Carlos Henao, el experto en agricultura ecológica que está al mando de los cultivos. “Tenemos una producción ajustada a las necesidades de la cocina lo más circular posible, con cultivos de producción lenta que perduren en el tiempo pues buscamos la autosostenibilidad”, recalca Carlos mientras muestra orgulloso unas mangas que tienen fama de ser las más exquisitas de Canarias.
El austriaco Egon Redebt es ingeniero y llegó a este proyecto por culpa de un libro, Los límites del crecimiento, un informe encargado por el Club de Roma y publicado en 1972 cuya principal autora fue la científica ambiental fue Donella Meadows. “Vengo del movimiento de mayo del 68 y quería cambiar el mundo”, se sincera. Al final ha reducido sus expectativas a las 10 hectáreas de este valle del que, espera, “sirva de ejemplo para los demás”
Ya lo es. Energéticamente autosuficiente gracias a su huerto solar, 40 Kw que próximamente serán el doble. Se abastece del agua potable (exquisita) extraída de un pozo. Los vehículos son eléctricos. Y tienen una política de residuos cero, sin plásticos y donde los restos orgánicos se transforman en compost. O en alimento para un pequeño rebaño de cabras que, a cambio, regalan la leche para hacer yogur y un delicioso queso artesano.
Un modelo de éxito
A más de un turista formado en despersonalizados resorts low-cost, tanta peculiaridad le
puede parecer hasta incómoda, poco apetecible. Pero en este curioso hotel isla, quien lo
prueba, repite.
Así lo confirma Yanira Ossorio, otra de las caras jóvenes y amables que trabajan en el complejo. “Tenemos una relación muy familiar con nuestros clientes, con cerca de un 80% de fidelización”, explica al periodista mientras esboza una amplia sonrisa de satisfacción. Porque cuentan con otra rara peculiaridad. A pesar de lo inmenso de la finca, la capacidad alojativa es pequeña, apenas un centenar de camas para una plantilla de 38 empleados.
Los trabajadores comparten los mismos espacios que los clientes, no visten de uniforme y al final del día suelen compartir cervezas (o vino gomero) y charla con ellos. Algunos dejan
incluso sus cosas en el hotel para poder encontrarlas allí la próxima vez que vuelvan. Otros
regalan sus libros de lectura, completando una variada biblioteca de aspecto nórdico si no
fuera por las palmeras canarias que la circundan.
Muchos de los clientes vinieron como niños de la mano de sus padres y ahora traen de la mano a sus hijos. Hay incluso una guardería gratuita abierta todo el día con una filosofía de lo más original, ofrecer a los padres un tiempo de descanso sin niños, pero también ofrecer a los niños un tiempo de juego sin tener a los padres todo el tiempo encima. Con la tranquilidad de estar en un valle sin más peligros que el sol o el atracón de fruta.
Así se entienden dos cosas, el relax que lo inunda todo en El Cabrito y una extraordinaria
conciencia ambiental. Lo ratifica Brigitte Dedies: “Para ellos es muy importante esta relación de la tierra con la vida, con la naturaleza y sus vacaciones. Y la relación tan cercana con el personal. Hoy se habla de tejer redes, pero para nosotros los clientes son una gran familia, tejemos con ellos una red de amistad”.