No sé si nos pasa a todos los que ya tenemos una edad, pero a veces siento que el tiempo corre muy deprisa. Que los años pasan volando y que, a pesar de que uno le echa todas las ganas del mundo y todo el trabajo que puede, hay problemas que no tenemos manera de arreglar. Esta semana próxima, se celebra en el Parlamento el Debate sobre el Estado de la Nacionalidad. Y como pasa siempre, unos dirán lo bien que se han hecho las cosas y los otros intentarán demostrar que no se ha hecho nada bueno.
Pensando en estos cuatro años pasados cualquier persona sensata se dará cuenta de que hemos superado situaciones increíbles. Es un mérito que hay que apuntar en el haber de una sociedad que ha demostrado una capacidad de adaptación extraordinaria. Y de unos servicios públicos que, con los problemas que siempre hay en cualquier proyecto humano, han reaccionado también de una forma admirable al sobreesfuerzo que en un momento dado se les pidió.
Parece que fue ayer cuando el primer caso oficial de coronavirus en España, registrado en La Gomera, saltó a los titulares de los medios de comunicación. Se vivieron días de miedo y de incertidumbre. Pero se hizo lo que había que hacer, se tomaron las medidas más adecuadas y se superó la crisis. Hoy parece poca cosa, pero solo los que vivimos aquellas horas inciertas podemos recordar la angustia a la que tuvimos que hacer frente. ¿Y cuál fue la clave de que pudiéramos enfrentar aquella amenaza? La unidad.
Una y otra vez se demuestra que cuando nuestra sociedad reacciona de forma unida, responsable y solidaria ante los peores acontecimientos, el resultado es que se puede superar cualquier adversidad por dura que sea. Cuando la dictadura acabó en este país y se alumbró la democracia, España floreció porque muchos partidos políticos distintos, de ideologías muy opuestas, fueron capaces de encontrar el consenso en algunos asuntos básicos para nuestra convivencia. Fueron capaces, incluso, de hacer juntos una Constitución que sigue siendo un referente en nuestro Estado de derecho.
Ningún gobierno por sí solo tiene la capacidad para acometer la transformación que necesita Canarias. Tenemos retos en el terreno de la población, la justicia social, la lucha contra la pobreza, el cambio energético y la sostenibilidad, que escapan a las posibilidades de un mandato, por ambicioso que sea. Es necesario ahora, como lo fue una vez hace muchos años, la creación de un gran consenso sobre los asuntos estructurales que definirán cómo será el futuro de nuestra tierra y de nuestros nietos. Pero desgraciadamente, estos tiempos no favorecen la tolerancia, el entendimiento y el acuerdo.
Durante los últimos cuatro años, hemos venido denunciando que los habitantes de las Islas Verdes asumen un mayor costo de la vida, peores servicios y menores oportunidades. Son hechos que nos convierten en ciudadanos de una Canarias distinta. Pero ni mucho menos podemos decir que no se han logrado cotas de bienestar y progreso superiores a las que jamás se conocieron. Los sucesivos gobiernos de nuestras islas han entendido la necesidad de discriminar positivamente a los que padecen peores condiciones de vida. Ya ocurrió con el Fondo de Desarrollo de Canarias y ha ocurrido en el programa de inversiones de los últimos cuatro años, en donde se ha producido un intento de corregir los desequilibrios en el desarrollo a través de una mayor atención a nuestras realidades.
Eso no ha ocurrido por casualidad. Ha sucedido porque la voz de los canarios de las islas no capitalinas ha reclamado solidaridad y cordura. Y es la misma voz que ahora está reclamando a los grandes partidos políticos que representan a los canarios y las canarias que sean capaces de encontrar un espacio común por el que todos apostemos. Una política estructural que no cambie con cada mayoría y con cada gobierno. Una que determine qué hacemos con el crecimiento y la distribución de la población; qué hacemos con la diversificación del modelo económico y fiscal de Canarias; qué hacemos con las estrategias de sostenibilidad, de lucha contra el cambio climático y de desarrollo de nuestros sectores productivos.
No existe ningún problema, ningún reto, que no seamos capaces de superar. Pero es imprescindible que nos pongamos de acuerdo, como lo hizo la generación de la transición, en algunas cuestiones básicas de las que depende el futuro y la prosperidad de todos. Hay momentos en los que un país, una tierra, una comunidad, debe replantearse cuáles son sus grandes objetivos. Y este parece el momento de Canarias. Un momento que requiere amplitud de miras y grandeza política. Ojalá que algo de este espíritu presida un debate que debe ser mucho más que un ajuste de cuentas políticas. Porque es en este presente donde nos jugamos el futuro de todos.