José Ignacio Algueró Cuervo*.- A punto de cumplirse un mes del óbito, me entero del fallecimiento de Ángel Suárez Padilla, también conocido como “Angelito el de Unelco”.
Tuve las primeras referencias de él a poco de llegar a La Gomera, pero fue a raíz de hacerme cargo de la secretaría general de CCOO en la isla en 1992 cuando la relación se hizo estrecha y cordial. Al principio me fue de gran valor la información que me facilitaba como buen conocedor de la idiosincrasia gomera y de la lucha sindical en la isla desde antes incluso de la desaparición del dictador.
No en vano, Ángel Suárez había sido militante del por entonces ilegal Partido Comunista de España y, junto a camaradas como Manuel Benito Herrera Mesa, Gabriel Vicente Sánchez o Cosme Piñero Arteaga -los cuatro me honrarían con su amistad- había constituido el comité insular y la asamblea local de dicha organización política.
Pero el partido era consciente de que la situación laboral en la isla era intolerable, cometiéndose auténticos abusos que quedaban impunes ante la pasividad del llamado sindicato vertical y de las autoridades, más cercanas al empresariado que a una clase trabajadora condicionada por el desconocimiento de sus derechos y por el miedo a perder su puesto de trabajo.
Paradigmático fue el caso de la industria conservera que la empresa Lloret y Llinares tenía en La Rajita. Ángel me contó un día orgulloso cómo una de las primeras actuaciones del sindicato CCOO, que por fin habían podido constituir en La Gomera, fue conocer de cerca la realidad de dicha fábrica: decenas de trabajadoras en condiciones de semiesclavitud, sin alta en la Seguridad Social, con salarios irrisorios y jornadas laborales extenuantes. Las medidas de presión, impensables por entonces, dieron sus frutos, y la Inspección de Trabajo ayudó a dignificar una relación laboral vergonzosa.
Estas labores de apoyo y asesoramiento se extendían también a colectivos como los pequeños propietarios de tierras, a los que aquel grupo de activistas por una sociedad más justa asesoraba en cuestiones como el derecho que les asistía de reclamar al gobierno instalaciones que permitieran el riego de sus llanos.
Para ejercer las funciones propias del sindicato hacía falta un local al que CCOO tenía derecho. Ante los obstáculos para conseguirlo, Ángel Suárez se presentó en Madrid, recabó el apoyo de Marcelino Camacho, y regresó a su isla dispuesto a conseguirlo por la vía de la ocupación, la cual sería posteriormente aceptada por la autoridad competente.
Con un entusiasmo que compensaba la escasez de medios, y salvando obstáculos diversos -había un vacío legal, y la Constitución aún no había sido aprobada en referéndum- estos auténticos pioneros realizaron una labor que sería reconocida con ocasión del Primer Congreso de CCOO Canarias, celebrado en Santa Cruz de Tenerife los días 28 y 29 de octubre de 1978., y al que asistirían cinco delegados por La Gomera, con Ángel Suárez a la cabeza.
Al rememorar un día el intento de golpe de estado de Tejero y sus cómplices, Angelito me comentó que tanto él como sus compañeros de sindicato temieron por sus vidas. En la misma línea, Manuel Benito me apunta que decidieron encerrarse en la sede del partido, vigilada permanentemente por cuatro guardias civiles, llegando incluso a tener preparada la huida por mar junto a sus familias.
Como comentaba al principio, desde que accedí en 1992 a la dirección de CCOO en La Gomera conté con el apoyo desinteresado de Ángel Suárez. Cada vez que llegaba el Primero de Mayo aparecía por el sindicato con su enorme bandera republicana y dispuesto a ofrecernos sus conocimientos en cuestiones eléctricas, para luego incorporarse en primera fila a la manifestación. También era fija su presencia en los congresos insulares y en las actividades organizadas para denunciar las muertes de inmigrantes en nuestras costas, o en aquellas destinadas a los pensionistas.
Inmisericorde con cualquiera que recortara derechos económicos o laborales que tanto había costado conseguir, se quejaba de los comportamientos caciquiles que tanto daño han hecho a La Gomera, o se indignaba con la guerra de Iraq, el imperialismo estadounidense, o los crímenes de Israel contra el pueblo palestino y de Marruecos contra el pueblo saharaui.
Más que un conversador, era un observador de la realidad que aprovechaba la presencia de cualquiera dispuesto a escucharlo para expresar sus fundadas opiniones de persona observadora del día a día y curtida en mil batallas en defensa de una sociedad más igualitaria.
Otro tema de conversación de Angelito era la gesta del Telémaco y las enseñanzas que debíamos sacar de ella. Orgulloso de que su padre fuera el valiente timonel de aquella embarcación, admirador sincero de la única mujer de la tripulación, puso sus conocimientos, su constancia y su poder de convicción al servicio de la causa que llenó los últimos años de su vida. Se convirtió en un historiador que, apoyado en su propia memoria, fue recogiendo testimonios orales e imágenes que le permitirían tejer El Telémaco. El último viaje, un texto fundamental para comprender la emigración canaria a Venezuela. Y no se conformó con verlo en las librerías o presentarlo en el Parlamento canario, sino que insistía una y otra vez en lo importante que era acercar aquellos hechos a los niños y jóvenes canarios para que nunca dieran la espalda al drama de la inmigración desesperada que llega a nuestras costas si antes no ha perecido en la travesía víctima del egoísmo, la ambición y la indiferencia de una sociedad occidental que se dice desarrollada.
Estoy convencido de que tragedias evitables e injustificables como la vivida hace poco más de un año en la valla de Melilla ayudaron muy poco a levantar el ánimo de un luchador impenitente como fue Ángel Suárez, quien probablemente había decidido ya imitar a los elefantes que ven cercana la muerte y se apartan de la manada; en silencio, sin molestar, sin honores, con el convencimiento de que había sido genio y figura hasta el último suspiro.
Ahora que él ya no está para rechazar distinciones, pensando que la sociedad gomera está en deuda con quien tanto luchó para hacerla mejor, me atrevo a proponer a la corporación municipal de San Sebastián que apruebe la apertura de un expediente para dar el nombre de Ángel Suárez Padilla a una calle céntrica de la capital.
Al mismo tiempo, manifiesto mi esperanza de que la obra El Telémaco. El último viaje se convierta en material de trabajo y análisis para el alumnado de nuestra isla.
*José Ignacio Algueró Cuervo es historiador y fue secretario general de CCOO en La Gomera, además de docente.