POR PABLO JEREZ SABATER.- El lunes 23 de septiembre de 1923 amaneció en Agulo con esa inquietud que se tiene en las grandes ocasiones. Las campanas del nuevo templo parroquial repicaban incesantemente y servían de saludo para el desembarco en el pescante del vapor «Sancho», que llevaba como pasajero al canónigo magistral de la Catedral de La Laguna, D. Heraclio Sánchez.
Imaginen por un momento la instantánea: un pueblo engalanado, las principales personalidades de Agulo dispuestas sobre el brazo del pescante, niños y niñas cantando a corro y la multitud agolpada en este entono esperando al presbítero, quien no solo oficiaría la solemne apertura del templo, sino que además fue el encargado de cerrar la velada literaria previa al esperado día.
Otra imagen para el recuerdo: Cuando la noche se hizo en el pueblo, las velas se encendieron en San Marcos para que la palabra tomara forma. Poetas como César Casanova, artistas como José Aguiar, y religiosos como el párroco D. José del Castillo y el ya referido Magistral de Tenerife, dieron testimonio del hecho histórico que iba a sucederse al día siguiente. Cuando la noche se hizo en el pueblo y la palabra dejó de tomar forma, el cielo se cubrió con fuegos artificiales traídos del Puerto de la Cruz. Se había acabado el tiempo de espera.
El Día de las Mercedes, día grande en Agulo, día que se viste de la solemnidad de las grandes ocasiones, amaneció con un gentío nunca antes visto. Esa mañana se bendijo el templo parroquial actuando como padrino Leoncio Bento, alma mater de la construcción del templo, ya que se erigió como contratista del mismo desde el ya lejano año de 1912, anticipando más de 40.000 pesetas de la época para el inicio de las obras (una auténtica fortuna en aquel entonces) de las casi 80.000 pesetas en las que se presupuestó un año antes por parte del arquitecto diocesano, Antonio Pintor.
Cabe recordar que Pintor fue el encargado, además, de las trazas de las vecinas iglesias de La Encarnación y de San Juan Bautista, de ahí que todas tengan algunos elementos parecidos. Todas ellas responden a lo que se conoce como «neogótico», un estilo ciertamente anacrónico para la época, pero muy del gusto de la curia nivariense, de ahí que San Marcos tenga ese arco apuntado tan esbelto en su fachada cercada por su ajustada torre-campanario o que su interior responda a una planta de una sola nave bajo una bóveda nervada.
Sin embargo, si bien fue Antonio Pintor el arquitecto que la diseñó y le dio forma, la obra la concluyó un ingeniero: José Rodrigo Vallabriga. Él fue el encargado de la reconstrucción de la Catedral de La Laguna y fue pionero en el uso del hormigón armado en las islas allá por 1913. Una década más tarde, supo poner todo su ingenio para aplicar técnicas similares a las bóvedas de San Marcos. Y es que, hasta en este tipo de detalles, el templo agulense era especial.
Pero volvamos a ese día, a esa mañana de lunes que seguro fue la más azul que se recuerda, la más despejada, la más soñada y recordada. Tras la multitudinaria misa salieron tanto San Marcos como la Virgen de Las Mercedes en procesión, repitiéndose la misma por la noche mientras todo Agulo y centenares de vecinos de Hermigua y Vallehermoso acompañaban el júbilo de los primeros. Ese día hubo fuego, pero en el cielo. Ruedas, cohetes, bengalas y –desde entonces parece que es tradición- un gran baile hasta altas horas de la noche. Agulo ya por fin tenía su templo. Cien años después seguimos admirados. Tanta belleza no cabe en tan poco espacio.