La fe es un motor que funciona con energías siempre renovables y que produce la mayor fuerza que jamás ha conocido el ser humano. La devoción a la figura de la Virgen de Guadalupe en La Gomera es una tradición que pasa de padres a hijas, que está incrustada en la cultura y en la manera de ser de las personas de esta isla. Hasta tal punto es así, les prometo que es cierto y que conozco casos, que hay personas que se dicen no religiosas, pero que confiesan sentir una extraordinaria devoción por la Virgen a cuyo amparo se ha encomendado siempre La Gomera.
Y es que, como decía el poeta, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Hay una historia, de la que venimos, que es lóbrega y oscura. Llena de padecimientos, de hambre y de dificultades. Y fue allí, en esa noche de tantas amarguras, donde la devoción a la virgen de Guadalupe sirvió de consuelo y esperanza a tantísima gente humilde que quería encontrar en los cielos lo que no era capaz de obtener en una tierra castigada por la injusticia.
Hoy, aunque vivimos en un mundo distinto y en un tiempo de abundancia, la devoción que data de principios del siglo XVI permanece igual de enraizada en la sociedad de La Gomera. La Virgen de Guadalupe es la patrona de nuestra isla desde hace dos siglos, cuando a mediados del XIX se celebraron las primeras fiestas lustrales. Las mismas que toca celebrar este año abriendo la isla a todos los canarios que acuden a visitarnos y a los miembros de las familias gomeras que viven y trabajan fuera de su isla y que aprovechan estas fechas para regresar a la tierra que les vio nacer.
La figura de la Virgen de Guadalupe es, en cierta medida, símbolo del Descubrimiento y al mismo tiempo de la migración. Es una devoción que sale desde Extremadura y recorre el camino hacia el Nuevo Mundo, haciendo escala en nuestra isla de la mano del primer Conde de La Gomera, Guillén Peraza, al que se vincula con la construcción del primer santuario en Puntallana poco antes del año 1542. Es pues, la Virgen de Guadalupe, una figura que atrae la fe de un lado y del otro del Atlántico, desde México hasta España, pasando por nuestra isla. Un puente en el que pueden encontrarse pueblos que hablan la misma lengua, que comparten una historia común y que rezan a una misma figura.
Los seres humanos nos volvemos adultos cuando dejamos de creer en las cosas maravillosas de nuestra infancia. Cuando perdemos para siempre ese mundo mágico en el que habitan los Reyes Magos, las hadas bondadosas y los trineos voladores. Pero los mayores seguimos conservando una conexión espiritual con la esperanza. Seguimos pidiendo de vez en cuando, en nuestro interior, que ocurra algún milagro.
En estos nuevos tiempos resulta que padecemos viejos males. La incomprensión, la intolerancia y la división se han instalado en un mundo que, sin embargo, dispone de los mejores sistemas de comunicación y del mayor bienestar jamás disfrutado por ninguna otra generación. Viendo como acuden a esta isla los hijos de La Gomera que una vez tuvieron que salir o la gente que nos visita para conocernos, puedo observar en la hospitalidad y el cariño de los gomeros lo mejor del espíritu de los canarios. Nos podemos sentir muy orgullosos de que algunas cosas hayan resistido tan firmemente el paso del tiempo.
A quienes alguna vez me escuchan hablar y escribir sobre las Islas Verdes, la “otra” Canarias, me gustaría hoy enviarles una invitación para que vengan a La Gomera para conocer o revisitar una de las tierras más hermosas y verdes de Las Hespérides. Para que puedan escuchar a algún anciano relatando la leyenda de los marineros que encontraron a la figura de la Virgen de Guadalupe en una cueva de la que salía un extraño resplandor. Y cómo fue que cuando la cogieron y subieron al barco, la mar les impedía alejarse de la isla, con lo que no tuvieron más remedio que volver a tierra y dejarla en manos de los habitantes. Un relato mágico y hermoso que recuerdan unos gomeros a los que el mar empujó hacia el horizonte de tierras muy lejanas y luego solo trajo a los pocos que tuvieron fortuna. Pero hoy no es el tiempo de marchar, sino de volver. El momento de celebrar la vuelta a la casa de todos.