El mundo lleva tanto tiempo viviendo acontecimientos extraordinarios o inusuales que ya va siendo hora de empezar a pensar que no lo son. O lo que es lo mismo, que nuestra vida va a estar marcada por los zarandeos y sustos de un planeta que está sacudido por los conflictos y alterado por el cambio climático que algunos siguen negando a pesar de las apabullantes pruebas.
Desde la crisis financiera de 2007 no hemos hecho sino salir de una para entrar en otra. Hasta tal punto que lo que algunos llamaron un “cisne negro” se ha convertido en la tónica general. Tras el derrumbe de los mercados llegó la pandemia y la segunda gran crisis del comercio mundial. Y después nos enfrentamos a las consecuencias de la invasión de Ucrania y ahora a los efectos en el petróleo, aún por determinar, de la situación explosiva en el conflicto de Israel.
En el escenario internacional estamos sacudidos por los sustos, pero en el doméstico se anuncian nuevas igual de preocupantes. El próximo año, según todos los expertos y analistas económicos, comenzarán las medidas de sacrificio fiscal que la Unión Europea impondrá a los estados miembros. La senda del regreso a la disciplina presupuestaria va a suponer limitaciones para el gasto público que sostiene los servicios básicos de nuestro estado del bienestar. Y eso, que para los territorios ricos es un grave inconveniente, para los pobres, como Canarias, es el anuncio de una catástrofe.
Gran parte del bienestar de las Islas en las que vivimos se soporta en medidas excepcionales adecuadas a una sociedad que sigue teniendo alarmantes síntomas de desigualdad. Tenemos una tasa de paro que aún supera por mucho la media europea. Y unos indicadores de pobreza y exclusión social igualmente alarmantes. En ese contexto, el escenario de cambios en el sistema de financiación en nuestro país se convierte en una prueba de fuego para una comunidad siempre mal entendida a nivel nacional.
Ahora mismo estamos ocupados y preocupados por el fenómeno de las oleadas de creciente migración que elige la ruta de Canarias como alternativa para escapar del infierno de la guerra y el hambre. El vecino continente africano, expoliado por grandes potencias mundiales y gobiernos locales corruptos y bichado por la gangrena del extremismo islámico, es un polvorín del que cada día huye más y más gente en busca de una vida mejor. Y estamos viendo cómo la mejor respuesta de España y de la Unión Europea ante un problema complejo consiste en enterrar la cabeza en la tierra, como los avestruces. La peor solución ante una crisis consiste en pensar que solo hay que esperar a que pase.
Como a cualquier persona que viva hoy en las Islas Canarias me preocupa que la distancia a la que vivimos del continente europeo se convierta en una fuente de desinterés. Porque es una evidencia clamorosa que no podemos afrontar solos la mayoría de los retos a los que nos enfrentamos. Pero los hechos demuestran de manera tozuda que las soluciones tardan y las urgencias no tienen la adecuada respuesta sencillamente porque lo que ocurre aquí no se percibe en su verdadera dimensión por quienes no lo padecen con la intensidad de quienes estamos en el meollo de los problemas.
España necesita un gobierno sólido y estable que sea capaz de afrontar el horizonte de grandes decisiones a las que nos enfrentaremos en un plazo muy breve. Pero lo cierto es que no es eso lo que estamos viendo. El peso territorial de algunas comunidades, cuyo concurso es inevitable para la formación de una mayoría de gobierno, inclinará la balanza de las decisiones hacia criterios políticos en los que Canarias juega un papel marginal. La deslealtad institucional de los grandes partidos, más preocupados por cuestiones electorales que por razones de Estado, tampoco augura nada bueno. Y esto nos conduce de cabeza a lo que algunos definen como enfrentarse a los peores tiempos en las peores circunstancias.
Un encarecimiento del petróleo puede escalar los problemas de Canarias de forma insospechada. Si la subida de las tasas aéreas y la nueva fiscalidad verde a los combustibles de aviación supone un lastre para el turismo del que vivimos, una crisis del crudo puede tener consecuencias impensables. Y si las medidas de disciplina fiscal imponen recortes del gasto público a España que afecten a las medidas estructurales que compensan la insularidad y la lejanía del Archipiélago, nuestro bienestar se puede ver comprometido especialmente en el caso de los más vulnerables.
Pero en Canarias tampoco somos capaces de ponernos de acuerdo, ni siquiera ante amenazas que nos afectan a todos por igual. No existe unidad de acción, ni de criterio, para anteponer las necesidades de todos al interés político cortoplacista. Perdidos en nuestros conflictos políticos domésticos se nos está escapando que la respuesta ante una crisis global solo puede ser un pacto de unidad para darle fuerza a quien hoy, desgraciadamente, no la tiene.