El éxito de las democracias europeas, sociedades que han consolidado el estado de bienestar, se basa en la existencia de unas economías de mercado y unos potentes servicios públicos para los ciudadanos. Un estado fiscal sostenido en las contribuciones solidarias de las empresas y los trabajadores que permiten tejer una tupida red asistencial.
En lo que va de siglo, España, como el resto de países de nuestro entorno, ha tenido que superar dos profundas crisis económicas que solo se han podido superar gracias a la existencia de unos estados potentes que tomaron, en ambos casos, medidas extraordinarias y excepcionales para rescatar a sus ciudadanos. En los últimos años han sido decisivas medidas como la defensa del sistema de pensiones que vinculó las prestaciones al Índice de Precios al Consumo, para impedir el empobrecimiento de los diez millones de jubilados de nuestro país. O la subida del Salario Mínimo Interprofesional, acercándolo en la medida de lo posible a la media europea.
Esta semana que comienza celebramos un nuevo día del Trabajo, y por tanto de los trabajadores y trabajadoras, en un contexto de enormes incertidumbres. La puesta en escena de la Inteligencia Artificial que potencia la capacidad de la robótica para implementar tareas que antes correspondían a los seres humanos, nos sitúa al borde de transformaciones imprevisibles. Es como una gigantesca piedra que cae en el estanque del trabajo y crea ondas que apenas empezamos a sufrir.
A nivel de nuestra tierra, estamos en pleno debate y reflexión sobre disfunciones de nuestra sociedad que no son nuevas sino que venimos arrastrando desde hace muchas décadas. Canarias ha padecido siempre una tasa de paro que duplica la media del Estado. Unos sobrecostos, derivados de nuestra lejanía e insularidad, que encarecen enormemente la vida para los residentes. Y unos salarios que se encuentran a la cola del Estado. Un costo de la vida alto y unos salarios bajos son una combinación letal que acaba siempre en una mayor pobreza.
La coyuntura mundial y los efectos de la inflación sobre los precios de los transportes de mercancías ha disparado la carestía de la vida en nuestras islas. Y el inusitado incremento de población de Canarias ha provocado mayor tensión sobre la demanda de viviendas y de servicios públicos esenciales. Tenemos más trabajadores que nunca dados de alta en la Seguridad Social y nuestro PIB se encuentra otra vez en cifras que superan las anteriores a la última crisis económica provocada por la pandemia, pero la renta familiar disponible se aleja de la media estatal y la riqueza por habitante es menor.
Para cambiar esta persistente realidad es necesario hacer cosas diferentes a las que hemos venido planteando hasta hoy. Hay que eliminar la burocracia, modernizar y mejorar las administraciones públicas, que son fundamentales para el sostenimiento del bienestar de la gente. Debemos tomar medidas para aumentar las fuentes de riqueza y las actividades que generen empleo de calidad. Aplicar ideas imaginativas, fiscales y económicas, para favorecer las inversiones en las islas pero obligando a que la riqueza generada termine vinculándose a nuevas inversiones o actuaciones en nuestro territorio.
La mejora de la renta redistributiva, que es la que conforman los salarios de los trabajadores y trabajadoras de las islas, es inaplazable. Y para conseguirlo debemos ayudar a las pymes y autónomos, que forman la mayor masa empresarial, para que aumenten sus beneficios y se comprometan a la mejora salarial de sus empleados. Una exigencia que debemos impulsar, incentivar y promover, en el ámbito de las grandes empresas que operan en Canarias.
Por primera vez en Canarias se está planteando la necesidad de cambiar aspectos que nos hacen ser una sociedad menos justa de lo que debiéramos ser. Está en discusión una brecha salarial inexplicable e insostenible que afecta a las mujeres. Y un nivel retributivo que no termina de igualarse con el de otros territorios como modelos de economía similares a los nuestros. Sin trabajadores bien formados, bien pagados y muy productivos, no hay riqueza posible. Sin salarios no hay consumo y no hay mercado. No hay sociedad posible.