Un médico, en su consulta, recibe pacientes con muchas patologías diferentes. Pero a ningún profesional se le ocurre imprimir una receta donde prescriba un medicamento para dársela a todos sus pacientes, con independencia de sus dolencias. No es lo mismo una fractura de tobillo que una infección respiratoria. Ni se trata igual.
Soy consciente de que no hay cosa que reviente más que cuando alguien, que te ha advertido de que estás cometiendo un error, te suelta un “te lo dije” a toro pasado. Te cabrea, porque sabes que tiene razón. Pero desde hace bastante tiempo, tanto que casi no recuerdo desde cuando, desde La Gomera, como representación de las Islas Verdes, esa otra Canarias que también existe, hemos venido denunciando el modelo suicida de crecimiento económico y poblacional de nuestra tierra. Una y otra vez dijimos que la concentración de recursos e inversiones, de economía y poder, en unos lugares determinados de nuestro Archipiélago, se estaba convirtiendo en un foco de atracción de población, interior y exterior, y que eso a la larga iba a ocasionar graves problemas residenciales, de movilidad y de servicios públicos. Nadie, nunca, nos hizo el menor caso. Ahora deberíamos decir eso de: “te lo dije”.
Hoy, desgraciadamente, la realidad ha terminado por imponerse. Y lo que nadie veía y a nadie preocupaba se ha convertido en un motivo de alarma, de crispación y de preocupación. Hay un sector de la sociedad que está alarmado por las consecuencias del exceso de población y que protesta por el actual modelo de la economía canaria. Y hay otros que les responden que no existe otro modelo adecuado para esta tierra carente de otras posibilidades de desarrollo.
El debate parte de un error de base. No toda Canarias padece los problemas de las dos grandes islas capitalinas y zonas turísticas. El pensamiento centrífugo de quienes viven en las grandes áreas metropolitanas ignora que existen otras realidades distintas a las suyas. Las Islas Verdes no tienen un problema de superpoblación, sino de envejecimiento y desertización. Y no tienen un problema de masificación turística, sino de sobrecostos y doble insularidad. Nadie puede hablar en nombre de Canarias denunciando situaciones que no padecen todos los canarios.
La construcción de la autonomía canaria cometió un error de grueso calibre: concentró el poder institucional entre las dos capitales de las grandes islas. Las islas no capitalinas quedaron al margen de un sector público potente que hoy acumula más de setenta mil empleos en cada una de las dos grandes áreas metropolitanas donde además se concentran los grandes hospitales, puertos y sedes de las empresas más importantes.
Complementariamente y desde los años setenta del siglo pasado, el turismo se convirtió en un movimiento tractor de la economía de las islas. Y se expandió masivamente en el Sur de las dos grandes islas y en Fuerteventura y Lanzarote. Su repercusión medioambiental se relaciona íntimamente con la creación de empleo y riqueza en estas zonas y en la agregación de población que acudía al reclamo de ese desarrollo.
Pero hablar de Canarias es también hablar de las Islas Verdes. Y sus problemas no son los mismos que los de las restantes islas, con lo que las soluciones tampoco pueden ser las mismas. Nosotros no necesitamos menos economía, sino más. No requerimos decrecimiento, sino crecimiento racional y ordenado. Jamás hemos renunciado al medio ambiente que constituye un patrimonio natural que hemos conservado a salvo de la depredación, pero aspiramos también a un desarrollo que permita que nuestros hijos no tengan que emigrar en busca de trabajo y a que nuestros ciudadanos disfruten de las mismas oportunidades, los mismos derechos y los mismos servicios que los del resto de las islas.
La discusión sobre el crecimiento poblacional de las islas y la necesidad de establecer condiciones restrictivas a la residencia, no puede plantearse como un todo, buscando soluciones homogéneas a una realidad diversa. Es importante que en estos momentos, en donde el discurso vuelve a estar protagonizado por quienes se siguen creyendo el ombligo de Canarias, se escuche la voz de quienes vivimos en la periferia de la ultraperiferia. La voz de quienes llevamos décadas avisándoles de que venía el lobo, porque las cosas que se hacen mal suelen acabar mal.
Es sensato que nos demos un tiempo para pensar en qué cosas hay que corregir. Y en planificar qué es lo que de verdad queremos para nuestros hijos y nietos. Pero si se vuelven a tomar decisiones centralistas se volverán a cometer los mismos errores del pasado. El turismo no es un problema, es una fuente de riqueza. Que algunos se hayan pasado de frenada en la masificación es un problema, pero no el problema de todos. No se puede centrar el discurso sobre una realidad que solo padecen algunos municipios que durante décadas han sido más ricos que nadie, precisamente por aquello que hoy consideran un problema. Pensemos todos en los problemas de todos, pero busquemos las medicinas que necesita cada uno.