Durante estos días habrán escuchado y leído muchos análisis sobre los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo. Y no sé si habrán pensado lo mismo que yo: que todas las reflexiones tienen que ver sobre los resultados de tal o cual partido, sobre las consecuencias de las dimisiones de algún líder y sobre la emergencia de alguna fuerza política imprevista. Desgraciadamente hay muy poco análisis sobre qué efectos va a tener la nueva cámara europea sobre la vida de los ciudadanos.
La mala política consiste en pensar que el poder es un fin en sí mismo y que no está al servicio de la transformación social. Y es esa distorsión de lo público lo que está provocando lo que a mi juicio es el peor servicio que se puede hacer a la democracia: la toma de distancia de los ciudadanos de la vida pública.
Durante la pasada campaña electoral hemos echado de menos que los grandes partidos hayan descendido al terreno de la realidad cotidiana de las personas. La Europa unida ha tomado decisiones trascendentales, en los últimos años, que han afectado la vida de todos. Y no todas sus consecuencias han sido buenas. La política monetaria, con el euro, ha causado una gran inflación que ha empobrecido a las familias y luego un aumento de los tipos de interés, que también ha castigado el bolsillo de las personas. Algunas regulaciones han causado un enorme descontento entre los agricultores. Y el nuevo acuerdo en materia de migración y asilo está en discusión por amplios sectores de la sociedad.
Siento una profunda decepción porque Canarias haya sido sistemáticamente ignorada a pesar de la situación extremadamente grave que vivimos, transformados en la frontera sur de Europa y en la ruta preferida por la migración irregular, a pesar de ser la de mayor riesgo y la que más muertes causa cada año. Más importante que los resultados de unos o de otros, que las crisis de unos partidos o discusiones de liderazgos, es la pregunta de si la nueva distribución de fuerzas europeas va a significar algo para nuestras islas o vamos a seguir sintiendo que estamos solos a la hora de afrontar el drama humanitario de la migración.
Europa ha reconocido jurídica y políticamente la situación de las regiones ultraperiféricas como Canarias. Y ha tenido la sensibilidad de dotar a los territorios como el nuestro de políticas especiales, adecuadas a nuestra realidad lejana y sometida a intensas limitaciones. Pero en los últimos años esa sensibilidad ha disminuido. Nuestras islas han sido frecuentemente ignoradas a la hora de vehiculizar políticas, programas e instrumentos de cooperación con África. Y también ha vivido momentos de intensa soledad para enfrentar la recepción y atención de los miles de migrantes que han llegado a territorio insular protagonizando momentos de colapso que dieron lugar a imágenes que ojalá no vuelvan a repetirse.
Nadie, en esta última campaña electoral, ha hablado de los casi seis mil menores que nuestra Comunidad Autónoma tutela y atiende sin haber recibido ninguna ayuda solidaria por parte de ninguna otra comunidad autónoma en España. Nadie se ha preocupado por la situación de pobreza y exclusión social que padece Canarias, cuyo nivel de riqueza no ha hecho más que descender con respecto a otros territorios europeos. Nadie, en suma, ha hecho especial mención a uno de los territorios más vulnerables y más empobrecidos de Europa, que es el nuestro.
Quizás esa ausencia de interés tenga correlación con el bajo nivel de participación de la sociedad de las islas en estas elecciones, donde solo votaron cuatro de cada diez personas con derecho al sufragio. Porque ninguno de nuestros problemas ha recibido la atención que se merece de quienes han sido elegidos para ocuparse precisamente del bienestar de los europeos.
Me preocupa que el enfrentamiento ideológico de las grandes tendencias políticas, situadas en posiciones irreconciliables, expanda al futuro de la Unión Europea el virus de la crispación y la falta de entendimiento. El auge de los partidos radicales y euroescépticos supone un grave riesgo para quienes, como nosotros, reciben ayudas y estímulos extraordinarios de ese proyecto solidario que es esta Europa unida. Uno de los mayores peligros que corre nuestra tierra es que triunfen las posiciones del egoísmo político, del nacionalismo insolidario, que ponen en cuestión una Europa social donde se produzca transferencia de riqueza entre territorios y personas y cohesión social. Más allá de las lecturas puramente partidarias, esa es la mayor amenaza que apunta la tendencia de las últimas elecciones. Y es la mayor preocupación que debemos sentir quienes estando más lejos que nadie nos sentimos también más Europa que nadie.