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Un ritual litoral entre los indígenas canarios: las cazoletas de mar

Por Miguel A. Martín González* La ritualidad entre las poblaciones de la antigüedad es algo consustancial a su estructura como sociedad, formando parte de su esencia cultual. El caso que nos ocupa refiere a la existencia de numerosos sitios en Canarias donde se perforó la roca -especialmente el basalto y excepcionalmente la toba volcánica-, en la misma orilla del mar, para crear unas oquedades que llamamos cazoletas y que adquieren formas variadas, mayoritariamente circulares y en menor medida cuadradas, rectangulares y ovoides. Debieron realizarse con técnicas mixtas de golpeo y raspado para su rebaje y pulido de piedra sobre piedra debido a la ausencia de metal. Suelen mostrar una variedad de diámetros, que pueden ir de los 5 hasta los 25 o 30 cm. En cuanto a la profundidad oscila aproximadamente desde los 5 hasta los 30 cm; extraordinariamente, algunas superan estas medidas.

Las muestras son muy destacadas en casi todas las islas; sin embargo, han pasado desapercibidas por los estudios arqueológicos por la creencia de que son naturales en algunos casos, o fueron elaboradas por los pescadores históricos para machacar carnada e, incluso, como recogederos de sal, desestimando la capacidad de los indígenas para realizarlas. Ninguna de estas versiones se puede sustentar, primeramente porque son orificios artificiales, no son fruto de un intenso uso para triturar la carnada y tampoco sirven como recogederos de sal porque se localizan en el mismo rompiente y cada 12 horas, con el pleamar, se llenan de agua, aparte de sus reducidas dimensiones que impiden una cuantiosa cristalización.

Sin ninguna duda ni reparo podemos afirmar que las cazoletas de mar fueron realizadas por los antiguos canarios, formando parte de espacios de culto y rituales. Ahora bien ¿cuál es su finalidad? ¿Qué ideario o modelo metafórico de representación esconden? De entrada es muy complejo definir o explicar la experiencia reflejada, los pensamientos y emociones asociados. No sabemos exactamente la realidad expresada, ni hasta donde llega, pero estamos empezando a comprender ambos sistemas y parte del conocimiento que trasmiten. A través de estas creaciones sobre una realidad contemplada e interpretada se construye una forma de pensar y actuar, una identidad que toma conciencia y se posiciona sobre la estructura del mundo. No cabe duda de que desde estos lugares se abordan otras realidades.

La circunstancia de que existan cazoletas de mar, en casi todas las islas, siguiendo los mismos patrones al situarse en el mismo rompiente del mar, sobre el basalto y con las mismas tipologías, nos inclina a admitir que su legado procedía del mismo lugar (el norte de África), arribando su práctica con los primeros pobladores insulares. Formaba parte de la memoria cultual de los líbicos continentales.

Y como no estamos hablando de unas pocas muestras sino de enormes conjuntos, algo trascendente debió representar en su cosmovisión (su forma de ver e interpretar el mundo). Hasta el momento, la isla de Tenerife es la que más estaciones de cazoletas de mar reúne con más de 250, le sigue La Palma con más de 150; Gran Canaria contiene unas 100 estaciones; Lanzarote, unas 50 estaciones; Fuerteventura unas 20; En La Graciosa, tres estaciones; en El Hierro, otras tres y La Gomera es la única que no se han encontrado, quizá porque no se ha investigado. El cómputo total nos indica que existen más de 550 estaciones rupestres de cazoletas de mar en el Archipiélago canario.

Existen estaciones en la isla de La Palma que contienen más de 300 cazoletas (Punta de Bajamar, La Punta del Ganado, Punta Santiago, Punta La Boga y La Ruama); otras superan las 200 (La Fajana de Franceses, Punta del Moro, Punta de Las Lajas, Filo del Cuchillo, Pesquero Alto, Las Cabras y La Hondura-Las Zocas). En el resto de las islas los yacimientos no suelen llegar al centenar de muestras. Podemos estimar unas cifras totales de más de 40.000 cazoletas de mar en Canarias. Esto no quiere decir que sean datos definitivos; en el futuro seguirán apareciendo nuevas estaciones.

Tanto en Gran Canaria como en Tenerife es frecuente encontrar cazoletas con canal de desagüe y conductos o canales que se conectan con cazoletas, incluso en La Punta de Las Cañitas (La Laguna, Tenerife) y en El Confital (Las Palmas de Gran Canaria) existen grabados rupestres de dameros en la misma orilla del mar, compartiendo espacio con un conjunto importante de cazoletas. En El Confital presentan diferentes variantes: tres en raya, las damas y chiquichasque.

Una característica común a todas ellas es que, dada sus ubicaciones, el mar siempre las cubre de agua en los pleamares, aflorando con la bajamar. Existen casos de cazoletas dentro de pequeñas charcas. Por otro lado, algunas de ellas sólo son alcanzadas cuando hay fuertes oleajes.

En el mundo líbico primero y árabe después del Magreb existían lugares en la costa donde “los santos del litoral” recibían veneración con fiestas y ceremonias relacionadas con el mar y la propiciación benéfica de las empresas marítimas. Dedicaban sacrificios como reminiscencia de las fuerzas y particularidades del mar. Se les invocaba colectivamente a una saga de genios o espíritus que habitaban a lo largo de los litorales, ocupando muchas veces las oquedades sagradas de las rocas. En determinadas ocasiones estos genios marinos salían del agua y se paseaban por la arena bajo la forma de machos cabríos y difícilmente se dejaban ver por los humanos (Rodríguez, 1999).

Westermarck (1926) registra que la gente de Andjra y los Bni’ Aros se bañan en el mar o en los ríos y también bañan a sus animales: caballos, mulas, burros, ovejas y cabras; porque en ese día toda el agua está dotada de bendición que elimina la enfermedad y la desgracia. Incluso San Agustín, en uno de sus sermones, decía que en sus días era costumbre en Libia ir al mar y bañarse allí en pleno verano, denuncia esto como una reliquia del paganismo.

Realizar un número tan importante de cazoletas sobre el basalto requiere una dedicación y un enorme esfuerzo, lo que suscita un interés desmesurado porque existan ¿Para qué?, y ¿por qué el mar? Este era una fuente de alimento significativa, así como un incógnito receptáculo de notoria inspiración mitológica. Parece natural que se le agradeciera mediante rituales de comunión y reciprocidad, colocando comida sólida y derramando leche en las cazoletas con marea baja para que las fuerzas, genios, espíritus o diosas del mar recibieran simbólicamente el alimento humano que recogen cuando se produce el pleamar. A su vez, el mar fue venerado como divinidad maternal, cuyas propiedades tenían la capacidad de sanar, limpiar, purificar, donde se encuentra el equilibrio y el mismo germen del origen de la vida. La reciprocidad crea un espejo entre los humanos y los dioses.

Es frecuente, en numerosos parajes costeros donde existen cazoletas de mar, la conservación de topónimos bastante significativos que evidencias actitudes y actividades vinculadas a los baños rituales de personas y animales: Punta del Ganado, Punta y Charca de Las Ovejas, Punta de Las Cabras, Punta Mujeres, Cueva de Las Mujeres, Punta del Hombre, Bañaderos… Existen en Tenerife, La Palma, Lanzarote y Gran Canaria.

Existen pruebas etnográficas para la isla de Tenerife sobre la tradición del baño ritual de cabras en las celebraciones del solsticio de verano. Un testimonio de máximo interés que recogimos en la isla de La Palma, nos lo proporciona Dña. Modesta González Triana, de 99 años de edad, que recordaba de pequeña acompañar a su padre, cada año por San Juan, llevar las cabras para bañarlas en el mar; eso sí, solo las que iba a preñar. El sitio concreto era Charco Redondo (Villa de Mazo). Lo que nos sorprendió fue que en el citado charco existen unas 40 cazoletas. También lo hacían otros moradores de Villa de Mazo como parte de una tradición heredada que nos remonta al período indígena.

La fabricación de cazoletas de mar, al igual que otros yacimientos de culto no es aleatoria, obedece prioritariamente a principios cosmológicos, lugares donde se sincroniza el lugar espacial con el tiempo (especialmente con los movimientos del sol) para ordenarse en su espacio de vida. Por lo tanto, forman parte de un acto religioso dentro de una conciencia colectiva, mediante un ritual de comunión trascendente con sus seres superiores.

 

* Historiador y profesor

 

Bibliografía citada

– MARTÍN GONZÁLEZ, M. A. (2022): Cosmovisión awara. Ediciones Bilenio

– RODRÍGUEZ LÓPEZ, M. I. (1999): Mar y Mitología en las culturas mediterráneas. Alderaban Ediciones

– WESTERMARCK, E. (1926): Ritual and belief in Morocco. V. II. Macmillan and C

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