Hay un dicho popular que sostiene que en lo cercano tenemos las mejores oportunidades. Trasladado al caso de Canarias, podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que en lo rural las islas gozan de una oportunidad para alcanzar dos objetivos: frenar la despoblación de estas zonas y convertir sus valores en atractivos turísticos.
Eso es lo que se abordó, durante esta semana, en las jornadas promovidas por la Federación Canaria de Municipios (Fecam) y otras cinco federaciones españolas, para determinar las potencialidades del turismo rural y las oportunidades que abre en territorios como La Gomera.
Las zonas rurales, esos pueblos y caseríos que encontramos diseminados en la geografía canaria, han sido víctimas de un proceso demográfico que ha ido acabando con las oportunidades de desarrollo de estos entornos. El éxodo poblacional se ha agudizado hasta tal punto que hoy en día el 80% de los habitantes de las islas ya se concentra en Tenerife y Gran Canaria. Estas cifras, que son síntomas de una realidad palpable, son también una evidencia de que las administraciones públicas tienen que poner mayor atención para revertir la situación.
Es cierto que las oportunidades económicas y laborales de las zonas rurales son muy limitadas. Sin embargo, eso que llamamos ruralidad tiene la capacidad de ser un motor catalizador de un cambio sustancial en el actual modelo económico y social de Canarias. Hablo de dar oportunidad a las potencialidades culturales, gastronómicas, sociales y patrimoniales de estos lugares, aportando un valor añadido que es el mejor eslogan para generar actividad. De eso mismo se ha hablado durante estas jornadas.
Centrar la acción política en revitalizar lo rural no es sólo una alternativa para desarrollar un modelo turístico diferenciado, como ya hemos venido haciendo en La Gomera. También es una puerta abierta para devolver su esencia y generar vida en estos lugares. Porque no hay que olvidar que los cimientos de la sociedad que hoy conocemos parten de estos pueblos que por entonces tenían una significativa vinculación con el sector primario, que fue perdiendo peso durante la segunda mitad del siglo XX, cuando muchos de sus habitantes decidieron emigrar.
Compartir estos desafíos con representantes de Andalucía, Aragón, Galicia, Extremadura y Valencia ha permitido también poner sobre la mesa medidas conjuntas, para que desde las instituciones locales construyamos un programa común que aborde el reto demográfico, impulse las pequeñas industrias agrarias, el alojamiento rural y la vinculación del visitante con la etnografía, los paisajes y los valores inmateriales. En definitiva, posibilitar sinergias que revitalicen nuestros pueblos.
En Canarias ya se avanza en esta dirección, pero es cierto que la transversalidad de las acciones para el desarrollo rural hace que toda suma de esfuerzos y experiencias sean más que bienvenidas. Tenemos en nuestra mano la oportunidad de devolver a lo rural aquello que tanto nos dio. Solo queda saber hacerlo.