La insolidaridad y la incomprensión son términos que en Canarias han ido de la mano durante los últimos tiempos. Son varios los retos de estas islas que se ven encorsetados bajo un espacio en el que algunos, de un lado y del otro, son incapaces de ceder, para llegar a acuerdos que mejoren esta tierra. A veces, siento que la política ha aparcado su lado más humano, para adentrarse en un tortuoso camino de acusaciones y reproches mutuos, que colocan en un lugar secundario el problema que tenemos delante.
Estos días, en los que tanto se habla de procesos judiciales, se ha vuelto a poner en un segundo plano la crisis migratoria. Y lo peor de todo es que aún no hemos logrado resolver la situación por la que pasan más de 5.400 menores migrantes que siguen bajo la tutela del Gobierno de Canarias. Es una pena que continuemos empantanados en este punto. Es perfectamente reprochable, por parte de toda la sociedad canaria, que los grandes partidos políticos antepongan la actualidad mediática o la foto, antes de dar respuesta a un drama humanitario que afecta a niños y niñas que ven a Canarias como puerta de entrada a Europa.
Me siento impotente al ver cómo se han dejado pasar tantas oportunidades de acuerdo por asuntos que nada tienen que ver con esta crisis. Siempre prevalece cualquier excusa para no llegar a adoptar medidas concretas que pongan fin a una situación límite, tanto para los servicios de acogida como para la vida de los seres humanos a los que atienden.
Todos, unos y otros, debemos pararnos a reflexionar si el devenir de la política debe ser este estado de enfrentamiento continuo al que hemos llegado. No hay que olvidar que estas islas están viviendo las consecuencias de uno de los fenómenos sociales más dramáticos del mundo, con miles de vidas que se quedan en el océano y otras tantas que perecen antes de partir desde la costa africana.
He reiterado en multitud de ocasiones que tenemos que fortalecer las vías diplomáticas con países terceros, y apostar por la cooperación internacional a través de proyectos generadores de oportunidades económicas en esos entornos, pero, al mismo tiempo, intensificar la cooperación desde Europa y el Estado para la vigilancia en la frontera sur del continente que son las islas Canarias, y evitar que las mafias que operan desde otros puntos consigan su ansiado objetivo a través de nuestro archipiélago.
Hay que aportar soluciones efectivas y duraderas, que garanticen el respeto a los derechos humanos, y no improvisaciones que sólo sirven para parchear y llenar más páginas de periódicos. Esto no es un tablero de juego, son vidas de personas que quieren un futuro mejor porque en sus países no pueden lograrlo.
Apelo al sentido común para no dilatar más en el tiempo esas soluciones, mediante una planificación compartida entre Canarias, el Gobierno de España y Europa. Al mismo tiempo, tenemos que lograr, desde casa, un acuerdo que permita imponer la solidaridad que en algunos territorios de nuestro país parece no imperar.
Se acaba el tiempo. Mejor dicho, estamos en el descuento. Nadie entendería que no seamos capaces de poner una solución sobre la mesa. Es el momento de intentar la última llamada.