Jaime Martín Foto David Airob

Jaime Martín es un dibujante criado en el barrio de Santa Eulalia de Hospitalet de Llobregat, dato que no resulta casual ni un recurso periodístico, una vez se comprueba que casi toda su obra y sus proyectos inmediatos giran en torno a las historias y personas de la ciudad catalana. Como la mayoría de los dibujantes de niño tenía clara la teoría; quería ser pintor pero no tanto como llevarla a la práctica. Con el tiempo a su pasión por el dibujo se unió la de contar historias, entonces decidió cuál iba a ser su futuro. El único imprevisto en este plan fue que en un momento dado su vocación por los relatos superó a la de dibujar y a partir de entonces hacer sus propios guiones resultó irrenunciable. Todavía le sorprende lo fácil que ha transcurrido su carrera desde que sin pretensiones hizo sus primeras historietas en el instituto hasta que en 1987 lo aceptaron como autor en El Víbora y pasó a formar parte de la penúltima generación de la mítica revista. Desde que comenzó en el año 1985 hasta el presente no ha parado, tanto en España como en el elitista mercado franco-belga. A continuación relata sus inicios y formación.

-No he tenido ese proceso de aprendizaje más reposado como algunos autores. Aprendí sobre la marcha. Empecé muy joven y avanzaba mediante la prueba de error-acierto. En el instituto hice dibujo técnico y en ese tiempo, asistí un par de años a un curso de pintura en unos centros públicos que en Hospitalet se conocen como Aulas de Cultura. Era la típica escuela para el barrio donde por un módico precio podías aprender a hacer cerámica, pintura, música… ese tipo de cosas. Cuando acabé ingresé en la Facultad de Bellas Artes pero no pasé del primer curso porque ya trabajaba para editoriales del cómic. Así que se puede decir que soy completamente autodidacta.

-Por lo que se ve tu obra siempre ha estado muy vinculada a tu barrio. ¿De qué manera ha marcado tu trabajo?

-Estoy muy vinculado a mi barrio y mi ciudad porque he vivido siempre en Hospitalet, aunque nací en Barcelona por pura logística porque en 1966 las mujeres daban a luz en su casa o en el hospital más próximo. Los amigos que hice cuando tenía 14 años son los mismos que los de ahora y todos seguimos viviendo en el barrio, menos tres que están fuera. Supongo que esto es algo importante y me ha condicionado como autor. Me he dado cuenta que gran parte de las historias que he ido publicando a lo largo de estos años están estrechamente relacionadas con mi ciudad, con mi barrio, con mis amigos, familia… con el entorno más cercano. Supongo que esto me da una cierta seguridad a la hora de contar historias, por lo que todo es mucho más fácil y fluido. Podría decir que me siento arropado a la hora de escribir y dibujar sobre personas y hechos de mi ciudad.

-¿Entonces escribir casi siempre sobre el barrio no lo ves como una limitación?

-En todas mis obras no hablo de lo mismo. Por ejemplo, me gusta el género de misterio, el terror, el histórico… relatos que se salen un poco de lo autobiográfico. Por eso de vez en cuando hago una escapada, como Lo que el viento trae o Todo el Polvo del camino, con el guión de Wander Antunes. En ese grupo también está el último libro que he publicado, Un Oscuro Manto, ambientado en el Pirineo catalán, en 1884, y cuya protagonista es una Trementinaire, unas mujeres que recolectaban hierbas medicinales en las montañas de Lérida.

-Prevés seguir en la misma línea en el futuro

Jaime Martín

-De hecho ahora estoy escribiendo un proyecto en el que voy a tratar de hacer una especie de labor, digamos que arqueológica, tratando de reconstruir cómo era mi barrio en la posguerra. En esa época mis padres eran unos críos y me gustaría recuperar un poco aquella forma de vivir en compañía de la ruina física y moral que supone una guerra. Es algo que siempre me ha llamado la atención y quiero investigarlo un poco. Ahora estoy entrevistando a gente de la generación de mis padres para construir una historia desde un punto de vista familiar pero tratando también de ir un poco más allá y contar cómo pueden ser los años posteriores a una guerra desde el punto de vista de unos niños.

-Por lo que veo reúnes a la vez los principales géneros del cómic como son el autobiográfico, político y las cuestiones sociales.

-Sí, me gusta trabajar todo eso. Recopilo historias de mis familiares, como mi padre o mis tías y grabaciones de mis abuelos, que me cuentan anécdotas y relatos personales y luego lo integro todo. Cuando aparecen cuestiones como la represión en el franquismo o como los republicanos vivieron el final de la guerra, no es porque toque hacerlo si no porque mis abuelos lo vivieron. Por ejemplo, él contaba que conocía a un joven que se exilió y cruzó la frontera a Francia, donde fue encerrado en un campo de concentración y que cuando Franco anunció que iba a ser generoso y que podían volver aquellos que no hubieran cometido delitos de sangre, el pobre se lo creyó y regresó. No tardaron en irlo a buscar a su casa para asesinarlo. En fin, este tipo de relatos que forman parte de la historia de mi familia son los que me gusta incluir en mis historias, cuando se prestan a ello, porque considero que trascienden lo particular y son un aporte a la historia general.

-Entonces das tu apoyo total a la Ley de Memoria Histórica.

-Sí, sí por supuesto, como no podría ser de otra manera, claro.

-Bueno no todo el mundo piensa así. Estuviste en El Víbora ¿Cómo recuerdas aquella época?

-Pues la recuerdo con una sonrisa en la cara. Para mí fue una época estupenda, unos años muy enriquecedores, muy alegres, que viví como un sueño. Entré muy joven en la que para mí era la mejor revista del mundo y empecé a cobrar dinero por una actividad que me apasionaba. El tiempo de ocio y el trabajo era todo uno. Cuando estaba de fiesta, en excursiones o conciertos, siempre llevaba una libreta en la que iba apuntando lo que nos pasaba, cualquier anécdota que luego utilizaba para los guiones de El Víbora. En fin, estaba todo entremezclado de forma natural. Viví esos años como una auténtica fantasía.

-Seguro que para ti supondría un verdadero palo el cierre de la revista.

-Sí, aunque ya no publicaba de forma asidua porque había muchos autores y existía una especie de rotación. Me dio pena porque allí tenía un montón de recuerdos y también creo que hubiera podido adaptarse a los nuevos tiempos y tener mayor recorrido. Ya sé que a toro pasado es fácil decir lo que podría haber sido y lo que no, pero ahora que vivimos el auge de la extrema derecha en todo el mundo, la crisis económicas y tantas cosas, hubiera sido una revista muy vigente para plantear denuncias como se hacía en aquellos años.

El Jueves está haciendo un poco eso, ha ocupado este espacio.

-Sí, seguramente. La veo muy de vez en cuando y aún mantienen un poco aquel espíritu.

-¿Llegaste a tener contacto con el Underground barcelonés y la Movida madrileña?

-Lo de la Movida me pillaba lejos pero sí que me sentí vinculado cuando descubrí el cine de Almodóvar o los grupos de rock madrileños de la época, así que era como si lo viviera en la distancia. Aunque luego había otra parte de la Movida que no me interesaban demasiado como la música que hacían Alaska y Los Pegamoides y otras bandas por el estilo. En cuanto al Underground barcelonés lo tengo muy ligado a las publicaciones previas a El Víbora y a personajes como Nazario, Martí, Pons, Max y compañía. Eso me pilló muy joven. De hecho entré a El Víbora en 1987 y entonces yo estaba un poco alejado de aquella generación anterior y de la que vino después con otra serie de autores. Me encontraba en medio, con un pié aquí y otro allá pero no creo que fuera algo bueno o malo. Simplemente llegué tarde al Underground barcelonés y la Movida madrileña me pilló lejos. Pero sí que me sentía parte de una revista que publicaba una serie de historias que me resultaban muy próximas, que habían tratado generaciones anteriores y luego lo harían las posteriores. Tenía la seguridad de que pertenecía a un proyecto totalmente distinto al resto, que éramos especiales.

-¿Por qué crees que existe ahora interés por aquella época?

-No sé muy bien si hay interés, lo desconozco. Lo que sí puedo decir es que doy una clase a la semana en la Escuela Joso y de vez en cuando me encuentro con gente joven que está descubriendo el cómic que se hacía en aquellas revistas. Alucino cuando veo que les resulta muy novedoso. Tal vez tenga sentido porque a mí a su edad después de hartarme de cómic de género, casi todo procedente de EEUU, cuando descubrí a Moebius y compañía me explotó la cabeza. Fue una bocanada de aire fresco y creo que ahora le puede pasar lo mismo a los jóvenes. Por lo menos a los que ya han tenido sus buenas dosis de manga, cómics de acción y superhéroes, están saturados de todo eso y alucinan cuando les cae en las manos la revista Totem o Comix Internacional. Supongo que para ellos también será un descubrimiento. De todas formas, debo matizar que esto pasa con gente que está estudiando cómic, que son personas con otras inquietudes que el resto de lectores.

-¿Qué crees que les llama más la atención a los jóvenes de aquellas publicaciones? ¿La forma o el fondo?

-Las dos cosas. Y eso mismo ocurre con la música. He visto a chavales de 22 años escuchando a Pink Floyd, Supertramp o Black Sabbath y cuando les pregunto me dicen que lo oían sus padres, les gustó y ahora lo llevan en el móvil. Me parece positivo que un cómic o una música no pertenezca a una sola generación. Y además que vaya en los dos sentidos; que la gente mayor también descubra cosas nuevas que se están haciendo ahora.

-A los adolescentes se les encasilla en el reggaeton y en el manga.

-Sí, parece que todos escuchan y leen lo mismo y no es verdad, siempre vamos a encontrar gente con esa curiosidad por descubrir cosas nuevas, lo cual está muy bien.

-Veo que has publicado mucho en el mercado franco-belga, el sueño de todo dibujante de tu estilo.

-Sí, empecé a buscar trabajo en ese mercado a raíz del cierre de El Víbora. Tenía un proyecto para hacer una historia de miedo, género que siempre me ha gustado mucho pero cuando lo intenté mover en España no hubo forma de sacarlo adelante porque entonces aquí el panorama estaba especialmente complicado y por eso se lo acabé presentando a editores franceses. Y así fue como en 2007 empecé a colaborar con la editorial Dupuis hasta la actualidad, básicamente porque me siento bien pagado y bien tratado en el sentido de que me dejan hacer mi trabajo como quiero sin presión alguna, ni en cuanto a entregas ni en la temática. Jamás me han molestado con cambios en el guión, en el dibujo, en las portadas… En fin, todas esas pesadillas que hemos escuchado a tantos autores cuando cuentan que les están metiendo mano a su trabajo para que se adapte al mercado, como ellos quieren. He tenido la suerte de no haber pasado por eso, aunque en ocasiones tuve mis dudas porque algunos proyectos eran muy personales y estaban estrechamente vinculados a mi ciudad y a mi familia. Así que en ese sentido estoy encantado y mientras me sigan dejando trabajar a mi aire, ahí seguiré.

-También tienes muy buena relación con el Salón de Barcelona, varios premios incluidos.

-Sí, me dieron el premio de autor revelación en 1990, en 2017 el de mejor obra de autor español por Jamás tendré 20 años y en 2021 en la misma categoría por Siempre tendremos 20 años. He tenido una relación especial con el Salón, primero porque iba como amante de los cómics y luego como profesional. Es una historia paralela.

-¿Cómo definirías tu estilo?

-No sabría muy bien cómo calificar mi estilo. Intento huir del realismo, que no me gusta demasiado, aunque si lo pide la historia puedo derivar un poco por ahí. Normalmente trabajo a medio camino entre el dibujo realista y caricaturesco. Me interesa que los personajes sean expresivos, aunque eso suponga hacer ciertas simplificaciones e incluso deformaciones en la construcción de sus rostros o expresiones, así que trato de ir siempre en esa línea y conseguir, sobre todo, que el color tenga una función narrativa importante. A mí lo que más me interesa es una narrativa que consiga hacer fluir la historia de una forma natural y retenga al lector de principio a fin. De manera que bajo mi punto de vista, pienso que mi estilo de dibujo está marcado por el guión. Para mí lo más importante es que haya una buena historia, que sea sólida, fácil e integradora. A partir de ahí el dibujo es algo secundario que se debe adaptar a esa narrativa y a los personajes.

-¿Cuál dirías que es tu principal obra?

-Diría que Siempre tendremos 20 años. Es con la que más me identifico porque hablo de mí, de mis amigos, del aprendizaje que es la adolescencia, cuando estás descubriéndolo todo. Sin duda es a la que siento más cerca.

¿Cuál es tu relación con los personajes? Algunos autores aseguran que llegan a sentirse esclavizados.

-Nunca me sentí tiranizado pero sí que hubo un tiempo en el que estuve un poco cansado de Vicen, que salía en Sangre de Barrio, mi primer álbum. Años después de su publicación parecía que no había hecho otra cosa, sólo se me relacionaba con esa publicación. Acabé un poco harto pero ya me reconcilié con el álbum y con su protagonista.

-Cuando cuadramos la entrevista me dijiste que no me preocupara por localizarte porque siempre estás metido en tu “cueva”. Los dibujantes han sido un poco pioneros del teletrabajo ¿Qué ventajas o inconvenientes le ves?

-Es cierto que ésta es una profesión, digamos monacal, porque estamos aquí encerrados como los monjes de clausura. Yo no lo llevo mal y la gran mayoría de autores y autoras que conozco, son también gente bastante introvertida a las que les gusta estar encerrados haciendo sus cosas. De vez en cuando salimos, tenemos relación con el resto de los humanos y volvemos a la cueva, por decirlo con cierto humor. Pero además nunca me he sentido muy cómodo en el mundo en el que vivo porque me parece hostil, injusto y no muy agradable. Por eso, tener un proyecto de larga duración es la excusa perfecta para vivir encerrado en mi burbuja y luego salir con mi pareja, ver a mi familia, amigos y demás. Estar protegido en mi cuarto, con mis proyectos me resulta gratificante. Es como una cárcel de cristal, un encierro voluntario que necesito.