Carmen Martínez Brugera. Historiadora especialista en Memoria Histórica militante de Podemos

El monumento, inaugurado en 1966, fue uno de los numerosos monumentos que se planificaron en toda España para conmemorar los 25 Años de Paz, una campaña propagandística para reforzar la Dictadura, en un momento de gran debilidad por la alta conflictividad laboral y social en el interior y su cuestionamiento en el exterior.

La lucha por quitar del espacio público esta obra, que glorifica la figura del dictador y exalta un hecho histórico, el inicio del golpe de Estado, no debería de ser un problema, bastaría con aplicar la Ley de Memoria Histórica de 2007. Sin embargo, la ambigüedad de la ley y la tibieza socialista permiten que la derecha encuentre las grietas para eludirla.

Los subterfugios, utilizados por los franquistas recalcitrantes son varios: desde “resignificar” o tunear el monumento cambiando alguna frase o nominándolo con otro nombre, en este caso se intentó, sin éxito, renombrándolo como El Ángel Caído, o apelar a su condición de Bien de Interés Cultural, es decir buscar su protección basándose en su supuesto valor estético.

A esto, técnicos de Patrimonio y expertos de la Universidad de La Laguna descartaron en sus informes que existieran unos valores artísticos que obligasen a su mantenimiento. No hay que ser muy experto en arte para concluir que la obra es un horror del monumentalismo franquista, un derroche adulador: la obra representa a un ángel volando con las alas extendidas llevando sobre su espalda a Francisco Franco que, dejándose llevar por la Providencia, sostiene una enorme espada con la punta hacia abajo, que parece una cruz.
Pero sobre todo lo que no se puede blanquear es su carga ideológica ¿Cómo se puede ocultar el mensaje que los tinerfeños han interpretado en este monumento, durante generaciones? Lo que imposibilita su “resignificación” es su potente narrativa fascista y autoritaria que enaltece al mayor asesino de la historia reciente de España. Los símbolos que aparecen representados fueron erigidos para honrar y transmitir los valores del poder que los construyó, los valores fascistas y autoritarios.

No es necesario destruir los monumentos franquistas, pero sí llevarlos a museos o centros de interpretación donde puedan contextualizarse y transmitir el agobio y la saturación que producían en el ánimo de la población.

Una sociedad democrática no debe permitir que estos símbolos continúen decorando sus plazas o espacios públicos. Nuestras calles y plazas deben ser un lugar de encuentro fraternal donde se incorpore a la memoria democrática los valores de la lucha de las libertades y del Antifranquismo.

Carmen Martínez Brugera. Historiadora especialista en Memoria Histórica militante de Podemos