Las tres islas más occidentales de nuestro Archipiélago, conocidas como las “islas verdes” con toda razón, por su especial frondosidad autóctona, sufren no solo la doble insularidad, es decir, una situación específica característica de territorios insulares que son pequeños y cercanos a islas más grandes, padeciendo demasiadas dificultades, carestía económica generalizada y desventajosa vida ordinaria en comparación con las ínsulas capitalinas cercanas, multiplicándose exponencialmente los problemas de la coexistencia ciudadana, derivados principalmente por la escasa atención o falta de prioridad política que soportan estoicamente, al estar desatendidas en sus innegables derechos de atención prioritaria por parte de los distintos gobiernos, tanto autonómico como estatal, derivado por sus especiales características de aislamiento geográfico.
La falta o escasa presencia de servicios públicos especialmente bien dotados en casi todos los ámbitos, pero básicamente destacables por su ausencia en los sociales, sanitarios o educacionales, es una constante histórica vergonzosa y carente de toda explicación gestora. Sencillamente, no se les presta la debida atención, diríamos mejor la obligada prestación, por lo menos, la que deberían disfrutar de forma normalizada, teniendo quizás una disculpa, a saber, que, en las islas mayores, también padecemos el mismo mal, por lo que es generalizado en todo nuestro territorio. Aunque, en este caso, no es de ninguna manera admisible el refrán de que a “mal de muchos, consuelo de tontos”.
Además, lo gravísimo, es la huida del talento, es decir, de los jóvenes, buscando fuera de su isla de nacimiento un futuro esperanzador porque no ven en ella ninguna perspectiva de confianza. Es la demostración del abandono como frustración del futuro. A su vez llevando implícito la incorporación de otra dificultad, cual es el envejecimiento de la población de manera alarmante. Las tres islas se están convirtiendo en verdaderos geriátricos, donde la población de derecho, que es el número de personas que están empadronadas oficialmente, presentes o ausentes en el momento en que se realiza un recuento poblacional, no es ciertamente la realidad, en comparación con la población de hecho, que viene a ser el número de personas concretas y cuantificables que se encuentran viviendo actualmente. La diferencia es abismal, entre la teoría y la práctica, lo real abruma por su escabrosa diferencia negativa en una despoblación creciente, permítaseme la paradoja y escasamente sustituible, especialmente por la inmigración de venezolanos y cubanos, unos retornados de primera generación y otros sin ninguna vinculación familiar.
El Hierro se ha hecho tristemente famosa a nivel global, igual que la isla italiana de Lampedusa, por la crisis migratoria que aguanta y sobrellevan de manera muy digna las autoridades locales y los vecinos acogedores, residentes solidarios, que han demostrado una extraordinaria fraternidad y humanidad. Los canarios siempre hemos sido emigrantes, nunca debemos olvidarlo. La Palma, después de la erupción del Volcán Tajogaite, aunque la verdad es que ya venía de lejos, sigue en una situación que podríamos denominar provisional, que es lo que crea más incertidumbre económica y preocupación, haciendo peligrar una recuperación necesaria y urgente. Lo demuestra concretamente la existencia de los contenedores, que se decía que eran provisionales, como solución habitacional que se dio en su momento y que es el monumento a la más absoluta degradación de la gestión política como servicio público. La Gomera, igual que las otras dos islas verdes, con su problema eterno de conectividad con la isla de Tenerife, con alrededor de un millón de visitantes al año, no consigue que las autoridades competentes, busquen de una vez por todas un remedio contundente y efectivo. Urgen, respeto a sus señas de identidad y apoyo incondicional a un progreso seguro. Oscar Izquierdo