El Silbo Gomero no es solo un sonido que surca los barrancos: es el alma sonora de un pueblo que ha hecho del ingenio una forma de vida. Hoy, esa voz única de La Gomera se enfrenta a una amenaza tan silenciosa como peligrosa: la imitación. La reciente proliferación de iniciativas que buscan replicar su esencia fuera de su contexto original obliga a recordar qué es –y qué no es– el Silbo Gomero. En su XV aniversario como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, conviene reafirmar su carácter irrepetible.
El Silbo Gomero es un lenguaje silbado articulado. No es una colección de señales o llamadas pastoriles, como pueden encontrarse en otras partes del mundo, sino un sistema fonológico completo, basado en seis unidades sonoras, que permite codificar el español en su integridad. Este código, transmitido durante siglos entre gomeros y gomeras, hace posible que una conversación se desarrolle a varios kilómetros de distancia, desafiando el alivio de la isla con la creatividad sonora.
Ese carácter lingüístico, junto a su arraigo comunitario, fue determinante para que en 2009 la UNESCO lo declarara Patrimonio de la Humanidad. Un reconocimiento que no se otorga a una técnica aislada, sino a una manifestación cultural viva, funcional y compartida. El Silbo Gomero no es una invención individual ni un proyecto académico: es un modo de comunicarse que emana de un territorio, una historia y una comunidad.
Precisamente es esa comunidad la que ha garantizado su pervivencia. Desde 1999, el Silbo se enseña como asignatura obligatoria en los centros educativos de La Gomera, formando a nuevas generaciones de silbadores con el mismo respeto y rigor con el que se transmitía en las medianías. Además, el trabajo conjunto de instituciones, asociaciones culturales y centros universitarios ha permitido su estudio, difusión y protección. Entre ellos destaca la Cátedra Científico-Cultural de la Universidad de La Laguna, que impulsa su conocimiento sin perder de vista su raíz popular.
Frente a este legado profundamente enraizado, inquietan algunas iniciativas recientes nacidas en otras islas del archipiélago –como El Hierro o Gran Canaria–, que, bajo el amparo de la buena voluntad o del entusiasmo turístico, han intentado crear versiones propias del Silbo.
El problema no es que existan expresiones sonoras locales –todas las culturas las tienen–, sino que se presentan como equivalentes al Silbo Gomero cuando carecen de su estructura articulada, su historia de uso continuo o su legitimidad comunitaria.
Por ello, se preocupa –y duele– observar cómo ciertos intentos de “recrear” el Silbo en otros lugares ignoran sus fundamentos históricos, técnicos y humanos. Hablar de “silbos herreños” o “silbos grancanarios” como si fueran equivalentes no solo carece de base científica, sino que contribuye a diluir el significado profundo del Silbo Gomero. Estas imitaciones no cuentan con una comunidad que lo haya practicado habitualmente, ni con una estructura fonológica definida, ni con un proceso de transmisión cultural que las legítimas.
Estas prácticas, por más que usen técnicas similares, no reproducen un lenguaje articulado, sino apenas un reflejo superficial. Y suplantar un bien protegido no solo genera confusión: puede comprometer su enseñanza, su prestigio social y su salvaguarda jurídica.
Recordemos que el Silbo Gomero cuenta con reconocimiento expreso en el artículo 27 del Estatuto de Autonomía de Canarias, así como en la Ley de Patrimonio Cultural del archipiélago. No es un ornamento del pasado, sino un derecho cultural vigente.
Quienes promovemos su defensa no buscamos monopolios ni exclusividades. Buscamos rigor, respeto y verdad. Porque sin la comunidad gomera que lo practica, enseña y defiende, el Silbo no sería más que una técnica vacía. Es el pueblo quien le da vida. Y esa vida no puede exportarse ni reinventarse sin perder su sentido.
El patrimonio cultural no se improvisa. No basta con silbar para hablar Silbo. Hace falta pertenencia, conocimiento, transmisión y un compromiso ético con aquello que representa. El Silbo Gomero no es una curiosidad: es una joya de la creatividad humana que debe preservarse en su forma auténtica, sin distorsiones ni banalizaciones.
Defenderlo es un acto de amor a nuestra tierra y un deber hacia el patrimonio común de la humanidad. Que su eco siga cruzando barrancos y generaciones, como lo ha hecho durante siglos, libre de imitaciones y lleno de verdad.
Jorge Espinel /Comunidad Portadora del Silbo Gomero