Hablando de lo que conozco más de cerca quiero expresar que en La Gomera se ha forjado una trayectoria proactiva en lo que al turismo sostenible se refiere, que las actuales circunstancias son duras, pero que hemos sido capaces de aprender trabajando juntos y siendo flexibles, que sabemos observar antes de actuar y finalmente que durante la pandemia y una vez que pase seguiremos aportando para transformarnos y transformar.
En una postal de Andy titulada La Gomera había visto su fachada. Eran tiempos de estudiante, y de aquella imagen me llamó la atención su franja añil de las esquinas, su proporcionalidad, y la enorme hiedra que cubría el lateral de la casa que pegaba a Doña Vidalia.
Ya trabajando en Vallehermoso al subir a La Encantadora, en un cartel leí que se vendía, y Fernando Morales me animó a preguntar por su precio – algo que nunca le agradeceré lo suficiente- a Gil Cabrera (q.e.p.d.) que era el responsable de su venta. Yo trabajaba como agente de desarrollo local, y dinamizaba el turismo rural, y también en familia nos hacía ilusión tener nuestra propia casa. Sumamos ahorros, hicimos las gestiones y la compramos a finales de los noventa, junto con otros cuartos aledaños y un terreno bastante grande.
Aunque no teníamos casa propia y vivíamos en un piso alquilado, priorizamos meternos en su rehabilitación, animados porque a través de AIDER La Gomera del Plan de Medianías pudimos obtener una subvención que cubría la mitad de los costes del arreglo. Fuimos limpiando los alrededores y la propia casa, pero respetando escrupulosamente los elementos etnográficos que le proporcionaban personalidad y la hacían tan especial. Ahí continúan la hornacina que se usaba para colocar la talla con agua, la alacena con sus baldas, los “mentideros” de tres de sus ventanas (asientos que a pares permitían sentarse tras la ventana a la altura de los cojinetes), y el horno de pan.
La rehabilitación la guiaba cada día mi padre (q.e.p.d), siendo los trabajadores todos de Vallehermoso. Así, la carpintería y el techo de madera fue cosa de Epifanio Sicilia (q.e.p.d.), que realizó unas ventanas únicas, de riga, con cojinetes decorados singularmente. Sindo (q.e.p.d) instaló la electricidad.
Los muebles los compramos de madera en crudo y nosotros los teñimos con el tono adecuado al resto de la carpintería. Hicimos nuestras propias cortinas y tanto los cuadros como el resto de la decoración los elegimos con el cuidado de quien piensa crear un hogar para vivir, no para alquilar. Al final levantamos muros de piedra seca para albergar terrazas y jardines, y con el paso del tiempo hemos seguido recuperando los muros y los tejados de los cuartos adyacentes.
En aquel tiempo la asociación que aglutinaba el turismo rural en La Gomera se llamaba ECOTURAL, llegando a tener cinco personas contratadas para su central de reservas y para sus programas de calidad y sostenibilidad. Fueron dos décadas de trabajo entusiasta de José María Real (q.e.p.d), y de fiel compromiso de otros como Conchi Fagundo, Jonay Izquierdo, Carmen Trujillo, Miguel Ángel Amaya, Juan el Francés, etc.
Este apoyo posibilitaba que la Casa Rural El Cabezo, y cualquier otro alojamiento asociado ofrecieran una calidad contrastada, también se inducía a tomar medidas relacionadas con la sostenibilidad de toda la oferta y de sus entornos y a desarrollar acciones conjuntas en la promoción y la comercialización. Al final ello se traducía en que los niveles de ocupación de nuestra oferta fueran, año tras año, más que aceptables
La Carta Europea de Turismo Sostenible a partir de 2010, y la Asociación para un Turismo Sostenible de La Gomera a partir de 2018, han tomado el relevo en lo que se refiere a planificar y ejecutar programas y acciones conducentes a mantener niveles tanto de calidad, como de sostenibilidad ambiental y turística en las zonas más rurales de la isla.
El Cabildo de La Gomera, con un inteligente esfuerzo promocional no es ajeno a todo ello.
Exponiendo mi caso, que es el que conozco (pero sin duda otros se podrían mencionar), y relacionando los esfuerzos que se han realizado en modo colectivo, quiero llamar la atención sobre el hecho de que el producto turístico (en este caso de alojamiento) que ofrecemos en nuestra isla está patrimonial y etnográficamente enraizado, cuida su calidad, toma medida para ser más sostenibles y ha seguido una senda continuada de trabajo en red que le confiere personalidad y experiencia.
Ahora que la mayor parte de nuestros establecimientos lo pasan mal y la pandemia parece no cejar, debo decir que no soy pesimista. En absoluto.
Creo que cuando escampe, cuando la confianza y la salud retorne, el turista volverá, claro que sí. En mayor número y con más ganas de desconectar. Y aquí les espera una oferta más madura y consciente. Hemos aprendido a hacer turismo, ya sabemos que al cliente se le debe tratar como a un huésped no como a un ajeno, que le debemos proporcionar una calidad similar a la que recibe en su origen, sabemos también que debemos responder a su demanda de productos naturales, sanos y autóctonos; y también que premian a todos las empresas más comprometidas en la protección de la naturaleza.
Soy optimista porque contrasto que muchos piensan como yo, y es algo que he podido comprobar tanto en los tiempos buenos como en los malos. Estoy también confiado porque veo como el SICTED, la CETS y ATUSOS suman cada vez más empresas comprometidas, y también porque existen plataformas de apoyo nacionales muy sólidas como el Club de Ecoturismo de España.
Detrás de cada actividad turística hay una intrahistoria de ilusión y esfuerzos. Y todas ellas podrían contar, como yo, su propio cuento, su propia experiencia. Algo que ayudaría a situarnos y darnos visibilidad.