Por Francisco Pomares.- La Gomera es como un pueblo pequeño metido en una isla pequeña, y allí se conocen todos… Para que la gente de la Isla mantuviera su apoyo a Casimiro Curbelo no hacía falta que el Juzgado de Instrucción de San Sebastián acordara sobreseer provisionalmente la investigación sobre el caso Telaraña, iniciada contra Curbelo hace ahora seis años. Curbelo, fuera del PSOE, castigado por su partido sin esperar a que se cumpliera lo que dicen los estatutos -esperar al juicio oral-, se levantó el Cabildo, tres alcaldías y tres de los cuatro diputados en las últimas elecciones locales y regionales porque en La Gomera la gente sabe lo que hay. Le votaron muchos socialistas, porque en La Gomera hay un socialista por cada dos gomeros. Es así desde antes de los sucesos de Hermigua de marzo del 33, y antes del Fogueo de Vallerhermoso de julio del 36. La memoria pesa lo suyo. Sobre todo para quienes la tienen. Pero a Curbelo le votaron también muchísimos gomeros no socialistas, gente que a él podría haberle votado siempre, pero no al PSOE. Además, la campaña difamatoria de Julio Cruz y el buzoneo de las supuestas telarañas de Curbelo hasta le vinieron bien: no hay nada mejor que el que a uno le conviertan en mártir, ni peor que pasearse por el mundo con la etiqueta de traidor grabada a fuego en la frente.
Tras el auto que archiva la demanda contra él, Curbelo se ha convertido en un remedo del lagarto gigante de su isla. Un bicho que sobrevive contra todo pronóstico, y al que todo el mundo quiere ver. Se encuentra ahora en una posición política privilegiada: cuenta con un partido propio que le sigue sin fisuras, es el personaje imprescindible para cualquier operación política regional, y lleva meses dejándose mimar por el presidente Clavijo, a cambio de ventajas y recursos para su isla. Aun así, no ha querido repicar las campanas al vuelo, porque el sobreseimiento es provisional -aunque es difícil que un recurso pueda prosperar-, y porque está aún pendiente de resolución definitiva el asunto del bar de alterne de Madrid, en el que -tampoco lo ha dicho- ya ha ganado los primeros asaltos. Lo del bar de señoritas es paradigmático para ilustrar la estulticia, falsedad y cobardía -a partes iguales- que definió el discurso oficial del PSOE. Curbelo lleva desde la prehistoria ejerciendo el poder en La Gomera, una isla donde la política es tan clientelar y tan a pie de obra como en cualquier otro lugar pequeño. Y en todo ese tiempo, el aprecio político de los gomeros por él no ha hecho sino crecer, a pesar de que ha sido denunciado unas cuantas veces, ha tenido conflictos con vecinos, con otros poderes de la isla y con su propio partido, y se ha cogido alguna cogorza pública. Sin duda, es un personaje con luces y sombras, ejemplo de una forma de hacer política pegada a las necesidades e intereses del común, un tipo rijoso y duro como el pedernal, con el que es mejor llevarse bien en La Gomera, y al que twitter y otros sucedáneos de la política virtual se la traen al pairo. Pero fue un caso probado de abuso de autoridad policial, transformado por el periódico El Mundo en un mediático asunto prostibulario, lo que desató la hipocresía de los suyos (y suyas), y le obligó a dejar el Senado en uno de los juicios paralelos más siniestros y repugnantes de los últimos años, al que los suyos (y suyas) se sumaron encantados. Las vueltas que da la vida: ahora andan haciendo cuentas para volver a ficharlo.