Holanda ha puesto el freno a la extrema derecha en Europa. Las urnas han dado como ganador al actual primer ministro, el liberal de derechas Mark Rutte, y revelan que Geert Wilders, el candidato racista y antieuropeísta que llegó a liderar las encuestas, no ha tenido tanto apoyo como el que se le presuponía. Después del Brexit y el éxito que supuso la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el populismo xenófobo ha recibido su primera gran derrota en Occidente.
Pese a haber sufrido una derrota después de que los pronósticos lo situaran en cabeza durante varios meses, la formación de Wilders, el Partido para la Libertad, obtiene 20 asientos, lo mismo que los cristianodemócratas y los liberales de izquierda (D66). Wilders suma cinco escaños más que en 2012 pero lejos de los 22 en 2010. En pleno tsunami euroescéptico sus resultados no son tan halagüeños.
Y uno de los primeros en celebrarlo fue Jean-Claude Juncker. El presidente de la Comisión Europea felicitó a Holanda por haber optado por votar «por Europa y contra el extremismo». Juncker telefoneó a Rutte para felicitarle por su victoria, al igual que la canciller alemana Angela Merkel y el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Jean-Marc Ayrault. El núcleo duro de Europa respira tranquilo.
De madrugada el mapa político holandés ha quedado casi resuelto, a excepción de uno o dos escaños que no desnivelan la balanza. Con más del 90% de los votos escrutados, el partido de Rutte obtiene el 21% de los votos, por 13% para el partido de Wilders, 12,5% para los democristianos y 12% para los liberales de izquierdas de D66. Los socialistas radicales se quedan con el 9%, mismo resultado que los ecologistas de Groenlinks.
La agitada campaña ha movilizado a la gente. La participación subió ocho puntos (82%) respecto a las pasadas elecciones y Wilders tiene mucho que ver con eso. Nunca la extrema derecha había experimentado un auge semejante desde la Segunda Guerra Mundial en países como Holanda, Francia y Alemania. Todo el mundo estaba pendiente de su resultado. El frenazo que ha recibido si continúa la tendencia a medida que se vayan contando los votos pone de manifiesto que los políticos de su mismo corte puede que encuentren más oposición en Europa que en Estados Unidos, al menos por ahora. Wilder, tenaz, lanzó una advertencia al ganador provisional tras conocer los resultados: «Rutte no se ha librado todavía de mí».
Hasta la recta final aparecía como el favorito, pero en las últimas semanas fue perdiendo fuelle frente a Rutte hasta cosechar un resultado discreto. Wilders se sitúa en una segunda escala, con un buen número de adeptos pero por ahora muy lejos de los necesarios para gobernar un país pequeño pero muy abierto al mundo. Había quien creía que, como ha sucedido, no iba a recibir un gran respaldo, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta después de lo inesperada que fue la victoria de Trump.
Wilders asumió su derrota, aunque reivindicó su movimiento. «Esto es una primavera patriótica. Yo soy un luchador y no un populista. Nuestra influencia es grande», aseguró. Afirmó también que prefiere gobernar pero que en caso de no hacerlo se ocupará de hacer «una fuerte oposición» al ejecutivo que se forme.
Él vive aislado por miedo a ser asesinado por sus furibundas críticas al islam y así recibió los resultados. Mientras los otros candidatos compartían la noche con sus asesores y militantes, él escuchó lo que habían decidido los holandeses encerrado en su despacho. El hombre que lidera una entente de radicalidad y racismo con otros líderes similares en Francia, Alemania y Austria, se presenta a sí mismo como la voz de la gente de la calle, pero la realidad es que lleva más de una década viviendo en una burbuja. 24 horas protegido por la policía, sin domicilio fijo y limitando sus apariciones públicas. El candidato más popular de todos es el que menos se ha dejado ver en campaña.
La fragmentación del voto va a dar la oportunidad de poder entrar en el gobierno a partidos como D66 (19) y los ecologistas de Groenlinks (14). Este último ha tenido como candidato a Jesse Klaver, un joven de 30 años que se ha erigido como la opción progresista frente a la derecha de Rutte y la derecha aún más radical de Wilders. Con un punto de entusiasmo ciego se le llegó a llamar el anti-Wilders. Su juventud le ha podido restar votos.
Los resultados provisionales también reflejan el batacazo de la socialdemocracia (han pasado de 38 a 9). El candidato que ha presentado el PvdA, Lodewijk Asscher, era fresco, tenía ideas interesantes y gustaba al electorado, pero la herencia de su partido lo ha sepultado. Los socialdemócratas pactaron con la derecha el Gobierno de hace cuatro años, en plena crisis, lo que ellos interpretaban como un gesto patriótico en medio de la tormenta. Pasada la legislatura, Rutte prosiguió su hoja de ruta y los socialdemócratas se quedaron varados. La clase trabajadora en la que se apoyaron durante décadas para introducir avances sociales los ven ahora como una élite alejada de los problemas reales de la gente. Su caída libre es histórica.
La campaña ha estado monopolizada por los debates sobre identidad e integración, al calor de las abruptas declaraciones de Wilders contra los musulmanes —alrededor de un millón de personas en un país de 17—, a los que considera responsables de estar acabando con las costumbres holandesas. Los imanes de las mezquitas pidieron la movilización de su comunidad en el rezo del viernes para evitar que Wilders tuviera opciones de victoria.
Europa también estaba sobre la mesa. La posibilidad de que un partido eurófobo como el de Wilders obtuviera muchos votos, ha acaparado horas de campaña. Esta vez no ha primado el peso específico o bien la influencia que Bruselas debía tener en Holanda. Cuando los candidatos han abordado el asunto, ha sido para discutir su respuesta ante un posible Gobierno dispuesto a abandonar la UE. En uno de los países fundadores de la Comunidad Económica Europea, ha chirriado que las propuestas ya no fueran el consabido ‘más o menos Europa’, sino el riesgo de retirada del espacio natural del comercio y las relaciones internacionales holandesas. Holanda es pequeña y grande a la vez en la escena internacional, y Wilders no ha sido el único responsable de un cambio del tono. También es la primera vez que tantos grupos (28) han concurrido a las urnas. Y unos 14 o 15 podían entrar en el Congreso.
Con estos resultados, el Gobierno más probable nacerá del entendimiento entre cuatro o cinco partidos. Liberales de derecha (europeístas con un buen control de las demandas fiscales de Bruselas), cristiano demócratas (contenidos pero sin rechazo a Europa y con toques identitarios de última hora), liberales de izquierda (proeuropeos en todo), y ecologistas (la estrella de fin de campaña, que mira a la UE en términos de paz, seguridad y clima), pueden formar un cuarteto. De necesitar aún a otros, los socialistas radicales parecen una opción. El problema es que si bien quieren colaborar con la UE, no les gusta el euro.
Lo que es seguro es que Wilders se quedará en la oposición. El hecho de que liderara las encuestas llevó a pensar que tendría opciones de gobernar un país al que quería cerrar las fronteras y sacar de la EU. Por lo momento eso no va a pasar. Los holandeses han contenido el primer embiste de la ola populista.